Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- La profesión más segura del mundo.
No conocía las playas del litoral, ni había tenido tiempo de enamorarme. En fin que, fuera como fuera, poco podía perder por acompañar a unos clientes e informarles del precio de los terrenos. En aquel estado de desorientación, yo fui el único que se levantó cuando entró en la sala el señor Bueno; los demás se quedaron sentados. Se presentó como jefe de ventas de la empresa, dijo que el volumen de negocio exigía ampliar el equipo comercial, y que esa era la razón por la que estábamos allí. Hizo un par de bromas, y nos invitó a presentarnos, uno a uno. Dijimos el nombre, los apellidos, y nuestra ocupación actual. Cuando el último terminó de hablar, nos lanzó una pregunta.
─¿Quién de ustedes me puede decir cuál es la mejor profesión del mundo?
Nadie respondió. Yo tenía muy claro que las mejores carreras eran medicina, arquitectura, ingeniería, farmacia…; pero como imaginé que la pregunta iba con segundas, me callé por prudencia.
─Me refiero ─continuó el señor Bueno─ a una profesión en la que no exista el desempleo; en la que cada uno decida el dinero que quiere ganar sin depender de un jefe que le amargue la vida y, al mismo tiempo, se sienta libre y dueño de sí mismo. A ver, ¿quién se atreve?
Levantó la mano un tipo grande y fuerte que parecía que se iba a comer el mundo.
―Muy bien, dígame: ¿cuál es para usted la mejor profesión?
―Medicina —respondió muy seguro, mirando a los demás—.
─Sí señor, ser médico es importante; pero un doctor tiene también limitaciones: hay muchos en paro, sus ingresos no son tan elevados como la gente cree, están sometidos a penosos horarios, y dependen de un jefe que a veces les trata como a reclutas. ¿De acuerdo?
Se hizo un largo silencio hasta que volvió a preguntar.
─¿Alguna otra profesión que les parezca interesante?
─Arquitectura ─respondí—.
─¿Está seguro, señor Aguilar? ¿Sabe cómo terminan los arquitectos a los que nadie les encarga un proyecto?
─No, señor.
─Pues trabajando en una oficina técnica, como delineantes, en el mejor de los casos. ¿Vale la pena quemar la juventud estudiando una carrera tan difícil, para acabar trazando rayas con un tiralíneas y un compás? Respóndame con sinceridad.
Aunque pensaba que no llevaba razón, no quise insistir.
─Si yo fuera arquitecto ―continuó con categórica seguridad―, lo primero que intentaría es encontrar un representante que me llenara la oficina de proyectos, para contratar a delineantes que trabajaran para mí. ¿Están de acuerdo?
Casi todos nos echamos a reír.
─¿Algún otro piensa que existe alguna profesión mejor que la de vendedor?
Después del aplastante revolcón que me había dado, nadie respondió.
─Señores, la profesión en la que nunca hay paro, en la que uno se siente dueño de sí mismo y decide el dinero que quiere ganar, sin someterse a horarios inhumanos, no lo piensen más: es la profesión de comercial o vendedor, como ustedes prefieran.