“Los pinares de la sierra”, 167

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- El axioma del timo magistral.

Sin poder dominar su nerviosismo, salió Soriano a telefonear mientras los demás se sentaron alrededor de la mesa, inquietos y preocupados a la espera de noticias, echando ojeadas al reloj constantemente. Loli no se separaba de Martini Rojo y, por la forma de mirarlo, estaba claro que se sentía muy a gusto junto a él. Los más inquietos eran Roque Fandiño y Paco Portela, que no dejaban de fumar porque sabían la que les esperaba, si el timo no salía como lo habían planeado. El ambiente era tenso. A veces la fortuna solo depende de dos letras: sí o no. Si María Luisa había podido engatusar a la esposa de algún buen hombre, todo estaba resuelto porque la cuadrilla estaba preparada para cuajar una faena de mérito; pero, en caso contrario, tendrían que despedirse de los siete millones del botín y enfrentarse a Gálvez, que no tendría piedad de ellos.

Mercader, confiado y optimista, era incapaz de adivinar el peligro. Solo pensaba en el dinero y se comportaba como si la cosa no fuera con él; en cambio Roderas, muy serio y comedido, se acercó a Paco.

―Anda, bebe y no te preocupes demasiado si no quieres volverte loco. ¿No me ves a mí? Cualquier día aparece la pasma para acusarme de un pufo, de los muchos que hice en mi juventud, y me meten un montón de meses en chirona; pero ahora estoy entre amigos y me quiero divertir. ¿Tú crees que el trabajo de desplumar a un nuevo rico no vale una jarra de cerveza con los amigos? Anda, bebe; ya verás como todo irá bien.

Y como en esta vida todo llega, por fin se abrió la puerta; pero, cuando todos esperaban que Soriano les diera la buena noticia, entró el camarero con la bandeja atestada de cervezas: «Estas, por cuenta de la casa», dijo satisfecho.

Soriano no daba señales de vida, Martina y Portela se miraban como si temieran que la cosa no acabase bien, y Fandiño hacía un buen rato que no dejaba de morderse las uñas. Eduardo Villa y Fidel Ezcurra eran los más tranquilos, como si adivinaran las razones del retraso. Mientras tanto, Loli y Martini se miraban con ese embeleso tan propio de los amores primerizos. Tras unos momentos de silencio, volvió a abrirse la puerta del sotanillo, y ahora sí entró Soriano, mudo por la emoción y a punto de echarse a llorar. Se acercó a Portela y le dijo casi al oído: «Lo tenemos, Paco, lo tenemos…».

Casi no se lo creían. Se abrazaron, dichosos y felices ―en especial Loli y Martini Rojo―, riendo y saltando como locos. Se volvió a oír un grito: «¡Viva Soriano!». Y el equipo se puso a golpear las mesas con las jarras, bebiendo sin medida ni prudencia. Tras unos momentos de euforia desbordante, Paco, más calmado, empezó a repasar el papel de cada uno, como un comandante que revisa recursos y armamento con sus oficiales.

―Bueno, ahora que lo tenemos, no podemos fallar. No olvidéis que para engañar hay que actuar con la mayor naturalidad ―dijo Portela―. Con soberbia y chulería es imposible convencer a nadie. ¿Estamos de acuerdo?

Todos asintieron convencidos, sin poner ni una sola objeción.

―¿Alguien quiere añadir un comentario?

―Si me permitís ―dijo Roderas, pidiendo la palabra―, me gustaría decir cuál es el axioma del timo magistral.

Todos prestaron atención a sus palabras como cofrades entusiastas de una secta excéntrica y vanidosa.

―Señores, el timo perfecto es aquel en que el pardillo piensa que engaña al timador. ¿Vale? Solo se consigue la excelencia en la estafa, cuando el pavo se cree que él es el listo y el pícaro el pringao. ¿Se entiende?

Acogieron sus palabras con movimientos de cabeza afirmativos, y Paco continuó con su programa.

―Pues si nadie tiene nada más que decir, vamos a repasar algunos puntos del proceso para que nadie se equivoque.

―A ver, señor Escurra. ¿Ha conseguido el uniforme?

Escurra respondió con las molestas dificultades a que le obligaba su disartria.

Eztá en la davandeguía.

Y se cruzó de brazos, mirando de reojo a sus compañeros, que lo escucharon con el respeto que exigía la imponente humanidad de Fidel.

―Muy bien; no olvide pasar a recogerlo mañana mismo.

Como pudo, explicó que iría el lunes por la mañana y que tenía tiempo de sobra para hacerlo.

―Muy bien; confío en que representará su personaje a la perfección.

A continuación se dirigió a Eduardo Villa y le preguntó por los documentos.

―Ya está redactada la escritura con el membrete de la notaría; tengo también el proyecto que me encargaste, y la maleta a punto.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta