Lo que la verdad esconde

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

«¡La breva!». Así gritaban algunos espectadores del lumpen, en los cines de verano, cuando una criatura de teta se ponía a llorar desaforadamente en medio de la interesante proyección; con esa expresión le indicaban a la madre que se pusiese a dar de mamar de inmediato y con ello, seguro, se acabarían los berreos.

Por otro lado, estaba mal visto el que ello se hiciese en lugares públicos, creo que más por criterios de honestidad y pudor que por otra cosa. Sacarse el pecho podía (y de hecho a veces eso sucedía) estimular el descontrol sexual de unos hombres reprimidos hasta lo inverosímil; se olvidaba la existencia de cuadros de temática religiosa en los que se presentaba a la Virgen dando, precisamente, de mamar al hijo. Supuestamente ese carácter religioso y divino les resguardaba de las miradas obscenas. Aunque es también sabido que hubo casos en los que mentes pías y timoratas mandaron cubrir honestamente algunas de esas obras maestras.

Hay una secuencia terrible en la película de Pilar Miró, “El crimen de Cuenca”, en la que los presos acusados, varones, se lanzan sobre una madre, también presa, que está amamantando a su criatura, pero lo hacen no por lascivia sino por la necesidad de alimentarse y de beber, dado que los tenían en crueles condiciones para forzarles a que se declarasen culpables.

Siempre, las que daban de mamar a sus críos, estuviesen donde estuviesen, eran por lo general las mujeres de raza gitana y eso se veía como una peculiaridad más de esas gentes.

Pero llegamos a nuestros años actuales y llegamos al cúmulo de las tontunas más variopintas, al exceso de memeces disfrazadas de hallazgos novísimos, de teorías ‑a cual más disparatada‑ enunciadas y seguidas por una caterva de botarates que se creen estar a la última, tanto en teoría como en práctica social, política, sanitaria, pedagógica, y muchas más disciplinas (que dejan para ellos de serlo, que disciplinas es disciplinarse en ellas) y materias existentes o por existir.

Entre las mismas, está la bondad de practicar el amamantamiento cuando haga falta y donde haga falta, sin esperar a ciertas condiciones ni reparar en las existentes. Y se exhibe con orgullo y como una victoria social conseguida, el hacerlo a la vista de todo el mundo y en los lugares más concurridos. Que ello, dar de mamar, ya lo preconizaban los ilustrados del siglo XVIII y se puso de moda entre las damas de alcurnia; que también lo aconsejaban y aconsejan los médicos como muy beneficioso para el recién nacido, que es obvio que no es ningún acto deshonroso ni lascivo, que es natural, pues de la naturaleza viene el hacerlo; todo ello parece que estos descubridores de El Dorado desconocían o desconocen todavía y, por ello, ponen su empeño en hacerlo evidente y patente: público.

Me entero del supuesto escándalo montado por una madre (me figuro de este ala progresista del incordio y la provocación, como sumun, de su progresía); porque, en una piscina pública, los vigilantes (o el socorrista) le indicaron que dentro de la misma, o sea dentro del agua, no podía amamantar a su bebé; adujeron, con toda lógica, que no era inmoral ni deshonesta la acción, sino que no era higiénica y podía tener consecuencias para la criatura.

De todos es sabido que una piscina pública, por mucho que se depure, filtre y trate su agua, es un universo de bacterias, gérmenes y virus que pueden afectarnos, si nuestras propias defensas andan flojas o somos alérgicos a algún factor desconocido. Se pide, precisamente, la mayor higiene a los bañistas, uso previo de la ducha y demás; y, a pesar de ello, el peligro acecha siempre. La advertencia hecha a esa madre no es arbitraria.

Pero, claro, viene esta señora y moviliza a los medios de comunicación para denunciar los hechos como una violación de sus santos derechos a hacer lo que le dé la gana y cuando le dé la gana; y, también, donde le dé la gana y, si ello es el supuesto derecho que tiene de amamantar a su niño, con el sano orgullo de exhibirse como madre (parece ser que las demás que no hacen eso o no lo fueron o no lo son, según su criterio); pues no se diga nada más, ni se le ponga traba alguna. Y a ese socorrista cáigale todo el rigor del descrédito y la estigmatización de la sociedad de la corrección política y del progresismo de cartelera.

Es como la corriente anti vacuna. Poderosa corriente del pensamiento único e irrebatible, por la cual, la administración de vacunas preventivas de enfermedades que, a veces, pueden acabar en epidemias, es una barbaridad que ¡atenta contra la salud! de las personas (especialmente de las criaturas). Digamos que, en efecto ‑como en todo‑, habrá vacunas que sean perfectibles y mejorables; y a ello se deben dedicar los laboratorios que las fabrican y comercializan; y, también, puedan darse los casos de lotes en mal estado. Estos son inconvenientes que tienen muchas cosas, como los alimentos y otras medicinas; hay que detectarlos a tiempo, retirarlos y punto. Pero negar el valor preventivo de la vacunación es un atentado no solo contra sus propios intereses (sus hijos), sino contra la salud pública en general.

Como este pensamiento único se torna en dogma, se corre el peligro cierto de que esconda la realidad que no interesa, para solo mostrar lo conveniente a sus afirmaciones. Así se decide vender como axioma que un vegetariano, o mejor, un vegano (‘que rechaza alimentos o artículos de consumo de origen animal’, el colmo ya de lo inmejorable) es por ello una excelente persona; que un animalista no puede ser cruel con nadie; que uno que practique yoga o disciplina similar siempre será una persona equilibrada… Y la vida nos da dos patadas en la boca y nos demuestra que ello es una invención fabricada por nuestros deseos, que no por la realidad habida; que existió un Hitler vegetariano y amante de sus animales que no dudó en llevar a la muerte a millones de personas; que existió un Mao del que dicen que escribió interesantes poemas (y, por lo tanto, muy sensible), pero que llevaba sus teorías políticas hasta sus últimas consecuencias; y tantos más que son admirados por sus ideas o producciones artísticas, pero que fueron (o son) verdaderos monstruos en lo personal.

En fin, que no se puede fiar uno de corrientes fundamentalistas o alternativas a la moda; porque, si las explora con cierta objetividad, verá lo que se esconde en la verdad de las mismas.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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