¿No queremos darnos cuenta?

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

El caso reciente del sujeto Rodrigo Lanza y la consecuencia mortal de su acto debiera hacernos recapacitar sobre los cimientos cívicos, sociales, morales y políticos en los que estamos asentados desde hace años.

El caso -creo que es sabido- de un intercambio de insultos supone que el político (a uno que se le tacha de fascista porque se opone a un antisistema, en horas mañaneras y ambiente de copas y demasiado alcohol y tal vez algo más) se pasa a los golpes y el protagonista de este inicio presuntamente decide acabar con el “enemigo” a base de golpes de barra en la cabeza y por la espalda. Y aquel hombre, tal vez fascista, acaba muriendo.

Todo se podría interpretar como una de tantas riñas habidas en los fines de semana cerca o dentro de discotecas y locales de copas, demasiado frecuentes por demás, que terminan muy malamente para alguna de las partes. Mala suerte y a otra cosa. Pero es que esto, y por causa del agresor, tiene más leyenda.

Nadie tiene la culpa de que un ancestro haya tenido una historia más que tenebrosa o haya sido colaborador de tal o cual régimen político olvidable. Uno no tiene por qué pagar por las culpas de los antepasados, ni llevar el estigma de lo que no fue. Pero es cierto que el abuelo de Lanzas fue almirante de la marina chilena, colaborador con el dictador Pinochet; lo consigno porque hasta me serviría de justificante el grado de culpabilidad que sus descendientes (y el que nos ocupa) arrastran como penitencia por los pecados de su pariente. Sería, si no algo razonable, sí al menos emocional.

Parece ser que, como reacción, esta familia instalada en Barcelona pasó al extremo contrario (al igual que tantas otras en esas situaciones, que pretenden hacerse perdonar) y el muchacho se hizo un activista muy activo (perdóneseme la reiteración) en las bandas anticapitalistas, antisistemas y okupas. Verdaderas bandas que alardean de no respetar normas ni leyes, de las que dicen no gustar, y que recurren incluso a actos más o menos violentos para hacerse notar o para llevar a cabo el funcionamiento de sus comunas libertarias. Se dicen de cultura alternativa (¿eso existe?) y suelen vivir donde les place o donde ocupan los locales; a veces, algún ayuntamiento -en principio, para quitárselos de encima- les facilita el albergue (y se apuntan a esa moda que se dice libre y participativa, sin supuestas reglas ni jefes; lo que es falso). El de Barcelona así lo ha hecho.

Estos elementos son en general reacios a respetar nada que provenga de esta sociedad supuestamente esclava y los demás ciudadanos sufren sus consecuencias. Se tienen la guerra declarada con la policía, como ejecutores de la represión fascista, y son frecuentes los enfrentamientos, porrazos y detenciones. En uno de ellos, Lanza hirió de gravedad a un municipal, dejándolo tetrapléjico. Fue acusado, juzgado y cumplió condena de prisión.

Hasta aquí podía haber quedado el tema. Pero en 2015 se filmó un documental -“Ciudat Morta”- del que Lanza era protagonista y en el que se desarrollaba la tesis de que aquello fue un  montaje de la policía (pero cierto que uno quedó paralítico) y que todo era una venganza para acabar con su movimiento okupa. Esta es la reacción de un supuesto izquierdismo de salón siempre biempensante y justificante de lo que sus extremos hacen, que consideran como especies protegidas en peligro de extinción. Y les ríen y jalean sus gracias, que casi siempre peligran de no serlo.

Porque no se trata de tener una ideología y defenderla como camino para mejorar la sociedad en general, en todas sus variantes, no; se trata de imponerse a esa sociedad, de violentarla, de acosarla como paradigma de lugar común y de convivencia cívica, libre y pacífica y, sobre todo, democrática. Y, cuando digo democrática, lo digo en el sentido amplio y respetuoso de la palabra, que es el respeto a las normas de la mayoría. En sus idearios, si es que existen de forma definida y concreta (cosa que dudo), a lo más que llegan es a desear la “unión” de todos a sus tesis, o sea, establecer una dictadura uniforme y hasta uniformada si me apuran. Por eso, los he definido (a los tipo CUP y demás) como “escoria doctrinaria”.

Hasta entendería lo anterior, si tiene grado de entendimiento; pero es que hasta eso es difícil aceptarlo. Lo que sí que entiendo es que el caso y otros demuestran el fracaso del sistema educativo como vía hacia una sociedad democrática y culturalmente e intelectualmente capacitada y abierta al debate o al consenso, razonados. Hemos cultivado a una tanda de padres/madres inconscientes o conscientes, pero da igual de sus deberes para con la educación de sus hijos, permisivos y hasta animadores de sus delirios e infantilismos crónicos, que todo lo justifican en aras de la intangibilidad de sus vástagos, tan frágiles los pobres (y ahí va la madre del citado, aduciendo que estar en prisión le puede crear un severo trauma, claro; pero es que a cualquiera se lo puede causar, leche).

Por lo que veo, y los últimos acontecimientos ratifican (y también ya lo denuncié como mal actual) tanto supuesto nivel educativo y cultural no sirve ya en estas sociedades ahítas de estado del bienestar, ni los esfuerzos han ido hacia la perfección del sistema, sino todo lo contrario; se ha logrado crear una sociedad de papanatas con escarapela revolucionaria o semejante, que prefieren seguir al flautista de Hamelin de turno, aunque este los lleve al exterminio. Es un fenómeno que afecta a occidente y me da que está bien alimentado, por quienes desean la destrucción de nuestra forma de vivir o de sus logros. Subrepticiamente se va hacia la debilitación, como un cáncer invisible que, cuando se manifiesta, ya es irreversible de nuestros pueblos, y la debilitación y la ruptura es su principio.

Si no estamos alerta, y no lo estamos porque no hay quien sepa mostrarlo sin contaminarlo todo por sus meros intereses cortoplacistas, estaremos abocados a la catástrofe no muy lejana.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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