Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- Tiempos de juventud.
Los alumnos que, como Paco, tenían trabajos con horarios complicados, vivían de la benevolencia de los compañeros que les dejábamos los apuntes, y les explicábamos los problemas de Análisis Matemático y Estadística. Yo lo tenía más fácil, porque salía del banco a las tres de la tarde y podía estudiar un par de horas en la biblioteca antes de clase; pero reconozco que Paco lo tenía más difícil que yo. Por eso, los primeros cursos de carrera venía a mi casa los sábados y los domingos por la mañana, preparábamos juntos las materias más complicadas; y, por la tarde, íbamos a bailar al “Club San Carlos” en la calle Mayor de Gracia ―donde actuaban Los Mustang―, o al “Nostre Mon” ―la sala frecuentada por Los Sirex en la plaza de Lesseps—.
Lo peor era cuando llegaba el fin de curso: los dos teníamos que afinar el ingenio e inventar alguna historia, para afrontar los exámenes con alguna posibilidad. Yo le pedía permiso, para hacer alguna gestión en la calle, al señor Manubens, que era el apoderado de mi oficina; y Paco tenía un par de trucos, que siempre le resultaron eficaces: el primero consistía en llamar por teléfono al dueño del colmado, la noche de antes, y decirle con voz mortecina que había fallecido un familiar cercano ─casi siempre un abuelo─, y tenía que ir a Cádiz para asistir al entierro. Esa era la excusa que se tomaba más en serio y la mejor para tener tiempo de preparar las asignaturas. Y, cuando ya no le quedaron abuelos por enterrar, en un par de ocasiones, dijo que estaba en cama con cuarenta de fiebre y que el médico le había recetado una semana de reposo.
Esos días se levantaba temprano, se sentaba junto a la ventana de la habitación y se pasaba estudiando todo el día. Con estos trucos, fruto de su prodigiosa imaginación, logró aprobar a trancas y barrancas los dos primeros cursos de la carrera, hasta que, a las pocas semanas de empezar tercero, descubrió un método infalible que le permitía copiar con absoluta tranquilidad.
Sin embargo, un día me dijo que había conseguido un pluriempleo y que, a partir de entonces, tendría ocupados los fines de semana.
─¿En serio? Y ¿cómo conseguiste ese trabajo?
─Pues como se consiguen los empleos. Venía un anuncio en La Vanguardia que pedía jóvenes ambiciosos, dispuestos a ganar cien mil pesetas al mes, trabajando sábados y festivos, y me presenté. Les dije que estudiaba Empresariales, me hicieron una entrevista muy sencillita, asistí a un cursillo de tres días, y el mes que viene hará seis meses que entré en la empresa como vendedor.
─Esos anuncios los he visto yo, montones de veces en el periódico, pero creía que no decían la verdad. ¿En serio funcionan? Lo digo porque me gustaría saber en qué consiste ese trabajo, si no es muy difícil. ¿Vale?
─Bueno, fácil no es; para qué nos vamos a engañar. Si fuera fácil habría cola en las oficinas; pero lo bueno es qué gastos no tienes. Nos llevan y nos traen en autocar, acompañamos a los clientes que suben a conocer la promoción, y les informamos de los precios y condiciones de pago. Algunos compran; pero la mayoría solo van a pasar un día en el campo, como si fueran de excursión.
Desde entonces nos vimos mucho menos. Solo llamaba de vez en cuando, para pedirme que le guardara los apuntes y le avisara de la fecha de los exámenes, para poder preparar aquel sistema que, según él, era “más seguro que el polvo de un gato”. Iba al estanco y compraba tantos paquetes de tabaco como lecciones tenía la asignatura. Luego preparaba con sumo cuidado las chuletas, y las colocaba entre el papel de celofán que recubre la cajetilla y el cartoncillo del interior. Lo más importante ―me decía, como si me confiara un secreto de estado― es recordar en qué bolsillo te guardas cada tema, para no equivocarte a la hora de elegir los paquetes. Para conseguirlo, observaba un orden riguroso: las chuletas de las lecciones iniciales las guardaba en los bolsillos superiores de la camisa; las siguientes, en los bolsillos de la chaqueta; continuaba por el pantalón; y los últimos paquetes ―los que contenían anotaciones de las lecciones finales― se los guardaba en los calcetines.