Por Mariano Valcárcel González.
Este tema lleva tiempo ya candente y apenas si se le vislumbra cierta solución, o soluciones adecuadas. Como todo asunto realmente difícil y problemático se tiende a dejarlo ir tirando, sin atacarlo con decisión, para ver si así, poco a poco, se va acabando. Pero ello puede llevar más tiempo del que se estaría dispuesto a aguantar.
Siempre y en diversos lugares de nuestro planeta ha existido lo que se denomina genéricamente migraciones. Migraciones “in” o migraciones “ex”, para adentro o para afuera de los territorios. Esto es consustancial a la existencia de seres vivos en el planeta, que se desplazan por motivos diversos. No es un paisaje lunar, mineral y por tanto inerte. La migración significa vida.
Las causas y motivaciones de los desplazamientos fueron siempre, principalmente, las de buscar el sustento y poder lograr la supervivencia de la especie. Por la lucha de la supervivencia, se adaptaron los seres vivos al medio, tanto en el que inicialmente se desarrollaban como posteriormente y, a la falta de condiciones de este, en el que lograban instalarse. Así que el sustento (la vida) y, anexo al mismo, la reproducción (la vida), ambos lograban que la especie prosperase y perdurase.
Lo anterior implicaba, a veces, la lucha con otras especies (e incluso con los de la misma), para dominar el territorio que se consideraba idóneo para instalarse y prosperar.
Pulsiones naturales.
Para los humanos, llegaron luego la estabilidad territorial y, con ello, el necesario dominio o la necesaria defensa de la parte ocupada. Y se pusieron trabas y límites, que unas veces funcionaron y otras no, a los desplazamientos de otras agrupaciones humanas. Se añadía a la primitiva y natural búsqueda de medios de vida la mejora en sí misma de los mismos, o el ansia posesiva de esos medios, las riquezas y la utilización de los territorios (generadora de exterminios, violencias y de guerras).
Pulsiones sociales.
Y tanto las pulsiones naturales como las sociales siguen impregnando los movimientos migratorios actuales. ¿Cómo discriminamos la prioridad de estas migraciones y cómo les damos cauce?
Que se generan problemas de tipo de derechos humanos conculcados es cierto. Y derechos humanos básicos que coinciden con lo expuesto, como causas.
España recibe hacia un treinta por ciento de los migrantes de toda Europa. Y puede ir a más. Si consideramos que los otros porcentajes pueden llevárselos Italia y Grecia vemos que son los países del sur los que están recibiendo mayor presión migratoria. Aunque muchos de los migrantes quieren desplazarse más arriba, hacia los ricos territorios de centroeuropa y del norte. A la necesidad vital de sobrevivir, se añade el ansia de vivir como los que viven mejor. Y los que viven mejor quieren resguardar sus riquezas para su exclusivo disfrute.
Entonces se manifiesta una pugna entre norte y sur de Europa (entre otras), que deja a esta no solo como receptora de inmigrantes, por ser frontera de las zonas expedidoras, sino que pretenden que sea también la asentadora y asimiladora de la multicultural inmigración que les llega. Los ricos se protegen, poniendo como pantalla a los que, por fuerza, sufren la llegada masiva, diaria; de los que, más pobres o con más ansias, se escapan de sus paupérrimos territorios o devastados territorios por la miseria endémica, la falta de condiciones, los vaivenes atmosféricos y las guerras que los asolan.
Así que tenemos una marea migratoria, desde diversos orígenes y con diversas causas, que busca los puntos débiles por los que cruzar hasta ese sur europeo que les facilite el progreso hacia al norte. Si las zonas de paso se abren por una parte del Mediterráneo, se utilizan con preferencia; cuando se ponen difíciles e incluso se cierran, se buscan otras. Por esto, si por Libia la aventura es muy peligrosa (incluso se cierra) se vuelve a buscar la clásica del cruce del estrecho desde Marruecos. Aunque Marruecos haya sido zona tradicional de paso y emisión de emigrantes hacia España y Europa, si las otras se tornan más peligrosas o herméticas, volverán a utilizarse los medios marroquíes. Y es un negocio redondo para muchos (completado con el contrabando de drogas, blandas o duras).
No se pueden decir tonterías ni simplismos ante la gravedad del tema. Ni los férreos cierres y candados evitarán los trasvases (salvo que se adopten medidas inhumanas); ni dejar que pase todo el personal, por donde quiera y como quiera, evitará las mafias y el trato de personas (por parte de muchos interesados, incluidos españoles). Pero puertas no se le pueden poner al campo.
Yo tenía una vecina misericordiosa, que se emocionaba con la vista de esos subsaharianos que, en las noches invernales (y duras), dormían en portales y donde podían; se enternecía la señora, pero nunca los subió a un piso donde tenía habitaciones de sobra sin utilizar. O sea, el buenismo vale mientras yo no tenga que compartir nada con esos desgraciados (que son los poderes públicos los obligados siempre). También conocí una situación que vale más que cualquier discurso: una anciana le preguntaba a un inmigrante, tirado en la calle, que por qué venían a pasarlo tan mal aquí; a lo que el sujeto le enseñó una botija de plástico y una fuente pública cercana y le contestó que obtener esa simple cantidad de agua le costaba en su tierra andar más de diez kilómetros. Toda una declaración de razones.
No vale eso de “papeles para todos”, si no se lleva a cabo un trabajo de campo riguroso; pero tampoco vale el alimentar la convicción de que a esas personas (y familias) se les da lo que a los nacionales se tarda en conceder; aprovechados del sistema de bienestar, siempre los ha habido (blancos, negros, semitas o gitanos) y lo que se debe es establecer un riguroso control de cada situación particular o por colectivos. Y obrar en consecuencia. Puede haber discriminación positiva en ciertos casos, por serlos especiales; pero nunca aplicarla con carácter general.
Acoger inmigrantes no es malo; acogerlos, sin darles viabilidad ni recursos para fijarlos e integrarlos, puede ser contraproducente (y desde luego no lleva a nada bueno). Esperar mientras viendo cómo se pudren las fronteras y los encargados de vigilarlas, cómo se saturan las zonas de llegada y cómo la reacción se arma de medias verdades para generar un clima de oposición y odio es la peor manera de afrontar la cuestión.