FP versus FP

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Se vuelve a hablar de la conveniencia de potenciar la formación profesional como imprescindible para crear las bases de un desarrollo efectivo de nuestra economía.

Vaya descubrimiento.

Al iniciarse este mes, es de todos sabido que se celebró la asamblea de antiguos alumnos de SAFA Úbeda, en la que se engloban tanto los que pertenecieron a la formación profesional como al magisterio. Y, precisamente, hubo quienes pasaron a magisterio a través de la inicial formación profesional.

Los que habían convivido en los cursos de la llamada Oficialía, allá por los años sesenta del pasado siglo (e incluso aquello que se denominó pre-aprendizaje, que era una especie de puente desde la Primaria a la Formación Profesional), se encontraron en la noche del día uno en cena fraterna. Hasta hubo quienes traspasaron fronteras regionales y provinciales para tener un ratito de convivencia y un ratito de cambio de recuerdos con los que procedían de la provincia o de la localidad, lo cual ya es loable.

Sí, quienes entonces no pasaron al bachillerato (que así se denominaban los estudios en los institutos) por una u otra causa (y la había fundamentalmente económica), derivaban hacia la formación profesional, si es que lo hacían, y en la misma conseguían un “oficio”, o sea la capacitación para trabajar como oficiales en las diversas ramas. Un nivel superior lo marcaba el hacer la especialización para obtener la maestría. En total, cinco cursos y terminaba uno como obrero especialista, maestro en su rama.

Claro, el hijo de obrero, a ser obrero. Así se entendía equivocadamente esta rama de las enseñanzas oficiales, que los otros ya seguirían para la universidad. Y esto era un determinismo injusto y una enorme equivocación, porque el hijo de obrero muchas veces tenía más capacidad que el hijo del señorito (o burgués acomodado) y lograba, con su esfuerzo, ir subiendo en los niveles y asaltar incluso los estudios universitarios. Y demostraba, de hecho, estar más motivado y preparado que toda la ralea de cachorros amuermados que le disputaban un lugar decente en la sociedad.

Estos hombres, que se juntaron aquí una noche de junio, demostraron a lo largo de su vida su valía y no pasaron por el mundo sin dejar rastro. Eran mecánicos, electricistas, delineantes, según para lo que se prepararon en su adolescencia y juventud. Terminaron bastantes siendo maestros industriales y maestros de escuela. Sus historias personales son historias de superación. Y lo lograron porque podían hacerlo, porque tenían la base para ello. Lo lograron porque no eran los tontos del pueblo y, por ello, solo habían aprendido un “oficio”.

Ahora se vuelve a mirar hacia la formación profesional como si de un descubrimiento se tratase. Ilusos. Para lograr que nuestra industria fuese más productiva, más rentable y competitiva, solo había que haber potenciado esta rama de los estudios generales. Se habría conseguido un mayor número de obreros especializados y efectivos, con conocimiento de los trabajos que se les encomendasen. La productividad se hubiese notado en esa etapa tan importante de desarrollo económico como se vivió; los resultados, mejores.

Pero la ceguera de unos y de otros fue —y creo que aún es— total. O no es ceguera, pero sí que es egoísmo y cerrilismo total entre nuestro empresariado, tan cutre como sus costumbres.

A los empresarios (por llamarlos dignamente así) no les interesó nunca tener obreros especializados y técnicos preparados, no; porque les iba (y les va) mejor con disponer de un aluvión de fuerza —muscular y de trabajo— básica, para ir cubriendo las necesidades de producción y obtener las consecuentes ganancias; ganancias mayores, porque a esos obreros básicos y sin cualificación se les pagaba (y ahora todavía menos) unos salarios que, si en ciertas ramas productivas alguna vez llegaron a ser altos, dada la necesidad de contar con ellos (léase en la construcción), cierto es que fueron lo más bajo posible. Así, pagando mínimos salarios y obteniendo suficiente producción, los empresarios se lucraron del beneficio neto que ello les proporcionaba.

Quejarse de la falta de competitividad de la economía española siempre ha sido, cuanto menos, un ejercicio de verdadero cinismo, dado que siempre se ha sabido de sus causas.

Hubo un periodo en que se modificó la estructura de la formación profesional y se clasificó por módulos. Cada módulo era un nivel en la capacitación y especialización de quienes accedían a los mismos. Y hubo un tiempo en que el alumnado de ciertos niveles (los de tercer módulo, el superior, mayormente) salió colocado casi directamente de las aulas. Era signo de que se iba por el buen camino, pues las empresas tuvieron claro que disponer de aquellos trabajadores era como disponer de garantías de futuro.

Sin embargo, a nivel institucional, se volvía al criterio absurdo y clasista de los diversos “caminos” o itinerarios y derivaciones, que llevarían sin remedio a restablecer la antigua discriminación social. Yo siempre he creído que la universidad ha de tener un criterio de excelencia, en su selección y desarrollo, tanto de los estudiantes como de los profesores y de los programas de estudios. Y también, como muy recientemente ha dicho el nieto de Tomás y Valiente, un criterio de equidad. Sí, equidad bien entendida y aplicada.

Porque equidad no puede significar rebaja de niveles de contenidos hasta el absurdo, sino elevación de los niveles sociales, de los capítulos de ayudas y oportunidades para provecho de quienes estén dispuestos a ello. Al esfuerzo de la constancia y del estudio, no al esfuerzo económico, al que nunca podrán llegar (y al que se ha de dar facilidad). Que no estudie quien no quiera, pero quien quiera y tenga disposición, que lo pueda hacer. Llegar a los estudios y su progresión no puede ser solo cuestión de poder pagarlos.

Quienes pasaron por Oficialía, luego Maestría, accedieron en el siglo pasado a poder mirar hacia arriba con cierta esperanza y realización de la misma. Ese era el camino, demostrada su eficacia. O puede ser que, precisamente, los que pasaron por la SAFA de Úbeda se beneficiasen de su grado de excelencia; que también. Por eso no se debe descuidar la excelencia en aras de la equidad; lo que es un completo absurdo y otra forma más de llevar el agua al molino de la discriminación social, que entonces (y ya lo estamos viendo) serán excelentes los estudios y los centros privados, que se los puedan pagar unos cuantos, y equitativos; pero de peor nivel los centros públicos, a los que a trancas y barrancas puedan acceder los demás (y que tampoco son nada gratuitos).

Orgullosos de nuestra formación profesional, eso es lo que estamos.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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