Por Fernando Sánchez Resa.
Es noche clara y fresca. Son las 21 h y, haciéndome eco de las Rutas Culturales Nocturnas programadas por Distrito Casco Antiguo de Sevilla para este verano de 2018, me encuentro en el interior del Patio de Banderas del Alcázar para asistir a la visita turística (gratuita y pedestre) programada para hoy: “La Sevilla romana”.
Tras el repaso nominal de los veinticinco asistentes y el reparto de credenciales, se presenta nuestro guía, Manuel Ramírez Rubio, (“Licenciado -y Doctorado- en Historia del Arte. Fotógrafo. Gran especialista en guisos caseros, bético antiguo y muerto por San Bernardo”, según reza en su Twitter), que lleva años haciendo este servicio, además de otras labores administrativas en el ayuntamiento. Nos advierte que estas visitas suelen durar dos horas y que, hoy, nos va a contar la huella romana (lo mejor que sabe) en Sevilla, desde el siglo III AC hasta el V DC.
Su pretensión es que sea interactiva, aclarando las muchas cosas que nos quedan de aquella época: urbanismo, lenguaje, leyes, alimentación…, y respondiendo a todas las preguntas que se nos ocurran.
Vamos a hacer seis paradas hasta que acabemos en La Plaza de la Encarnación, más conocida por Las Setas, buscando las huellas de esta antiquísima civilización que quiso morar por estos lares.
Comienza preguntándose: «¿Por qué estamos aquí?»; y él mismo se responde: «Porque hay 720 metros cuadrados bajo esta misma plaza, en los que se han realizado excavaciones arqueológicas durante diez años y se han hecho muchos descubrimientos. El más interesante es que las casas del Patio de Banderas no volverán a ser viviendas, porque ese es el objetivo que se ha marcado el Ayuntamiento después del hallazgo, en la casa número 8, del palacio de Almutamid, unos restos que sitúan el origen del Alcázar de Sevilla un siglo antes de lo hasta ahora se creía, gracias al descubrimiento del equipo de arqueólogos dirigido por Miguel Ángel Tabales. Así que ya se sabe que ahí está el origen cierto del Alcázar, su palacio más antiguo, una residencia del siglo XI edificada por Almutamid o por su padre, Almutadid, durante el esplendor del reino taifa de los abadíes en Sevilla».
Nos comenta que vamos a hacer un viaje en el que nos montaremos en la máquina del tiempo para transportamos 3000 años atrás. Con la imaginación, ya estamos a unos ocho metros de profundidad; tendríamos que estar cerca del río, pues estos serían los primeros yacimientos que poblaron la Sevilla actual. Su estratigrafía contiene sedimentos desde el siglo II antes de Cristo hasta el XII de nuestra era, en los que podríamos ir viendo sus diversos poblamientos: fenicios, turdetanos, cartagineses, basílica paleocristiana, estructuras almohades…, debajo de donde estamos pisando ahora; pero, como lo que nos interesa es la época romana, nos fijaremos en los restos de edificios del comercio romano, el muelle de descarga de la Puerta de Jerez y el muelle de exportación que estaría más atrás, hacia el interior. El río, a lo largo de los siglos, ha ido desplazándose hacia el oeste. Ahora estamos en una meseta de siete u ocho metros de altura sobre el nivel del mar de entonces. Es la Sevilla romana del siglo III AC al VI DC. En esta meseta de aluviones (retirada de agua y sedimentación), se van asentando, en esta zona de la ciudad, los primeros pobladores. No hay que olvidar que el río siempre ha sido el cordón umbilical de esta población.
En esta meseta imaginaria, había primeramente un vicus, que era un barrio o pequeña aglomeración urbana y que, con César Augusto, se convertiría en opidum. Y veremos por dónde iba la muralla. Nuestro guía explica al dedillo el callejero de Sevilla por donde estaba asentada, como gran experto que es, hasta que la gente se va perdiendo poco a poco en su descripción tan exhaustiva; con el río Guadalquivir a sus espaldas. En ella habría sillares traídos de la Sierra de Cádiz, pues los romanos trabajaban con cal y arena, como los almohades, porque aprovechaban el foso natural de los ríos y sin almenado. Aquí se vivió la segunda guerra púnica con Escipión “El Africano”, en la Batalla de Ilipa, cerca de Itálica, año 206 AC. Y sigue explicando por dónde iba la muralla hasta que hacemos la segunda parada a los pies de La Giralda.
«Julio César fue el instaurador de Hispalis, a la cual dio el nombre de Julia Rómula, haciéndolo derivar del suyo y del de Roma. Debe su denominación de Hispalis al lugar en que fue emplazada, porque se levantó sobre un suelo palustre, sostenida por maderos fijos en el fondo de las aguas, para que no se hundiera en aquel terreno resbaladizo e inestable», escribió san Isidoro de Sevilla en sus “Etimologías”. La ciudad adaptó el nombre de Hispalis desde el año 206 AC y se convirtió en una de las principales colonias del sur de la península ibérica. Sevilla fue conquistada por los romanos a los cartagineses, durante las Guerras Púnicas.
Manuel apostilla que los almohades pusieron, en la base de La Giralda, dos cartelas funerarias y las columnas de mármol que la rodean, cogiéndolas del circo romano, del anfiteatro o de otras construcciones. Debido a que el subsuelo de La Giralda es arcilloso, está forrado de columnas de mármol.
Ahora nos lee los dos textos de sendas lápidas funerarias que hay en la base de La Giralda. Son aras más que lápidas. Según los almohades, ellos estaban por encima del mundo clásico; de ahí que las pusiesen debajo…
Explica, primero, lo que era una legión romana completa que contaba con 6.000 hombres, de los cuales 4.920 eran combatientes (con 5.240 en épocas imperiales). A su vez, cada legión se dividía en diez cohortes, del I al X, que eran constituidas por 6 centurias de 80 hombres cada una; cada una al mando de un centurión, de los cuales los más veteranos comandaban la cohorte completa, y el más veterano de todos, la primera cohorte. Y los 120 soldados de caballería.
En la parte inferior de La Giralda, en la esquina derecha, hay dos lápidas de mármol del siglo II DC, pertenecientes a soldados romanos. Proceden de los antiguos edificios de Hispalis; y el hecho de que estén aquí se debe a que los musulmanes emplearon estas lápidas, extraídas de edificios romanos en deterioro, para construir el minarete. Una de las aras cuenta que estaba dedicada a un jefe de la cohorte que llevaba aceite por el Mediterráneo y Atlántico, y en ella bien que se lo agradecen los habitantes de Rómula (Sevilla).Todo ello nos hace cavilar y ver cómo somos los humanos por importante que seamos en vida y para lo que queda nuestra memoria: para sujetar unas piedras de La Giralda (“Polvo eres y en polvo te has de convertir”).