Oratoria

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

En mis años infantiles, existía una misa dominical que la gente bien de mi pueblo no se podía perder; la oficiaba un sacerdote que tenía un pico de oro, siendo sus homilías muy seguidas, apreciadas y reverenciadas por ello; y por ello, la asistencia obligada a aquella misa en concreto.

Lo que aquel vate destilaba era erudición a chorros, doctrina nacional-católica en su total pureza y cierto aroma de florida poesía. Sus homilías debían llevar al éxtasis a más de un asistente (y al sueño también); y, creo especialmente, al género femenino. Esta referencia al género femenino tiene su fundamento, que el sacro orador, fuera del templo y bien a resguardo y curiosidad malsana, tenía otros rigores y necesidades mucho más mundanas y humanas, tal que luego se supo que había abandonado su tonsura y deber sacerdotal, para adoptar los deberes del cónyuge en sagrado matrimonio. Esto ya, en otra localidad, claro está.

Aquella España todavía estaba atada a la forma, sin importar en demasía el fondo de las cosas, herencia de muchos siglos; pero ya costumbre desaforada en el siglo XIX, tan prolijo en la floritura y en la hipérbole, en el fuego de artificio barroco, del que eran maestros tanto los eclesiásticos como los políticos, si pretendían hacer carrera. El padre Isla ya lo definía como tipo paradigmático en su libro Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes;pero así se seguía, en juegos florales repletos de ripios, cosa muy del gusto del personal que, en diciendo mucho, no se decía nada (al fin y al cabo la mejor forma de sobrevivir en tiempo de dictadura).

Acostumbrados estábamos a aquella oratoria huera (‘vana, vacía y sin sustancia’).

Es cierto que la oratoria fue una disciplina de muy antiguo origen, entendida como imprescindible para adquirir cultura y desarrollar una eficiente carrera política, ya en los tiempos del clasicismo greco‑romano; pero no nos equivoquemos. Demóstenes o Cicerón quedaban ya muy atrás y, a lo sumo, por acá, a quien demostraba cierta habilidad parlante se le decía que era todo un Castelar. Lo más que hubo fueron zafios oradores.

Utilizar el arma de la oratoria como recurso bien llevado, hilvanado y desarrollado es una bendición para quien la usa y para quienes la reciben; no está reñido un buen discurso con un perfecto y claro contenido; antes bien, es imprescindible para que sea bueno. Únicamente se requiere, en principio, saber qué se quiere exponer y saber exponerlo. Parece simple, pero…

En nuestro desarrollo parlamentario actual, quedan muchos restos del largo periodo de las cortes franquistas, donde no era necesario discurso alguno, pues allí, en realidad, no se decía nada; y, por ello, cuando los obligados tenían que desarrollarlo, acudían a la vieja oratoria sonora, mas vacía (un ejemplo era la de Rodríguez de Valcárcel, puro florilegio); por ello y por un reglamento encorsetado y poco o nada flexible (tanto en el tiempo como en la forma), no hay oportunidad de lucimiento de la oratoria de los políticos nacionales; pero, ¿cierto es que sabrían lucirse…?

Temo que nuestros parlamentarios son verdaderos zotes (en caso de que tengan ideas que transmitir) y no hay nada más que verlos con los papeles en el atril, cuando tienen que intervenir, que las más de las veces se limitan a apretar el botón del voto y hasta en ello se equivocan.

Se produjo la tan anunciada moción de censura (tercera perdida en esta democracia) y no sucedió nada. Cantado el resultado y buena labor de los hooligans (‘es un anglicismo utilizado para referirse a los hinchas de nacionalidad británica que produce disturbios o realiza actos vandálicos’) de cada parte, que se apresuraron a decretarla como vencedora, a despecho de lo que hubo, o a pesar de ello. Sin embargo…

Sin embargo, y creo que es cierto al menos, fue la primera vez que se cantaron ciertas verdades, diríamos que las verdades del barquero, que dolían mucho, aunque se aparentase lo contrario; que en ese debate se expusieron con pelos y señales todas las miserias del partido del gobierno y del presidente de ambos que arrastraba tras sí y que ello ya es un mérito (no lo de las miserias, sino el exponerlas). Que era ya hora de decir verdades y no seguir en el mundo del floreo; cierto que la oratoria no fuese muy florida precisamente, ni dada a los eufemismos ni a las hipérboles; pero, ¿es que honradamente se podía hacer otra cosa…? Claro; los acostumbrados al modelo inane hubieran preferido mejor (y mejor calificado) un debate en el que hubiese más bosque, pero menos árboles.

La réplica del censurado (que no se esperaba que la hiciese a las primeras de cambio) fue del gusto de sus seguidores: mordaz, irónica, incluso dicharachera (y eso lo consagra como buen orador y parlamentario); pero ni rebatió, ni trató de refutar todos y cada uno de los hechos de los que se le acusaba, pues se limitó a exponer sus ideas‑motor de siempre y a negar la mayor, como si de esa forma se solucionase el tema. Hay cosas que yo digo que ni existieron ni existen; y punto.

Los nostálgicos de los tiempos pasados se apresuraron a descalificar aquel bombardeo indigesto con una apelación a la poca altura parlamentaria del debate. O sea, que se debió hacer como que se decía, pero a la postre nada. Es posible. Como es incuestionable la querencia que imitar, la escuela oratoria del castrismo‑chavismo, pergeñándose unas exposiciones largas y tediosas por lo reiterativas que al final se convierten en cosa infumable e ininteligible, por mucho y bueno contenido que tengan. Esto es un error al que se acude cuando la audiencia está cautiva (literalmente); pero en una sociedad democráticamente madura esto, también, es recurrir a las viejas formas. Y a otras nostalgias.

Que la prepotencia y el orgullo sirvan para atacar personalmente al rival (en clara alusión a su supuesta falta de preparación intelectual), no demuestra más que vanidad y egolatría; defectos —que no virtudes— muy peligrosos para quien aspira a gobernar algún día. Y zafio y ramplón es acudir, porte chulesco donde los haya, a cuestiones privativas o sentimentales de los políticos del frente contrario. Entrar en el ataque personal, en el cuerpo a cuerpo (si además lo insinuado no viene al caso del debate) es levantar cortinas de humo ante la falta de argumentos o, lo que es peor, trata de ocultar que no se tienen ni los recursos ni la habilidad necesarios para mantener una correcta, eficaz y florida oratoria.

Si no se quiere decir nada, al menos que sepan distraernos con sus retablillos (‘pequeño escenario en que se representaba una acción valiéndose de figurillas o títeres’).

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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