“Los pinares de la sierra”, 108

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- La carta.

Me la entregó con un extraño gesto, entre la displicencia y el patetismo, mientras seguía dándole vueltas al asunto de Pato.

―¿Será desgraciado? ¿Pues no me dice que no ha encontrado una excusa para escaparse de casa y venir a verme? Y me lo cuenta ahora, cuando lo llevo esperando toda la semana. Las cosas se dicen de frente y a la cara. ¿No? A una chica no se la planta por teléfono. Después de lo que le he ayudado a este gilipollas. Bueno ―me dijo, mirando su reloj― a ver si te marchas de una vez, que Jimmy no tardará en llegar y si te encuentra aquí se va a poner muy pesado con los celos y las suspicacias.

―Oye, ¿no hubiera sido mejor que me entregaras la carta cuando llegué?

―Lo siento; no me acordaba.

Supongo que no le gustó la manera como la miré, porque me replicó al instante.

―¿Qué me quieres decir? ¿Eh? Anda, habla claro.

―Pues que esta forma de vivir no te llevará a ninguna parte; que no está bien arrastrarse por la vida mendigando amor; que estás arruinando tu juventud con cuatro viejos que se aprovechan de ti, y que, a la mujer fácil, nadie la valora. En fin, yo no soy nadie para decírtelo; ya eres mayor para saber lo que te conviene.

Me miró con cara de preocupación, y terminó de vestirse mientras salía del piso, ansioso por leer la carta que me había escrito Gracy un mes después de su partida. Me senté en la primera terraza solitaria que encontré en la Gran Vía, pedí un café y abrí el sobre con enorme emoción.

Queridísimo Javier:

Perdona mi tardanza en escribirte, pero cuando tratamos de alcanzar la gloria, el tiempo vuela. Ahora que he regresado a mi país y he vuelto a relacionarme con mi gente, he comprendido que posiblemente mi sitio esté aquí, junto a las personas a las que me debo. Al leer esta carta, quizás estarás triste como yo lo estoy, cuando recuerdo con nostalgia los días que pasamos en Barcelona, y en las dulces horas que vivimos juntos. Sé muy bien que no te olvidaré los años venideros, y que también tú me recordarás con el mismo cariño con el que te recuerdo. Estoy orgullosa de hacer lo que hago, y no quiero intentar otra cosa, porque -si lo hiciera- fracasaría y me decepcionaría a mí misma. Muchas personas envejecen y mueren sin haber soñado con el éxito, ni tener las posibilidades de las que yo disfruto.

¡Perdóname! Estoy viviendo días de pesadilla entre esta caterva de locos, que se tienen por genios y pretenden emular a Francis Ford Coppola. Me han propuesto un papel en dos películas -muy malas por cierto-, pero eso no me preocupa demasiado. He tenido la suerte de que el productor se encaprichara de mí, y yo le doy carrete porque, en esta difícil profesión, no hay trampolín más fácil y seguro que encontrar promotores que nos ayuden a ganar la fama y la popularidad.

No estarás celoso, ¿verdad? No, amor mío, no debes estarlo. No hace más que invitarme a cenar, luego tomamos unas copas y me acompaña a casa. Eso es todo. Quiero que me comprendas. ¡Estoy tan sola! Tú en Barcelona, y yo entre estas alimañas sedientas de sangre de las que depende mi futuro.

Javier, cuando las sombras envuelvan Barcelona y en el cielo se enciendan las estrellas; cuando sientas que se estremece tu interior al contemplar una emotiva escena en la pantalla; cuando veas que unos ojos se iluminan por amor; cada vez que unas tiernas palabras te hagan pensar en mí, también yo te recordaré en la lejanía; pensaré que estás entre mis brazos y sentiré palpitar tu corazón. Me niego a que nuestros recuerdos se borren con el tiempo, y que otros, añejos y marchitos, ocupen su lugar.

No te olvida:

Graciela Figueroa.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta