Por José Luis Rodríguez Sánchez y Daniel García Parra.
Allá por 2012 publiqué en esta nuestra página un articulito sobre los “horrores” que nos encontramos en nuestros viajes, propiciados por técnicos y próceres varios, perpetrados sobre nuestro patrimonio histórico o artístico. Hice especial hincapié en la rehabilitación como hotel del antiguo palacio de los Condes de Guadiana, conocido por nosotros como el colegio de las Carmelitas, que incluía una atroz ampliación que se comía el ábside de la iglesia de San Pedro.
Pero también señalaba cómo, en el marco de unas jornadas de la Asociación de Profesores de Geografía e Historia “Hespérides”, recalamos en la comarca almeriense de Los Vélez, donde, recostado en las laderas de la Sierra de María, encontramos el pueblo de Vélez Blanco. Sus muy limpias y cuidadas calles, sus edificios monumentales, como la iglesia de Santiago, sus casas con preciosistas rejas ornamentales en sus ventanas, nos hablan del cuidado de sus gentes por su lugar y terruño, que desgraciadamente no fue compartido en su momento por sus próceres, como veremos…
Domina el caserío el impresionante castillo que, en el siglo XVI, ordenó construir don Pedro Fajardo y Chacón, primer marqués de Los Vélez. Fue este don Pedro hombre de armas al servicio de los Reyes Católicos, cuyo linaje, por sus “desmesuradas fazañas” que diría nuestro buen don Quijote, fue recompensado con el título de Adelantado del territorio de Cartagena. Quizás nos acordemos del papel de su padre, don Juan Chacón, en la serie de TVE “Isabel, Reina”, como su muy fiel y eficaz servidor frente a las intrigas de los Guzmán, Pacheco o Mendoza, dándose el caso curioso que el título de Marqués de los Vélez, tras la muerte sin heredero varón del sexto marqués, recaerá, por matrimonio, en don José Álvarez de Toledo, duque de Medina Sidonia, casa nobiliaria con quien tuvo fuertes enfrentamientos el fundador de la estirpe.
Con la unificación de los reinos de las Españas, las tierras de costa, teórica nueva frontera con la morisma, pasan a depender directamente de la Corona. Por ello, don Pedro Fajardo sufre lo que hoy llamaríamos un traslado forzoso a tierras almerienses, con una permuta obligada del señorío murciano por el velezano. Quizás por ello, por sentirse de algún modo despechado, erige don Pedro su magnífico castillo-palacio, en el que se monta una pequeña corte para su uso y disfrute privado.
Para darle más brillo nobiliario, el marqués se casa, en segundas nupcias, con doña Mencía de la Cueva, descendiente de los Duques del Infantado, nada menos. Los aficionados a la heráldica verán la alternancia de escudos de ambas familias, los Fajardo y los de la Cueva, en las fachadas del castillo.
Nos permitíamos definir el edificio como castillo-palacio. Y así es. Fue construido entre 1506 y 1515 a caballo, entre el mundo gótico y el renacentista. Así, el aspecto exterior es el de una imponente fortaleza militar que tiene adaptadas sus defensas a las nuevas armas de artillería. Presenta una planta hexagonal, construida sobre la roca viva con fuertes baluarte poligonales en las esquinas, que evitan los ángulos ciegos en el campo de tiro.
En contraste, su patio interior y los salones nobles responden en su estilo al más brillante primer Renacimiento español. En 1512, don Pedro Fajardo visitó el Castillo de la Calahorra, en el Marquesado granadino, propiedad de la familia de su esposa. Es muy posible que, de su maravilloso patio renacentista, sacase la idea para la construcción de su propio castillo, aunque manteniendo algunas tradiciones hispanomusulmanas: el patio es irregular y la entrada lateral, propia de la casa musulmana.
Decoraban sus dos grandes salones nobles, el del Triunfo y el de la Mitología, un conjunto de diez bajorrelieves en madera, monumentales frisos de 0,7 m. de alto por casi 6 de largo. La primera serie recoge los triunfos de César y la siguiente los trabajos de Hércules. Ni que decir tiene que la identificación de ambos héroes, el mitológico y el histórico, con el señor Marqués la damos por hecha. Arte, ideología y poder están casi siempre unidos.
Pero nada de todo esto, ni patio ni frisos, podemos ver hoy en el castillo de los Vélez. Ni siquiera en España. Nuevamente, la triste historia de un expolio, perpetrado por esas clases nobles, en muchos casos dirigentes, que se inflan como globos con palabras como patria y honor. En 1903, el duque de Medina Sidonia, propietario del por entonces arruinado y maltratado monumento, vendió (así, como suena) el patio, piedra por piedra, y los relieves, tablero por tablero.
(Continuará…)