“Los pinares de la sierra”, 13

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.-Un bello amor condenado al fracaso.

El señor Bueno se enamoró de Ana como un recluta, hizo locuras que seguramente no hubiera hecho por ninguna otra mujer y, con demasiada frecuencia, se les veía juntos de la mañana a la noche. Ella sabía que aquel señor ―que casi le doblaba la edad―, estaba casado, tenía dos hijas, y no era lo que se dice un guaperas; pero no le preocupaban esos detalles. Lo que Ana valoraba es que era un hombre de mundo, bien relacionado, listo, atento y caballeroso. Desde que lo vio por primera vez, comprendió que aquel hombre reunía todas las condiciones del galán con el que había soñado desde pequeña, y fue a por él sin contemplaciones.

─¿En serio?

Espera un poco que todavía no te he dicho lo mejor. Al llegar la Navidad, cuando Bueno tuvo que venir a Barcelona para evaluar los resultados del ejercicio, Ana se echó a llorar y él le prometió con lágrimas en los ojos, que volvería a su lado lo antes posible. Tras día y medio de viaje, llegó a su casa, casi de noche, después de recorrer los mil kilómetros que separan Sevilla de la Ciudad Condal. Tomó el ascensor con las maletas en la mano, dejó el equipaje en el vestíbulo y entró a la cocina a darle un beso a su mujer, que estaba terminando de hacer la cena.

─Hola cariño, ¿me pones una cerveza, mientras deshago las maletas?

─¿Vienes muy cansado?

─Mucho; no sabes las ganas que tenía de llegar.

Le extrañó que, después de una ausencia de varios meses, ella no lo recibiera con un cariñoso abrazo de bienvenida, como había hecho hasta entonces, cuando volvía de un viaje; pero en esta ocasión apenas giró la cabeza para saludarlo, y regresó a la cocina, secándose las manos en el delantal. Luego salió con un provocativo contoneo, cogió una revista de la mesita de noche y la arrojó sobre la mesa. Al señor Bueno le extrañó aquella actitud, tan distante; pero no advirtió la gravedad del asunto hasta que, llena de rabia, le dijo secándose los ojos con el pañuelo.

─Coge tú mismo la cerveza; pero antes mira las noticias del Hola.

─Cariño, tú sabes que no me gustan las revistas del corazón ─respondió el señor Bueno─. Solo publican chismes y exclusivas interesadas.

─Pues en esta ocasión sí te van a gustar. Anda, mira, a ver si conoces a esos dos que vienen en la portada.

Cogió la revista y se quedó sin sangre en las venas. Junto a un cuadro flamenco con guitarrista y bailaora, en la peña flamenca “Torres Macarena” del barrio de Triana, estaba Ana con un pantalón vaquero muy ajustado, y un jersey con cuello de cisne, que le quedaba primoroso. Si no fuera por lo angustioso de la situación, hubiera reconocido que estaba casi más guapa en la foto que en la realidad. Él estaba a su lado, naturalmente, exultante de gozo, con un vaso de whisky en una mano, y la otra sobre el hombro desnudo de la muchacha. Mientras hablaba Javier, no pudo aguantar la carcajada y rompió a reír. Pero lo mejor ―continuó hablando Paco―, era el titular en mayúsculas que venía al pie de la foto. ¿Quién es el empresario catalán que no deja a la novia del Sanluqueño ni a sol ni a sombra? Se quedó muerto, sin saber qué decir.

─Oye, Paquito, ¿eso que dices es verdad?

─Eso es el Evangelio de san Mateo. Cuando un amigo, como Manolo Ruedas, te cuenta cosas tan delicadas de su compadre, no se trata de ninguna broma. Oye, que hasta las hijas se pusieron en contra suya, y el señor Bueno tuvo que elegir entre Ana o su familia. O sea, que después de corretear mañana y tarde para retirar todos los ejemplares de Hola que se vendían en los quioscos de su barrio, se presentó en las oficinas de Westinghouse y presentó su dimisión irrevocable como delegado.

―¿En serio?

―Como lo oyes. Desde entonces duerme en el comedor, se hace la comida, se plancha la ropa y las relaciones con su mujer se limitan a hola y adiós. O sea, un huésped en su propia casa. ¿Qué te parece?

─Un modelo y un ejemplo, vuestro jefe.

─No lo tomes a broma; todos tenemos un pasado. Yo pienso aprender muchas cosas a su lado y tú no deberías reírte de las desgracias de los demás.

―Lo siento. No me reía de tu jefe. Me reía porque la situación me parece muy divertida. Nada menos que en la portada del Hola.

―Por cierto, quizás tú no te has dado cuenta, pero le has caído muy bien; o sea, que no puedes fallar al reparto de premios del viernes por la tarde. ¿Vale?

―Vale.

roan82@gmail.com

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