“Los pinares de la sierra”, 17

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- El cebo.

Aquello era la locura. La ilusión de ganar dinero arrebata y fascina por la aparente facilidad con que se puede conseguir, sobre todo, si ‑como era el caso‑ se han tomado unas copas de champán y el ambiente invita a soñar con riquezas, placeres y opulencia.

Cesaron los aplausos, el señor Triquell consultó su maravilloso reloj de oro, miró a la pelirroja de la provocadora minifalda y las piernas de ensueño, y dio un paso hacia atrás para que ella ocupara el centro de la mesa y diera comienzo el reparto de premios de las “Las publics relations”, unas chicas jóvenes y muy guapas, elegidas a conciencia por Martina Meler para llenar los autocares de clientes cada fin de semana.

Pocas familias barcelonesas se libraron aquellos años de recibir una carta con su nombre y dirección escritos a mano (para evitar el recelo que despierta la letra impresa) diciendo que en el sorteo que la empresa celebraba semanalmente, con fines publicitarios, habían sido agraciados con un magnífico reloj de pulsera; y que, sin ningún compromiso, podían pasar a recogerlo cualquier día de la semana, de lunes a viernes, en horas de oficina. La carta no hablaba de parcelas, ni chalés, ni compras ni ventas. Solo decía que se presentaran a recoger el reloj, con el carné de identidad.

Naturalmente, la gente pensaba que por probar no se perdía nada y ‑casi siempre la esposa‑, se personaba en las oficinas muy confiada, con su carta en la mano. En ese momento entraba en acción Martina Meler, que le dedicaba un sinfín de atenciones y la acompañaba a uno de los despachos de las Publics relations. Allí le hablaban de la importante campaña publicitaria que la empresa estaba llevando a cabo, para dar a conocer una preciosa urbanización, junto a la Costa Brava, con un nombre fascinante y celestial, Edén Park. Dicha campaña consistía en invitar a las familias afortunadas en el sorteo, a un viaje en autocar, un desayuno o un almuerzo en una típica masía de la zona, y una visita a la urbanización, en la que de forma gratuita y sin obligación alguna por su parte, se les haría entrega del magnífico reloj de pulsera del que hablaba la carta. Si alguna señora, llevada de su buena voluntad, objetaba que no tenía intención de comprar, le aseguraban que no se preocupara lo más mínimo: «Es suficiente con que, si a su esposo y a usted les gusta la finca y el trato recibidos, hablen a sus amistades de la urbanización. ¿De acuerdo?». Como nadie se negaba a una petición tan inocente, al instante le abrían una ficha con el nombre del esposo, la dirección y el teléfono de su domicilio y le entregaban el “vale” acreditativo para recoger el reloj.

roan82@gmail.com

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