Por Mariano Valcárcel González.
Veamos si aporto algo de luz sobre este tema tan podrido de la secesión catalana.
Me centro primero en un aspecto que tal vez no se haya tratado en demasía, o que se mantiene en sordina, cual es a quiénes beneficia esta secesión e incluso la animan más o menos abiertamente desde el extranjero. No es baladí tal exploración que se hizo tan trágica en nuestra pasada guerra civil, cuando las potencias que debían haber ayudado a la República se pusieron de perfil, dejando que Alemania e Italia interviniesen con descaro, al igual que la URSS. Porque se puede ayudar, o entorpecer, desde la aparente neutralidad.
Siendo ahora y con la actual situación geopolítica, es obvio que hay dos potencias a las que el tema les interesa, por sus consecuencias. Las dos buscan la debilitación de Europa, que les estorba como potencia alternativa y competitiva; y, llevar a España a una situación caótica, es indudable que no beneficiará el proyecto europeo. ¿Qué potencias son? Pues EE UU y Rusia, que en estas cosas andan aliados; la una por la política de Putin, claramente expansionista en lo territorial; y los otros, por la idea de Trump del “América primero”, que desea libertad exclusiva comercial para su economía. Europa les estorba como freno y competidora (y tal vez también hubiese que incluir a China, en este negocio).
Por lo tanto, dejar que España se pudra es debilitar bastante el flanco europeo, territorial y económico. Para Inglaterra, además es un triunfo, dada su posición específica de salida de la Unión Europea, que pone a esta Unión en cierta debilidad para negociar esa salida y, específicamente, esos acuerdos de salida, que los ingleses pretenden que sean lo menos lesivos para sus intereses (que a la vez, fíjense, son los de Trump y con este movimiento ya ha logrado un paso en sus objetivos). Inglaterra puede volver a la posición tradicional respecto a los problemas internos de España, a ponerse otra vez de lado, por una cuestión histórica de perjudicarnos.
También, en la misma área europea, hay que contar con esos países pequeños que tuvieron tradicionalmente animadversión hacia el nuestro y que ahora, en nombre de cierta sacrosanta libertad de los pueblos, verán con buenos ojos que se deje hacer al catalán. Excusarán e incluso minimizarán las manifiestas vulneraciones de nuestras leyes, las calificarán de opresivas, y le darán toda la credibilidad a la versión de los secesionistas, mandando incluso políticos para que la constaten y den fe. Creando así un punto débil en la argumentación legal, tanto del gobierno español como la de las entidades europeas y, por lo tanto, la posibilidad de dar los hechos por sentados y admitidos.
Claro está que, en apariencia, a Francia no le interesa esta situación, por sus posibles repercusiones tras sus fronteras; pero hay que recordar cómo capearon lo que se les podía venir encima, respecto al problema vasco. Dentro de su territorio, no hay lugar a secesión alguna. Y punto. Y mientras las que se produzcan fuera no les afecten e incluso pudiesen sacar beneficio… Alemania está lejos y nuestros movimientos telúricos no le afectan. Tanto este como el anterior país no considerarían esta secesión en España, más por motivos ideológicos y de coherencia con el montaje europeo que por sus consecuencias para nosotros. Saben lo que anteriormente expuse: que los debilitaría como conjunto frente a las otras potencias. Con ello, cuentan desde Madrid ‑y en ello se escudan‑, como el torero que se refugia tras el burladero sin dar ni un pase al morlaco, por miedo.
Nombrar entre los interesados que se produzca la secesión a los bolivarianos de Venezuela, es obvio. El enfrentamiento, más que ideológico ‑hasta personal‑, de Maduro con Rajoy, es manifiesto; y aquel, ayudado por sus acólitos españoles (si no hasta teóricos de su gobernanza), que ven cómo por acá se empiezan a dar las condiciones ‑más que teóricas‑ materiales, para llevar a cabo una acción revolucionaria eficaz, no se corta en clamar contra la “opresión” del gobierno de Madrid. Beneficiará y dará alas al independentismo y será uno de los primeros en reconocer internacionalmente a la República Catalana. Luego podrían seguirle algunos del área sudamericana de su cuerda e incluso Cuba.
No puedo olvidar que la magnífica democracia popular de Corea del Norte se apresuraría a aceptar la existencia del nuevo estado. Y, tal vez, otros países implicados en secesiones e incluso guerras provocadas por las mismas.
El pretendido frente internacional en defensa y protección de la legalidad española vigente, que tanto canta este gobierno, se puede ‑y yo creo que ya lo está‑ debilitar bastante. No veo precisamente que el trabajo de propaganda exterior y de captación de simpatías, entre los demás países, esté dando fruto alguno; y digo esto, en la creencia de que eso se ha hecho; lo cual, ya dudo bastante y bastante más en su efectividad. La posición española se debilita constantemente y, si desde hace ya demasiados años nuestra influencia exterior es casi nula, ahora podríamos calificarla como de cero.
La política del gobierno, tanto en el exterior como en el interior, ha sido nefasta, por lo mal que se previnieron los acontecimientos, por la mala respuesta una vez desarrollados, por la sensación de torpeza total, de ir a remolque de las cosas, de ir improvisando, de falta de cálculo y, por supuesto, por falta de acciones que no fuesen las de dejar que los hechos quedasen en meros atentados a las leyes (que lo son, no hay duda) y en manos exclusivas del sistema judicial. Vaya usted ahora con meras argumentaciones legalistas a los foros internacionales.
Claro que pueden haber más datos, causas y argumentaciones ocultas o que yo no los tenga para seguir el análisis desde el punto de vista de su repercusión europea e internacional; pero creo que los expuestos son obvios y a tener muy en cuenta para el posterior desarrollo de los acontecimientos. Luego intentaré penetrar en a quien o quienes beneficia esta situación dentro de la misma España.