Por Salvador González González.
Lo que decía en el último artículo se ha cumplido en el 90%; queda el otro 10%, previsible a saber:
a) Huelga general para acabar de amedrentar a la población y a los constitucionalistas, de manera que con arreglo al mayor o menor éxito de la misma se impondrá el siguiente paso (ya celebrada una huelga 100% política).
B) Declaración unilateral de independencia, visto como lo tenían todo previsto (ocultando decisiones y buscando el engaño y el despiste), como ocupación de colegios electorales con madres y niños, urnas opacas para así no determinar exactamente qué papeletas iban entrando o si algunas ya estaban con anterioridad, inanición de los mossos de esquadras que dejaron solo al resto de los cuerpos de seguridad del estado, que tuvieron que hacer frente al marrón de una masa enfervorizada dispuesta a todo.
Es lamentable, ciertamente, la imagen de una policía cargando contra una multitud que quiere votar, pero también lo es una multitud provocando a esa fuerza de seguridad que, cumpliendo una orden judicial, debía evitar un acto ilegal, como era votar (en ese referéndum, por haber sido declarado ilegal). También se han visto imágenes de mujeres provocando a policías, una y otra vez.
Ya decía yo que esperaba que no sucediera algo lamentable; lo ha sido, pero lo mismo ocurrió cuando rodearon el Parlament y hubo que sacar a los parlamentarios catalanes de allí, empleando la fuerza. Además, era lo que pretendían los soberanistas, para así movilizar más a la ya enfervorizada masa, con un plus de victimismo y suerte hasta ahora, que todavía no ha habido un muerto por el bando independentista; que, por el de la policía, indirectamente si lo ha habido, al fallecer uno de ellos por infarto (la tensión y apabullamiento de las masas seguro que habrá ‑con toda probabilidad‑ tenido algo que ver con ello). Amén que lo acontecido es perfectamente homologable a como la hacen los cuerpos de seguridad del estado en cualquier país democrático europeo, verbi gratia contra los anti sistemas, cada vez que se reúnen los grandes países que mueven la economía global.
Viendo cómo han actuado los mossos de esquadra, como policía del régimen independentista, no sería extraño que se declarara la independencia ésta, obedeciendo el dictado de Puigdemont y Junquera; y, sobre todo, por presiones de la CUP. Que ocuparan lugares estratégicos como el aeropuerto, el puerto, e instalaciones diversas; por tanto, el conflicto servido ya en todas sus dimensiones. Ya los dirigentes habrían dado un paso en su actuación delictiva pasando de la sedición a la rebelión, penados ambos delitos con bastantes años de cárcel y, complementariamente, de inhabilitación.
Consiguientemente, por su persistir en el pulso al Estado Constitucional y de Derecho, demuestran que lo suyo no es dialogar; quieren lo que llevan años incubando y preparando: la independencia. No les va a importar cómo ‑ya hemos visualizado‑ usar a las personas como escudo, incluyendo a niños, y ahora seguirán; ni tampoco la fractura social ya creada, de manera que una minoría de la población, sobre un 30% más o menos, pretende imponer su tesis al resto.
Mala papeleta se nos presenta: una sociedad totalmente mediatizada y condicionada; y el resto, asustada por las consecuencias. Para estos sediciosos, la consigna es, cuanto peor se ponga la situación, mejor para sus fines.
Afortunadamente, en el papel que a la corona, constitucionalmente le asigna el Art.56.1: “El Rey es el Jefe del Estado símbolo de la unidad y permanencia…”, ha sido ejercida con autoridad y, sin dudas, ante un hecho similar al 23 F. De manera clara, ha dicho lo esencial en estos momentos de deslealtad anticonstitucional y, por tanto, ilegítimo por las actuaciones vulneradoras de la Constitución y del propio Estatut de los dirigentes de la Generalitat, ha mandado un mensaje preciso y contundente al ejecutivo. Ya no valen medias tintas; hay que actuar de manera que se restablezca la legalidad contravenida al precio necesario que haya que pagar, dando un mensaje de esperanza a los catalanes y españoles preocupados por la deriva secesionista. ¿Continuarán los escraches contra la policía y guardia civil? ¿Los mossos seguirán actuando como policía política al servicio de los golpistas? ¿Tendrá que intervenir el ejército de una manera u otra? ¿Serán detenidos y juzgados los responsables de estos actos? ¿Se producirán daños colaterales al tener que emplear la fuerza? Como pueden suponer, las respuestas no pueden ser dadas en estos momentos; todo dependerá de muchas variables; lo claro es ‑como ha dicho el Rey‑ que hay que parar esto, como sea, empleando en cada momento los medios para ello; y el ejecutivo, representado en la persona de Rajoy, debe haber tomado nota del mensaje y, por supuesto, más pronto que tarde los responsables darán con sus huesos en la cárcel: se lo han ganado a pulso.
Lo mejor sería ‑a mi parecer, en estos momentos‑ un gobierno de concentración y salvación nacional que asumiera las tareas necesarias para volver a poner las cosas en el sitio de la legalidad constitucional, asumiendo transitoriamente los poderes de la Generalitat y, una vez sosegado el tema, convocatoria de elecciones generales y autonómicas, que restablecieran los puentes de diálogo. Creo que los actuales dirigentes en ambos gobiernos no debieran formar parte de la nueva realidad que surja de ese resultado electoral (por supuesto, aquellos que sean condenados por imperativo de la condena a la que los tribunales les sentencie es lógico que así sea), para que esos actores distintos reanuden los diálogos, ya no sometidos a chantajes, ni presiones, sino en atención a la realidad posible, asumiendo reforma constitucional y estatutaria consensuada y posterior referéndum en ambos casos.
Reconozco que, a veces, una cosa son los deseos y otra las realidades que van surgiendo. Estaremos pues a verlas venir; no nos queda otra.