Por Mariano Valcárcel González.
Leo que este año irán para la vendimia tres mil quinientos trabajadores de mi provincia (o eso tienen previsto, que párese usted a comprobarlo o en qué se basan para esta previsión). Pues sí, que se siguen haciendo levas de peones para que en septiembre se planten en los llanos manchegos o en los predios franceses para cosechar la uva.
El trabajo al que acudían año tras año muchas familias al completo y mucho personal suelto o por su cuenta, independiente hasta de sí mismo, para allegarse un muy necesario y trabajado dinero con el que ir tirando hasta que la campaña aceitunera los volviese a solicitar, pero esta vez generalmente en el propio suelo.
Recuerdo con pena aquellos trenes cargados hasta los topes (y casi no es metafórico), los expresos nocturnos por lo general, que salían de la estación de Baeza (los de Úbeda nos negamos siempre a admitir que era su nombre oficial Estación de Ferrocarril de Linares-Baeza, y preferíamos ya, ante la cruel evidencia de que nunca jamás de los jamases habría estación alguna de algún ferrocarril en nuestra demarcación, adjudicarle la buena nueva a los vecinos baezanos antes que a los linarenses; cosas del sentir, que dirían ahora con mucho empaque los catalanes) rumbo a la Francia gabacha, pasando tras travesía larga y tediosa, infinita, desesperante, por tierras manchegas, levantinas y catalanas. Era eso que ahora llaman el pasillo mediterráneo, que tras caer desde La Roda de Albacete (nudo ferroviario) llevaba los convoyes hasta la misma línea fronteriza, allá en Port Bou.
Ya nos quisiésemos dar con un canto en los dientes, ya, si todavía existiesen esos trenes de la noche y del día que como fuera, con carbón o diésel, se arrastraban por los anchos caminos de hierro españoles. Al menos, sabríamos que todavía teníamos la oportunidad de comunicarnos de alguna forma directa (y relativamente barata) con aquellas altas tierras. Cortado nos han cortado hasta los hierros y los enlaces, que da pena y deprime mucho constatar que desde Linares-Baeza apenas si podemos largarnos a Madrid (porque la línea de Despeñaperros todavía la mantienen en servicio, que Dios quiera sea por mucho tiempo); algún enlace con Sevilla-Málaga-Barcelona que mejor ni tomarlo, porque todavía resulta peor que los antiguos citados; una excursión a Almería, que por el camino te puedes hasta bajar a coger florecillas del campo, tal es la velocidad que alcanza el talgo (¡un talgo, gloria de nuestra ferroviaria gloria, a diez kilómetros por hora y con parada campestre cuando menos se espera!).
Y he puesto que nos han cortado hasta los enlaces, porque no se le ocurra a usted ser descargado en la estación referida como no sea para ir a Linares (que tiene línea de autobús urbano cada ciertos minutos), porque si va para otros lares, por ejemplo toda la zona este provincial, ya puede hacer autoestop (y ahora con la autovía menos todavía) o apañarse un taxi que le cobrará por la carrera más de lo que le costó el billete de ferrocarril. Autobuses de línea no espere a la hora que le conviene, porque tienen sus horarios y sus rutas que no coinciden en la práctica con los de las llegadas o salidas de los escasos servicios que quedan.
Había personas que llevaban muy mal lo de subir a un vagón que llevara trabajadores para la vendimia. Polvo, sudor y lágrimas. Casi era como meterse en el expreso que venía de Algeciras, cargado de moros, que entonces hasta se desplazaban en tren. Había que ponerse en la piel de quienes apenas tenían nada y pretendían al menos comer o beber una temporada; pero eso, a muchos, le producía hasta asco. Así que tener que coincidir en un departamento con aquella caterva (sin embargo, de todo había) era un suplicio inevitable, pues al menos se conseguía ir sentado, que lo peor o frecuente era tener que quedarse en el pasillo y andar tirado para intentar dormir la larga marcha, con la cabeza en la maleta de cartón. Si aquellos vagones ya eran del diecinueve, se salía uno a los balcones que a los extremos tenían y tomaba el aire (y la carbonilla de la locomotora).
Sí, aquellas personas marchaban a deslomarse de sol a sol y luego, supuestamente, descansar en condiciones que hoy se las dejamos a los trabajadores inmigrantes (y nosotros ya no las queremos, pero que nos parecen de lo más normal para ellos; ¡cómo nos olvidamos de lo que no hace tanto sufríamos en nuestras propias carnes!). Dicen, que yo nunca estuve, que las condiciones en territorio francés, con no ser buenas, eran mucho mejores que las que acá se brindaban, pues siempre fue máxima imperante entre los patronos el «Ya sabes, son lentejas…, que hay muchos esperando este puesto».
Así que, a pesar de la propaganda oficial del gobierno andaluz y de sus logros habidos, la realidad es que todavía la situación social y laboral de nuestra tierra no se ha solucionado en sus fundamentos, que persisten las condiciones de antaño. Tras tantos años de gobierno monopolizado por el socialismo andaluz, ya debería ‑siendo hora‑ que la revolución socialdemócrata a lo nórdico se implantase de una puñetera vez. Y no niego que algo se haya logrado, que no pasan las décadas en balde, pero no es suficiente; que lo demuestra esa cantidad de peones que esta campaña se largarán para la vendimia.