Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- La operación del milagro.
Paco, que llevaba un buen rato esperándoles a la salida del ascensor, los saludó como si fueran de su familia, y los acompañó a la sala donde se firmaban los contratos. Sobre la mesa, perfectamente alineadas, estaban las carpetas con los documentos, las letras y media docena de bolígrafos Bic. Con su natural aplomo y simpatía, los acomodó retirando el respaldo de las sillas de las señoras, gentilmente; y, cuando los dos matrimonios estuvieron instalados, pidió permiso para avisar al jefe de ventas.
Al poco rato, entró el señor Bueno con su impecable traje gris marengo, que reservaba para los grandes acontecimientos. Después de saludar a los caballeros, hizo una ligera inclinación de cabeza, tomó la mano de una de las señoras e hizo ademán de acercársela a los labios como si fuera a besarla; acto seguido, repitió el gesto con la otra y ambas quedaron anonadadas por tan extrema caballerosidad.
Afortunadamente, en esta ocasión no surgieron problemas y, en una media hora, la operación quedó zanjada sin el menor contratiempo.
―Tenemos venta para cien años y un día ―afirmó el señor Bueno, cuando los clientes se marcharon—.
―Hombre, no le iban a poner inconvenientes a un regalo de la Virgen ―bromeó Paco, con su acostumbrada socarronería—.
Acababa de ganar cuarenta y cinco mil pesetas y estaba loco de alegría; pero sentía una monumental curiosidad por averiguar cómo el jefe de ventas había escamoteado la papeleta del sorteo, a plena luz del día y ante los ojos de todos los clientes. Le dije que nos explicara el secreto, pero él se echó a reír y se negó a exponer cómo lo había hecho.
―Más adelante lo sabrán. Hoy vayan a celebrar el acontecimiento. Vender cuatro parcelas de una tacada no es algo que se consiga cada día.
―Al menos, díganos a quién le hubieran correspondido las cincuenta mil pesetas, de no haber mediado su providencial intervención ―insistió Paco—.
―¿Se refieren al nombre que había en la papeleta que el niño me entregó?
―Sí, señor.
―Era de la familia que acompañaba el señor Mercader. O sea, que gracias al cielo, la empresa se ahorra el descuento, y ustedes ganan una operación. ¿Qué les parece?