Por Dionisio Rodríguez Mejías.
8.- Portela, si me engañas vas a tener problemas.
Salieron las chicas y dirigiéndose de nuevo a Paco, volvió a tomar el hilo de la conversación.
―¿Te han gustado? No me digas que no; que he visto cómo las mirabas. ¿Quieres que te preste mañana el despacho y te ocupas tú de los contratos? Este es un lugar discreto; tienes whisky, un sofá…, chicas… ¿Qué más puedes pedir? Una cosa, Portela; ¿por qué no dejas el asunto de las parcelas y trabajas para mí?
―Porque ya le he dicho que esos rollos no me van.
―Entonces volvamos al asunto. ¿Por qué me elegisteis a mí para colocarme aquel barranco? Anda, no tengas miedo y dímelo.
―Yo no tuve nada que ver; ya le dije que me acababan de hacer jefe de ventas y no le conocía. De haber sabido que se trataba de un hombre, como usted, le aseguro que no lo hubiera hecho.
―Está bien, está bien; ya veo que fue cosa de Fandiño. No pasa nada; pero sea lo que sea, lo que pienses hacer, quiero que sea ese gallego, hijo de mala madre, el que se ocupe de que todo salga bien. Es justo ¿verdad? Es lo menos que le puedo pedir por haberme tomado por imbécil, ¿no te parece?
―De acuerdo.
―Muy bien; pues ahora que volvemos a ser amigos, cuéntame cómo piensas hacerlo y luego tomaremos una copa, para celebrarlo. ¿Vale?
―Tengo un plan para que usted recupere su dinero, ¿de acuerdo?
―Eso suena bien, continúa. Sigue diciendo cosas agradables.
―Pienso vender sus parcelas el próximo domingo, por diez millones de pesetas; cinco para usted y cinco para mi equipo. Pero para que vea que yo sí que me fío, usted guardará todo el dinero y me entregará mis cinco millones la semana siguiente de cerrar el negocio. ¿Qué le parece? Usted consigue lo que quiere, yo también y todos quedamos como amigos.
―Eres grande Portela. No acabo de creerme lo que dices, pero suena muy bien. Y ahora tomemos esa copa. Pero antes permíteme una última advertencia: no me engañes; no me engañes o en algún momento puedes tener problemas. ¿Capisci?