“Los pinares de la sierra”, 186

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Historia de El Hilarino.

Eran casi las diez de la noche, esa hora especial en la que el público de las grandes ciudades apura las últimas horas del fin de semana en los cines, las discotecas y las terrazas. Mientras cenaban, Paco le explicó a Martina su papel con el abogado de Barroso.

―Antes que nada, invítalo a café y procura ponerlo de tu parte. No tendrás demasiados problemas: el dosier lo ha preparado Villa con sumo cuidado, y los abogados ya sabemos cómo son. Al fin y al cabo, Gálvez es solo un fabricante de salchichas y Edén Park un prestigioso grupo, con el que le interesa colaborar. Te pedirá los documentos, los títulos de propiedad, los poderes notariales…, etc. No te preocupes, todo está a punto: los registros de entrada, el sello del ayuntamiento y hasta la firma del alcalde —falsificada, por supuesto—.

Martina sonrió al escuchar lo que Portela le acababa de decir.

―¿Cómo lo has conseguido?

―Gracias a Eduardo Villa. Lleva toda la vida dedicado a la falsificación con su imprentilla casera. Documentos, títulos universitarios, entradas para el fútbol…, ha hecho de todo. Hasta dinero llegó a falsificar.

―¿En serio?

―Es un artista. Tenía un colega, El Hilarino, al que trincó la Guardia Civil en Albacete con una maleta llena de dinero. Al parecer, los billetes de mil eran de tan buena calidad que los vendía a cincuenta pesetas cada uno. Por cincuenta mil, comprabas un millón. Con ellos abonaba la pensión, echaba gasolina, se compraba ropa, pagaba el restaurante y hasta entrada de los toros. Pedía un café, sacaba un billete de mil y esperaba el cambio. Pronto se hizo famoso en la capital manchega: no había un puticlub en el que no lo conocieran. Los billetes del Hilarino corrieron de mano en mano hasta que un día alguien depositó cierta suma en el Santander y se descubrió el engaño: la Guardia Civil encontró la maleta debajo de la cama, y allí acabaron sus correrías. Había lavado más de quinientas mil pesetas, y le cayeron unos años a la sombra; pero nunca confesó la procedencia del dinero. A Villa todavía le quedan, aunque de eso no le gusta hablar.

Encantada con las aventuras que Paco le contaba con la gracia y simpatía de siempre, le cogió de la mano —por encima de la mesa— y preguntó.

―Y, ¿qué se ha hecho del Hilarino?

Paco encendió un cigarrillo, se quedó mirando a Martina y respondió.

―Ahora alquila pisos a personas muy mayores, en la zona del Maresme. Les paga seis meses por adelantado, para ganarse la confianza de los viejecitos y, con la excusa de que viaja constantemente, les pide la escritura y un poder notarial para “contratar los servicios de las viviendas”. Un camelo. Pasa a visitarlos con periodicidad, se interesa por ellos e incluso les regala bombones, flores, colonia… Cuando los ingresan en el hospital o en la residencia, se presenta como amigo íntimo y, antes de que ocurra lo inevitable, vende la vivienda a bajo precio, con grandes muestras de dolor. Así se ha hecho con un respetable patrimonio, según me dijo Villa. ¿Qué te parece?

Tras las risas y los comentarios, pagaron la cuenta, se levantaron de la mesa y, de camino a casa, terminaron de repasar el programa. De cuando en cuando, venía a su imaginación la imagen de Gálvez, y Portela sentía un frío, que le hacía tiritar de miedo. Por un momento, le entraron ganas de confesarle a Martina sus sentimientos, y agradecerle su colaboración, pero le pareció una muestra de debilidad y procuró mostrarse optimista, como si no ocurriera nada, hasta que resolviese aquel embrollo. Estaba a punto de cometer un engaño monumental, y debía aparentar seguridad y presencia de ánimo.

roan82@gmail.com

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