Por Mariano Valcárcel González.
¿De qué sirve tanto supuesto o real máster, tanto supuesto o real doctorado como exhiben nuestros políticos de cabecera, si luego y realmente demuestran ser unos zoquetes, unos ineptos o unos indocumentados como la copa de un pino?
¿De qué me sirven titulaciones escritas en sus currículos si son titulaciones adquiridas de forma ventajista sobre otros que se las tienen que currar al no tener “enchufes” académicos, o peor, si son titulaciones realmente falsas? Porque no es lo mismo “haber estudiado” que “haber terminado” una carrera. Yo he estudiado historia, pero no se me ocurriría poner que tengo la licenciatura de historia. Había un practicante en mi localidad que se decía “algo menos que un médico, pero más que un practicante”; a saber.
Pontifican estos mequetrefes de tres al cuarto y nos echan en cara sus incondicionales que son doctores en no sé qué ciencias e incluso que dan clases universitarias. Bien, ¿y qué?
Se dijo siempre que el movimiento se demuestra andando y el saber se demuestra en la consistencia de sus argumentos, en el dominio de sus contenidos y en la práctica de sus conclusiones. Y, claro, en saberlo comunicar. ¿De qué me sirve un titulado con las orejeras burricias de la estrechez de sus conocimientos y que ya no sabe ver nada más allá? ¡Al carajo su título y su docencia, cuando no contribuye a generar amplitud de conocimientos, sino a consolidarse una secta de incondicionales! Lo anterior se demuestra en cómo manejan a esa horda de supuestos estudiantes que reclaman revolución en Cataluña.
Se atreven hoy día a opinar con autoridad sesuda, adquirida por su desconocimiento de la realidad sobre monarquía, república, dictadura, transición, constitución, democracia (directa, vicaria, representativa, y más de sus variantes); solo sus horas pasadas deletreando panfletos, artículos, ensayos, tratados, tomos y tomos de autores consagrados como “autoridades” e incluso fundadores de doctrina política y máximas inamovibles les llevan al convencimiento de sus propias tesis, que en general son viejas tesis.
Cuando algo de lo estudiado o leído contradice sus fundamentos doctrinales meramente lo desautorizan o, así sin más, lo declaran inexistente. Tienen la habilidad mágica de hacer desaparecer ideas, hechos, realidades contrarias a sus quimeras, tan científicas.
Así que hoy explicamos la realidad destruyendo la realidad anterior.
Cuando yo andaba hace años metido algo en la prensa local, hube de acompañar a una redactora a la que habían mandado a la calle a hacer una “cata” de opiniones (no recuerdo el tema concreto); cuando se acercó a unos vejetes que descansaban en un banco público y les hizo la pregunta, se negaron en redondo a contestar; me chocó la negativa y más la razón de la misma –Es que luego todo se sabe-. Esto fue hacia la entrada del nuevo milenio.
¿Se atrevería, pues, alguien que fuese honesto a negar que aquello era consecuencia de tantos años de dictadura?, ¿que estaba ese temor enquistado en el ADN de toda una generación de ciudadanos? ¿Cómo seguir defendiendo que el franquismo era y es residual o inexistente…?
Lleva ello a hacer más fuertes las teorías de esta hornada de “descubridores” de los males del franquismo y, consecuentemente, destructores hasta la desaparición no ya de esa pesada losa franquista, sino de todo lo que supuso su incubación, génesis, desarrollo y permanencia real o supuesta. Pero, bajo unas premisas y unos datos parciales, sesgados, manipulados o meramente inciertos y con la declarada o no intención de revertir no ya la historia (eso ya no se puede revertir más que lo intenten unos u otros), sino su significado, su sentido y hasta su existencia real por la que se acerque más a la teoría aprendida.
Consecuentemente, de lo anterior llega la desinformación y el desestudio. Solo lo que los pensadores únicos (cada grupo en sus nubes sapienciales) dictaminen cómo cierto es, fue y será cierto.
Malo todo lo que no concuerde. Y destruible por sistema. Nada se aprovechará de lo heredado; espúreo, porque lleva en sí su pecado original. Y ante tu dictamen se levanta el nuestro, que es totalmente contrario. Todo lo anterior fue bueno, es bueno y será mejor.
Orejeras conceptuales. Necedades travestidas de sabiduría vana. Titulados con títulos adquiridos en el bazar de los contubernios universitarios. Unos porque quieren mantenerse en el poder y otros porque lo ansían alcanzar. Mentirosos.
Pararse a repensarlo todo, analizar los datos, buscarlos y no negarlos, comparar objetivamente y sin sesgos prejuiciados…; en suma, irse al método científico para fundamentarse en base sólida de conocimiento, esto se demuestra imposible en la actualidad; ciertamente, por lo escrito al principio, porque no hay personal a la altura intelectual requerida. Niñatos y niñatas procedentes de las incubadoras calentitas, que ni sufrieron ni padecieron y que ahora creen saberlo todo y de todo. Y no saben de nada.
Esos vejetes, que se negaban a responder, sí que lo sabían. En sus carnes, lo habían padecido o, en las carnes de otros, lo habían aplicado (según donde se situaran) y bien que lo recordaban. Por eso, temblaban cuando pensaban qué pasaría cuando muriese Franco (temor inculcado, claro está); por eso callaban tanto. Por eso se esperanzaban, cuando advirtieron que no volvían a salir a las calles pelotones con fusiles, buscando casa por casa a las personas que tal vez no habían callado o presumieron demasiado de callar a los demás; por eso, admitieron una palabra mágica y en su magia creyeron -¡Constitución!- y, aunque con retranca, la admitieron como mal menor. Por eso, olvidaron en apariencia (que hay memorias que es mejor encerrarlas ante el peligro que tienen), esperando enterrar todo cuando ellos, los vejetes, fuesen a su vez enterrados. Se reconocieron, pero no se dedicaron a borrarse unos a otros. Sí a aguantarse (y algunos hasta reconciliarse). ¿Ello fue o es malo? ¿Vendrán ahora, y habrá que aguantarlos, reinventores de sus vidas para decirles y echarles en cara que sobrevivieron, que aguantaron, que consintieron y fueron cómplices de querer vivir por fin en paz y sin tener que decir –Que luego todo se sabe-, y poder levantar la cabeza sin avergonzarse…? ¿Para qué sirven entonces tantos años de plomo, de hierro, de rayo y de tormenta? ¿Para que nos los corrijan cuatro niñatos y niñatas recién salidos de su calentita incubadora?
Títulos, másteres, doctorados… ¡Qué poco les sirven a algunos!