“Los pinares de la sierra”, 134

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- Loli y sus papás.

Pasó Paco por las mesas, entregó las cámaras fotográficas y observó que la chica, que acompañaba al matrimonio, era una señorita discreta, alegre, delgadita y con unas gafas que le daban cierto aire intelectual. Se veía a legua que, con su aire sencillo y modosito, se comía con los ojos al vendedor, que estaba como un flan por su corta experiencia en estas lides. Para lucirse ante la familia, Paco preguntó el nombre de la muchacha, sacó el boleto del sorteo y, en lugar de poner los nombres y apellidos de los padres –como hubiera sido natural–, escribió de su puño y letra unas palabras especiales: “Loli y sus papás”.

―¿Les gusta?

―Sí, señor ―respondió el matrimonio—.

―Pues espero que tengan suerte y sean ustedes los afortunados ―dijo, mientras se marchaba y entregaba el boleto al vendedor—.

Se sirvieron los cafés y las copas, como de costumbre; luego, el personal se levantó de las mesas y comenzó el desfile hacia los autocares. Una vez en la finca, el trabajo no resultó tan espectacular como otras veces, por la irremediable falta de quorum. A las señoras mayores, se les “reservó” una parcela “sin compromiso”, aunque el vendedor gritó con todas sus fuerzas: «Parcela seiscientas doce, vendida». Puro teatro para mover un poco a las familias, y elevar la moral de los posibles compradores. Otro tanto se hizo con la parejita joven y, como no había duda, el sorteo se reservó para los padres de Loli.

El cielo se había despejado y el aire del campo tenía el olor agradable de la tierra mojada. La escasez de público impidió formar el corro habitual y, en esta ocasión, Paco se puso frente a los viajeros, con su carpeta en la mano, y empezó a largar el discurso de siempre, que el señor Gálvez escuchaba a distancia con la desconfianza propia del policía sediento de venganza, que no le gusta ver cómo unos golfos engatusan a la víctima.

―Por favor, presten atención, señoras y señores: en nombre de Edén Park, la urbanización más exclusiva de Cataluña, y de su Consejo de Administración, les doy las gracias por su asistencia. A las familias que han “comprado”, las felicito sinceramente; y, a las demás, les deseo que resulten agraciadas con las cincuenta mil pesetas que descontar del valor de una parcela.

Aplaudieron los tres vendedores, porque los clientes, hartos de andar por las calles llenas de barro, solo pensaban en regresar a Barcelona. De mal humor, aunque forzando una sonrisa para disimular, Paco solicitó una bolsa; una de las señoras le entregó el sombrerito, se depositaron en él las papeletas, se agitaron con la solemnidad que el momento requería y uno de los vendedores dijo en voz alta.

―¡Una mano inocente!

Paco le pidió a Loli que se tapara los ojos con la mano izquierda y con la derecha sacara uno de los boletos que había en el sombrero. Con manifiesta timidez, la chica se quitó las gafitas, se tapó los ojos con una mano y, tanteando con sus finos dedos, metió la otra en el sombrero, cogió una papeleta y se la entregó al jefe de ventas.

―Y ahora, señoras y señores, vamos a leer el nombre de la familia, a la que Loli ha favorecido con la suerte. ¿Algún voluntario quiere hacer de presentador?

En vista de que nadie se ofrecía, Paco entregó el boleto a la viejecita que había prestado su sombrero y, tras unos instantes de titubeo, la señora leyó con voz clara, como la locutora de un concurso televisivo.

―Los agraciados son “Loli y sus papás”.

Todos se echaron a reír y la viejecita levantó el boleto con las dos manos.

―Así está escrito en la papeleta; compruébenlo ustedes mismos.

La algarabía y el escándalo no fue el de otras ocasiones; pero el efecto que causó en la chica y, sobre todo en sus padres, fue decisivo. Con la excusa del sorteo, los vendedores se abalanzaron sobre la familia, felicitando y apretujando a la muchacha, que parecía encantada de recibir los parabienes de los muchachos.

roan82@gmail.com

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