El seguro inseguro

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

“Pasan los años, pasa la vida…”, dice la canción. Por otro lado, se escribió que “Todo pasa, todo queda, pero lo nuestro es pasar…”.

Que la dimensión tiempo discurre y se desenvuelve es innegable; otra cuestión es el punto de mira desde el que se evalúa o se contabiliza el tiempo. Relativo. Puede que sea muy distinto el tiempo o que existan tiempos distintos y, por lo tanto, distintas apreciaciones. Y nuestro tiempo planetario, terrestre, se mide inexactamente según la rotación y traslación del planeta.

Y no digamos cuando nos ponemos a medir el tiempo nosotros, los humanos. Aunque existe un medidor de nuestro tiempo biológico, un reloj biológico del tiempo (al igual que lo tienen todos los animales) que va asociado al sol y a los biorritmos, nos empeñamos, desde hace milenios, en establecer unos mecanismos externos, mediante los cuales podemos estandarizar la medida del tiempo y asegurarla igual para todos. Quimera pura.

El tiempo seguirá siendo subjetivo. Lo habrá largo o corto, pesado o ligero, deseado o temido, controlado o rebelde, el nuestro y el de otros. Sí, el reloj (ahora son muy precisos) no miente y las manillas indican lo que indican, al igual que el calendario nos marca los días, meses y años que se nos van pasando, muy a nuestro pesar, generalmente.

Tenía yo una tía que, la pobre mujer, se había quedado anclada en sus años más llevaderos y, siendo así, por ella no pasaba el tiempo, que se vestía y maquillaba en consecuencia; hasta su partida de nacimiento la falsificaba para no descubrir la edad real que tenía. Por lo tanto, el tiempo para ella estaba ya fijado y su transcurrir inexorable le era inexistente.

Reflexiono hoy, cuando escribo, porque es el día en que cumplo años. Reflexiono tal vez a mi pesar. Porque soy consciente de mi paso por el tiempo, marcado por lo que dice el calendario y lo que quedó registrado en un documento de certificación del nacimiento. Tiempo oficial, tiempo tasado según el calendario, tiempo biológico y tiempo personal… ¿Con cuál de ellos me he de quedar? Cada uno dice una cosa, presenta unos datos, refleja unas circunstancias que no siempre son coincidentes. Cada tiempo es diferente y raro sería el que coincidiesen (y, si los forzamos a esa coincidencia, nos pasaría como a mi tía, que viviríamos en un ensueño irreal).

Se dice que, vistas las posibilidades futuras, podremos llegar a aumentar la edad de vida hasta, al menos, los cien años sin demasiado esfuerzo; no como ahora que los centenarios siguen siendo excepciones, aunque posiblemente ya existan más que en otras épocas. ¿Y qué me cuentan con esto…? ¿Alargar la vida biológica nos garantizaría alargar las otras vidas? La espiritual, la de nuestros sueños, la laboral (bueno, en esto sí que se anda), la sexual o de nuestra salud… Vivir más, pero en qué condiciones es fundamental. Y, sobre todo, querer vivirla.

Porque la vida, aunque parezca paradójico, puede ser cansada, puede hastiar, se puede uno hartar de vivirla. Esto es tan cierto como que haya quien eso se lo plantea al contrario, que no quiere abandonar este mundo por muchas promesas del futuro que le espera (tan incierto por otra parte), que se aferra con todo su ser a seguir siendo, esté como esté y en las condiciones que sean. Es de ver esos cuerpos amarrados a un hilo de vida, inverosímil ya, que a los demás nos conmueven o nos aterran. O nos hacen vernos en ese espejo y llenarnos de espanto generalmente.

Volver la vista atrás es saludable como ejercicio de consciencia y de conciencia. También a veces es saludable olvidarlo todo, aunque –creo- eso es del todo imposible. La amnesia es una enfermedad adquirida generalmente tras un trauma; luego viene esa amnesia producida por el deterioro neuronal, la que produce la edad y que va asociada a la demencia senil o al Alzheimer. Es un terror que me acongoja. Creo que a muchos también. Es el saberse inerme y en manos del vacío, y en manos de la inutilidad, de la negación de lo que se vivió o de quien se fue alguna vez. Se vive, pero no se siente el vivir.

Los años no pasan en balde, se afirma. Claro que no. Todo tiene su precio, su debe y su haber. Del balance depende lo que se venda o se compre. Cuando los años nos devalúan, poco podemos ofrecer y menos podemos adquirir. Aunque los ricos siempre ganarán a los pobres. Si se hacen efectivos los avances prometidos o vislumbrados, efectos de la investigación que no se detiene, el riesgo cierto es que lo que pudiese beneficiar a muchos se empiece a aplicar y se restrinja a quienes puedan pagarlos. Por ello, los centenarios futuros serán como momias encerradas en sus torres de marfil, en sus zonas restringidas y aseguradas, sus mansiones, palacios y hospitales exclusivos, con vida y las más de las veces con la maldad de seguir disfrutando de sus vidas ladronas y egoístas. Momias más terroríficas que las imaginadas por las leyendas, porque serán reales.

Hacer balance sincero nos puede llevar a la nostalgia, la frustración o la desesperación. También a la ilusión de vivir años venideros con la mente limpia y la conciencia tranquila. O el premio del cariño y del agradecimiento de los próximos e incluso de otros colectivos más amplios. Ya escribí recientemente sobre la búsqueda del triunfo y sus consecuencias o sus torcidos caminos, y los posibles renuncios que ello exige. Avanzada la vida, uno puede inventariar y explorar si alguna vez lo pretendió conseguir; si, en efecto, así fue y ello le satisface; o si, a pesar de tanto esfuerzo, el efecto fue a la postre, lo que ya avisaban los barrocos (cuadros de Valdés Leal), el desencanto. Y si no buscó la fama ni la gloria (como sí lo hizo nuestro prócer Francisco de los Cobos), en ese balance habrá de considerar otros posibles activos, muy humildes, pero no por ello menos valiosos, como fueran los aportados por los que nos rodearon.

Me llevaré conmigo los abrazos y besos que me proporciona mi nieta, cuando yo simulo estar ya dormido, sinceros y puros. Sin interés alguno. Quedaré con estos momentos y otros, aunque pudiera ser que luego ya no los recuerde. “Ligero equipaje”, que decía Machado. Si el permanecer, vivir allende la muerte, depende de la memoria de quienes se quedaron (y ahí entra Manrique, el poeta), el infierno será de la mala y cruel memoria que hemos dejado tras nosotros y el paraíso lo será al revés. Más que de grandiosos monumentos, y esa fue siempre creencia general en dictadores, sátrapas y criminales adinerados, la permanencia en el tiempo dependerá de los recuerdos y memorias que de lo hecho dejemos.

Fiar en paraísos imposibles (unos por demasiado materialistas y terrenos y otros por exceso de abstracción e inconcreción conceptual) o en tremendos abismos y niveles terroríficos, donde los castigos se multiplican y renuevan sin solución de final, es algo que, en general, no entendemos o, sinceramente, en lo que no podemos creer; por ello, lo de la memoria y la fama como algo a lo que agarrarse, fiable.

Cumplo años y no sé a qué atenerme. Que ando en la recta del final es incuestionable, pues más cerca estoy del mismo que del pasado y algo lejano del nacimiento. Sí, que hay quienes nacen y mueren a la vez, sin tener oportunidad alguna; por ello, se me dirá -y lo acepto- que ya tube bastante suerte en llegar hasta donde llegué y, por ahora, con el chasis valedero apenas necesario de algún arreglo de chapa y mantenimiento de piezas. Aunque yo me pregunto si mi ciclo, el funcionamiento, ya ha dado de sí, si poco puedo aportar al bien de nadie, o si en breve no me he de convertir en un estorbo. Preguntas que nadie me puede responder porque no las hago públicamente; que quedan para mí y mis inseguridades.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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