Nuestra vida con la Safa, 02

Por Fernando Sánchez Resa y Margarita Latorre García.

Margarita:

Mi relación con la Safa no empezó —como tú— con mis estudios de magisterio, sino mucho antes. Precisamente, cuando nací, mi padre —ya sabéis, don José Latorre Salmerón— estando destinado en Torreperogil, como maestro nacional, fue reclamado por el Patronato de la Safa de Úbeda. Así que crecí con la Safa, no como alumna, pues al ser niña, en esa época, no podían escolarizarme aquí (lo hicieron en el colegio de La Milagrosa); pero sí en otros aspectos.

Recuerdo su —para mí— edificio enorme (por aquello del perspectivismo infantil que nos aclara la psicología) con su aserradora, su vaquería, sus talleres, el cine, la granja, la canariera junto al coto, del que se ocupaba mi padre, y al que muchas veces iba con él. Por cierto, él plantó muchas moreras, de las que no sé si todavía quedará alguna, y unas palmeras que había en el jardín del coto y que creo —estoy casi segura— tienen mi edad. Recuerdo subir por esas escaleras empinadas, sin barandilla, que en nuestro argot llamábamos “La escala de Jacob”. Siempre de la mano de él. A mí me daba mucho vértigo transitar por ellas, pues siempre he sido muy miedosa. Allí, según yo, ayudaba a plantar cosas, pero me imagino que mi padre me daba semillas de ‘don pedro’ u otras plantas para entretenerme. Una vez, por poco dejo a mi hermana sin nariz al echar para atrás el pequeño escardillo que estaba manejando. Así que imaginaos la ayuda tan grande que sería. También me acuerdo perfectamente que hubo una época en que desde la azotea de mi casa, en la calle san Cristóbal, se podía ver a mi padre de lejos cuando estaba en el patio del recreo.

De esta época, recuerdo que dentro del terreno safista vivía una familia que, imagino, estarían de guardeses o algo así. Se llamaban Fernando Torres y María Sánchez. Ella era hermana del padre Sánchez y, entre los cinco hijos que tenían, la más pequeña, Sierrita, tenía mi edad. Y claro, éramos amigas. Además de con ella, también tuve fuerte amistad con otras niñas, como Marina y Mari Carmen Calles, hijas del carpintero Pepe Calles; Pilarín y Marichón, hijas de don Lisardo y doña Asunción; Juani Valero, hija de Luis, otro carpintero de allí, entre otras, y que no vivían dentro de lo que podíamos considerar el interior de la Safa. Lo hacían en casas pertenecientes a la institución.

Sierrita fue la que me llevó, con cinco o seis años, a confesarme con el padre Mendoza (ya lo conté en uno de mis escritos publicado por la web de Antiguos Alumnos de Magisterio de la Safa de Úbeda, como homenaje al mismo). Cuando mi madre se enteró, le hizo gracia. Y me dijo:

—Vale, muy bien, pero que no se te ocurra dar el siguiente paso; pues si vas a comulgar, no habrá regalos, ni vestido blanco, ni banquete, etc., etc.

Lo que hizo que me lo pensara.

Otra cosa que para mí era maravillosa, y lo sigue siendo, aunque no tanto como en aquella época, era el patio de columnas. En mi época infantil, lo relaciono con los cuentos de hadas. Subías por una sencilla escalera interior y, de pronto, llegabas a ese patio, para mí palaciego, donde yo me sentía pequeña, pequeña y, al mismo tiempo, grande, grande… Era como si fuese una princesa o un ratoncillo que nadie ve.

Tu infancia no tiene relación con estos lugares como la mía, ¿verdad?; pero seguro que a este amable público le interesa conocer tus íntimas impresiones sobre mi patio de columnas encantado y su Escuela de Magisterio.

Fernando:

Esa maravilla en mármol también me impactó sobremanera cuando la vi por primera vez; y más al encontrarme rodeado de gente extraña en búsqueda de un futuro halagüeño.

Mi llegada a la Escuela de Magisterio de ayer nada tiene que ver con la Escuela Universitaria de hoy (nosotros pertenecemos a la promoción 1970—73) que nos trajo un nuevo plan de estudios, el de 1967, bajo el brazo (algo parecido al Plan Profesional de Marcelino Domingo que había cursado mi suegro, don José Latorre Salmerón, en Madrid, y don Manuel García Tejada, tu tío materno, en Jaén, que fue director durante muchos años de la Graduada de Primaria de la Safa de Úbeda), y que traía la gran novedad de poder acceder al funcionariado de maestros, sacando los mejores expedientes de cada promoción. ¡Como era tan bueno este plan, por eso lo quitaron rápidamente! Las expectativas que traíamos cada uno de nosotros, en una España pre—democrática, aquí en la Safa tuvo todos los dejos de laboratorio experimental, pues las ideologías de izquierda se entroncaron con la realidad social y hasta los propios padre Bermudo y otros, incluida cierta parte del profesorado y alumnado de oficialía, maestría y magisterio, reclamaban una libertad más acorde con los tiempos que estábamos viviendo; las excursiones y obras teatrales que hicimos durante los tres diferentes cursos que nos tocó en suerte vivir; las prácticas de enseñanza reales, que no virtuales, que realizamos durante los tres cursos (en los dos primeros, en las aulas de la Safa de primaria; y en tercero, en los distintos centros docentes de Úbeda que cada cual pudo o quiso escoger); aquel baile de disfraces, en la “Siberia”, en el que el padre Bel apareció vestido de ahorcado y que nos impactó tanto, muestra fehaciente de su plante en Santa María de los Reales Alcázares en no hacer la prédica ni seguir la misa, puesto que tanto él como los presentes no tenían propósito de enmienda en el tema de los pecados cotidianos; el profesorado, tan  variopinto y puzzleriano, que nos dio clases en los tres cursos, y las diferencias que hubo en cada uno de ellos; pues, si —en primero— la didáctica y pedagogía fue la tradicional, —en segundo— entraron de lleno los nuevos aires de la enseñanza individualizada, ya que la Safa siempre quiso ser pionera y punta de lanza en todo. Todo esto que refiero, conformaron una gloriosa época, digna de recordar.

Ya que nos has contado esos sabrosos recuerdos de tu infancia, Margui, ahora nos gustaría seguir disfrutando de los de tu época estudiantil.

fernandosanchezresa@hotmail.com

Deja una respuesta