Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- Cosas del franquismo y los fascistas.
Aunque con cierto desencanto, por no haber sido ellos los agraciados, las señoras mayores y la pareja de recién casados se acercaron también a los papás de Loli para darles su cordial enhorabuena. Lo que no sabían era que si la suerte les había sido esquiva, en esta ocasión, era porque –a juicio del vendedor que los acompañaba– su economía no les permitía comprar y, en casos así, a la diosa Fortuna no le gustaba perder el tiempo. A continuación, se marcharon hacia el autocar y dejaron a Loli y a sus papás, con el vendedor que los acompañaba y con Paco que, en un abrir y cerrar de ojos, sacó los documentos de su carpeta para plasmar el compromiso por escrito.
―Señores, debo felicitarlos de todo corazón. Además de tener una guapísima hija, han tenido la suerte de ganar cincuenta mil pesetas que, con las cien mil que ustedes deberían añadir, tendrían pagada casi la mitad del terreno. El resto ya lo pensaremos en el despacho con más tiempo. ¿Verdad que están de acuerdo?
El padre, preocupado por la situación laboral de Loli, lo miró con cierta inseguridad; luego consultó a la esposa con la mirada y, casi arrastrando las palabras, se atrevió a decir.
―Oiga, señor. ¿Ustedes no tendrían algún trabajo para la niña? Estudia primero de derecho y, aunque un poco tímida, es muy inteligente y aplicada. Si pudieran colocarla en las oficinas –al menos, por las mañanas…–, mi mujer dice que la atendió una señorita muy amable y que le gustaría un trabajo parecido para Loli.
Paco, que hasta entonces había dudado de llevar a buen puerto la operación, a partir de aquel momento vio la magnífica oportunidad que se presentaba ante sus ojos. Sabía que si contrataba a Loli, el padre compraría con total seguridad; pero una operación tan fácil podía hacerla cualquiera y no hubiera tenido demasiado mérito; lo importante era echarle al asunto fantasía, enredar a los clientes y conseguir una venta memorable. Una operación para comentar en Los Intocables los días de juerga.
―El caso ―respondió Paco con una sonrisa y poniéndole, al cliente, la mano en el hombro― es que cada día tengo más solicitudes y más compromisos. No se puede imaginar la cantidad de cartas que recibo a diario de señoritas que quisieran incorporarse a la estructura de Edén Park. Y lo que es peor; amigos, conocidos e incluso autoridades me llaman para que coloque a sus hijas en alguno de nuestros departamentos. Y, a ver cómo le niega usted un puesto de trabajo a la sobrina del alcalde o a la hija del concejal de urbanismo, pongamos por ejemplo. Pero, efectivamente, Loli se lo merece y la obligación de los padres es asegurar a los hijos un brillante porvenir. ¿Están de acuerdo?
―Sí, señor.
Atentos a la conversación, Loli y el vendedor cruzaban miradas sin perder ripio de las palabras de Paco.
―Pues bien, para solucionar estos problemas tan delicados, tenemos una norma: los hijos de nuestros clientes tienen prioridad para ocupar los posibles puestos de trabajo. ¿Lo entiende? Como comprenderán, todas las chicas que trabajan en nuestras oficinas son hijas de clientes importantes. ¿Verdad que es justo? Dígame, ¿quién atendió a su esposa?
―La señorita Patricia ―respondió la madre―. Y, ¿es necesario hablar idiomas?
―¿Por qué lo dice, señora?
―Porque lo de relaciones públicas me lo dijo en inglés.
―Supongo que le diría public relations, ¿verdad?
―Sí, señor, y yo le contesté ora pronobis. ¡Mire qué tontería! ¿En qué estaría pensando? Es que una servidora estudió con las madres dominicas y rezábamos el rosario todos los días. ¡Cosas del franquismo y los fascistas! ¿No le parece?
―Lo de los idiomas no es imprescindible, de momento ―respondió Paco, aguantándose la risa―; lo importante es que los padres sean clientes acomodados. O sea, ricos. Patricia es hija de un doctor muy famoso, que fue de los primeros en comprar. Y algo parecido ocurre con las demás.
―Entonces… ¿No puede ser? ―preguntó el padre—.
―Por favor, caballero, yo no he dicho eso. Pero si lo que buscamos es que su hija consiga un magnífico puesto de trabajo en nuestra empresa, deberíamos hablar con toda confianza. ¿De acuerdo?
―Sí, señor.
―¿Usted podría decirme de cuánto dinero dispone? Me refiero a efectivo; una cantidad, para invertir en terrenos, que el día de mañana valdrán una fortuna.
―Tenemos poco más de doscientas mil pesetas en la cartilla. ¿Verdad, tú?
―Doscientas treinta y cinco mil ―aseguró la esposa—.
―Muy bien. Pero tampoco es conveniente quedarse sin nada. Pensemos en ciento noventa mil que, sumadas a las cincuenta mil del sorteo, hacen doscientas cuarenta mil. Casi un cuarto de millón de pesetas. ¿Verdad? Pues con una entrada como esa, y por tratarse de ustedes, les puedo hacer unas condiciones especiales para tres parcelas y asegurarles que, en un par de semanas, Loli estará trabajando en nuestras oficinas.
―Y, ¿cuánto tendríamos que pagar cada mes?
―Por eso, no se preocupen; con el dinero que la niña cobrará mensualmente, tendrán suficiente para atender las letras y aún les sobrará.
―¿De verdad?
Seguro de que habían mordido el anzuelo, y que tenía la operación en el bolsillo, Paco se puso digno, haciéndose el ofendido.
―Si tienen dudas, es mejor que nos olvidemos del asunto. Yo me he limitado a exponerles la situación con toda franqueza y ahora son ustedes los que deben decidir.