Por Mariano Valcárcel González.
Ya lo he escrito, pero insistiré en ello, hasta que se me caigan los dientes (lo cual no es nada imposible, pues, por la edad que uno tiene, ya puede aparecer alguna jornada en la que cualquier pieza dental decida abandonarte; reitero). Pero insistiré, porque creo que es mi deber de persona honrada y, también, no solo como persona individual, sino perteneciente a un colectivo mayor, al que es necesario cuidar por el bien de todos.
Insisto en que tenemos en España una izquierda delirante, estratosférica, desnortada, infumable, dada a la quimera y a la ensoñación, mitómana, despistada, crédula y fanática, analfabeta ‑políticamente hablando‑, insoportable y contradictoria, mentirosa y manipuladora, émula de los mayores imposibles o terca en modelos claramente y demostradamente inviables o terribles de aplicar.
Y propensa a ceder el terreno a la derecha reaccionaria, pues renuncia, por vicio ya terco, a ocupar y defender parcelas vitales en el discurso de la construcción de una ciudadanía y de un país, del país llamado España (y no Estado Español). Se conforma con seguir la estela de lo inverosímil o de lo sectario, por aparentar disidencias. Y de las antiguallas.
Me refiero, claro está, a los dirigentes de la izquierda, a los muñidores de doctrina y de acción, a quienes ocupan sanedrines diversos y de diversa escala y, desde los mismos, menean el cotarro y deciden qué se tiene que pensar, seguir, creer, aceptar (desde luego siempre aceptar) lo que, desde sus sagradas cátedras y puestos decidores y decisivos, se elabore y predique.
La masa de paisanos que piensa y cree en la fuerza de un izquierdismo regenerador y necesariamente eficaz para cambiar, de veras, la injusta sociedad o solucionar los problemas en que vivimos, se deja ir y manejar por esta caterva de engreídos, a cual más. Se les echa de comer cuatro cositas, muy de aparente moda o que suenan bien, y con ello se les conforma; y no, no me refiero a los verdaderos temas gravemente recurrentes.
Hay un cuento original (Revolución de Octubre), una génesis indiscutible; y, a partir de aquello, todo fue haciéndose, inventándose y muchas veces improvisándose, lo cual es comprensible, dado que nunca hasta ese momento original se había dado tal posibilidad. No es criticable que se cometiesen errores, tanto de concepción como de ejecución; lo criticable es que, una vez cometidos o no, se enmendasen y tratasen de paliar o, lo peor ‑y esto ya va consustancial a la izquierda en general‑, que se tratasen de justificar, tergiversar y mejor aún de ocultar. O sentasen doctrina. Esto es un mal, consecuente con la dinámica adoptada desde el inicio, la adopción del concepto de dictadura del proletariado que, en realidad, era un eufemismo para ocultar la instauración absoluta y radical de una dictadura, fuese colectiva o devenida en personal. Así que, el ejercicio del poder de la izquierda, el verdadero poder, requiere aceptar vivir en dictadura y en partido único. Lo que termina por aceptar todo lo que venga del poder, por las buenas o por las malas (¡ay, de los disidentes!), aceptar que lo que viene del poder es lo mejor, aceptar su doctrina emanada como fundamental e intocable, y formular un cuerpo de absolutos bien estructurado y debidamente explicado y difundido.
Con ello, cualquier cosa de la izquierda de esa escuela es admisible, aceptable, buena por sí misma, no discutible y, siguiendo sus enseñanzas, quien no lo sienta así está en el error y no ‑nunca jamás, aunque lo intente‑ pertenecerá a la verdadera izquierda.
Han pasado muchos años, desde el origen (¡cien años se conmemoran este año!), y parece que no lo hayan hecho, no porque se permanezca igual o las circunstancias sean idénticas, aunque habrá que admitir que tampoco se han erradicado por completo y eso justifica la existencia de la izquierda, sino porque se vuelve a las mismas argumentaciones, las mismas tácticas y hasta a las mismas contradicciones. En España, nos hemos especializado en tener no solo una memoria muy selectiva, sino también en una desmemoria igual.
Parece que se es más izquierdista si se formulan más incongruencias, se dicen más barbaridades, se presentan más despropósitos. Todo, porque estaría de acuerdo con la pureza revolucionaria primigenia. Así que se va a la democracia directa y asamblearia como más perfecta que la representativa, reinventándose la resurrección del soviet,cuando de todos es sabido en qué quedaron esos soviets y la representación (y represión) a la que sirvieron. Pues no; eso es mentira, mera argumentación contra revolucionaria. Se invoca la autodeterminación de los pueblos, que fue en los inicios de su concepto un recurso muy necesario (dada la debilidad coyuntural que sufría el gobierno bolchevique, ante la necesidad de firmar la paz con Alemania), porque el imperio ruso era, en verdad, una mezcolanza de razas, religiones, naciones bajo la fuerza de San Petersburgo, que los nuevos de Moscú sabían que no podían mantener… Mejor, pues (y fueron hábiles, aplicando una política posibilista), admitir la realidad de independencias o repúblicas teóricamente soberanas, federadas. ¿En qué quedó realmente esa UNIÓN DE REPÚBLICAS SOCIALISTAS SOVIÉTICAS? (Fíjense, UNIÓN). Pues que se nos dice que no, que el concepto facilitó, tras la segunda debacle mundial, la independencia de los países colonizados por las potencias europeas. Y, así, constó en la legislación internacional y en la práctica consecuente. Y unos aprovechados maestros, en la falacia, la elevan a suprema.
¿Y en qué quedaron muchos de esos pueblos que se emanciparon de sus metrópolis? En verdaderos fiascos inviables (y se siguen sufriendo esas consecuencias) o en dictaduras ejemplares. ¡Ah, se nos dice que esa descolonización se realizó mal; es que los parámetros no fueron los convenientes; es que se les siguió colonizando más sutilmente! Luego se hizo mal. ¿Tampoco admitirá nuestra izquierda que el tema, ni es el adecuado a nuestras circunstancias españolas, ni España es sujeto de descolonización, ni ‑de llegarse a ello‑ garantizaría nada a los emancipados? Y fíjense que argumento solo en el plano teórico, que no en el de la legislación vigente o en el de las circunstancias socioeconómicas reales.
Pues no, que no; eso no es así, porque nosotros lo decimos, y punto. Y argumentar en contra es contra revolucionario, fascismo, o ir contra la decisión de los pueblos. Y esa es otra: la decisión de los pueblos ya está tomada y definida, que es lo que dicen desde la izquierda. Y para mayor claridad en ello, y efectividad en la campaña, sea desterrado todo el que la contradiga. Mantener un pensamiento único es fundamental. Eliminar la disidencia, vital. Se hace así fuerza y coacción como discurso argumental. Revolución y punto, al modo centenario, y las leyes comunes en todo el territorio español me resbalan. ¡Machota democracia!
Por último, hay que señalar como nota generalizada del izquierdismo rampante el uso sistemático y desvergonzado de la justificación (o negación) de los errores propios o de similares, que se torna muy mudo y silencioso ante notorias injusticias o irregularidades, descafeinándolas a veces, si es que ya hasta les da vergüenza negarlos. Nuestros izquierdismos, a veces gobernantes en seco, todo lo que hacen es por el bien del pueblo; y lo que nosotros acá tratamos de imponer, lo mismo. Este es el meollo de lo que se dice de izquierdas, en especial acá, en España. Se han subido al tranvía sapientísimas eminencias, que la tratan de dirigir, y mucho analfabeto histórico, político y económico. Y los del fanatismo histórico. A todos los que digamos lo contrario, pese a pensar en su dirección, se nos arroja ya a las tinieblas exteriores. Amén.