¡Mañanas felices…!

Acabo de vivir una semana de ensueño, volviendo a rememorar los años de mi primera infancia (que solo recuerdo por lo que me contaba mi madre) y las de mis dos hijas, gracias al roce diario contigo, mi querido nieto Abel.

Ya tienes 17 meses y una talla de parvulito impresionante. Lo puedo apreciar cuando diariamente te cojo en tu silleta, no sin antes haberme pedido que te dé el monedero donde tengo metidas las llaves de casa, para tú cogerlas y seleccionar la correcta, con el fin de que te abra la puerta y accedas a la ansiada libertad del mundo exterior; y nos vayamos juntos a vivir la trepidante aventura de una corta‑larga mañana por la Úbeda de nuestros realidades y sueños: tú aprehendiendo todo lo nuevo y observándolo con cara de sorpresa y regocijo; yo descubriéndolo en ti, cual espejo amado, de una manera tan repetitiva, pausada y alucinante.

Hace ya bastante tiempo que comenzaste a andar solo, tras el gateo continuado, con esos pasos titubeantes que cada vez son más firmes y seguros, especialmente cuando chapoteas sobre cualquier charco que se te presenta o cruza en tu camino, progresando en tu imparable camino de ascenso a la bipedestación natural, cual lenta y progresiva aprensión y seguro desplazamiento hacia el mundo que te rodea.

Tus progresos, tanto en tu psicomotricidad fina como gruesa, son prodigiosos y palpables cuando te observo comer solo en tu trona o sacar las fotos y tarjetas de mi cartera, que sabes pedir con autoridad de infante mimado con tu dedo índice, señalando todo lo que deseas; y más, para un abuelo enamorado que le temblequean las entretelas de su alma, viendo ese semblante tan angelical, con esos rizos de querubín, que parece que los pintores Murillo o Ferrándiz se hayan inspirado en ti para plasmar sus niños Jesús en sus cuadros o tarjetas navideñas.

Voy disfrutando y quedando admirado de tu, cada vez, más firme andar, pues tienes una seguridad encomiable cuando subes y bajas nuestra empedrada calle y quieres comprobar si los buzones de cartas de los vecinos estarán llenos o vacíos; y también cuando haces esas mostraciones que estás aprendiendo en tus clases de inglés al ver u oír a un perro (tocándote, con tu diestra, la pierna o el trasero), u oyes el canto de un pájaro o aprecias su presencia (uniendo los dedos índice y pulgar, simulando el pío-pío del ave), o pareces un monosabio diciendo ¡ah…!, cuando te señalamos que es caca todo lo que se encuentra tirado por el suelo, con el fin de que no la cojas y te la eches a la boca, mientras tú lo sabes imitar con esa gracia especial que tanto te caracteriza; o haces un corte transversal, repetido en el aire, a derecha e izquierda, alternativamente, con tu mano diestra, para expresar que la actividad que estás haciendo o la cantidad de cosas que hay en un cajón, recipiente o lo que sea, ha finalizado y ya no hay más. O cuando persigues con precaución sigilosa el deambular silencioso del gato, en la calle Cava, frente a la vivienda de tu bisabuela Manuela. ¡Estás para comerte; de hecho, muchas veces no me puedo resistir, y te colmo a besos y bocados de mentirijilla, por tal de no hacerte daño! ¡Ah!, y cómo has aprendido a besar y a mandar besos con tu boquita de piñón…

Y sigues ascendiendo, pausadamente, en la emisión de tus primeras palabras, destacando la holofrase “aguá”, que es tu vademécum y que te sirve para nombrar toda clase de líquidos, sea aceite, gasolina, vino o cualquier otro elemento y por donde vaya circulando el agua, como las pontanas, tragonas o registros de la calle. Y el mamá y papá, edulcorado y acortado por ti, con “máaa” y “páaa”; y el “tiii”, como diminutivo de tito. Y ya, cuando no te entendemos lo que quieres decirnos, el “atáaa”, “atáaaa”…, repetitivo, zanja la cuestión. ¡Cuánto me va a gustar oírte llamarme pronto abuelito, ya que entiendes mucho de lo que se te dice y asimilas, cual esponja; todo lo que a tu alrededor acontece!

Por eso, cada mañana que salgo contigo y nos vamos paseando, primero en tu silleta y después, ya descabalgado, andando por la Úbeda antigua y verdadera o por los callejones deshabitados y/o plazas tranquilas, no sé quién disfruta más, si tú o yo; y cuando te tomas tu desayuno de media mañana, comiendo la fruta que tu mamá te ha preparado, y la buena educación que estás cogiendo de tirar los desperdicios a la basura, que te encanta, por cierto; y saludar siempre con un hola o adiós que sueles acompañar con tu manecilla tierna, abriéndola y cerrándola… A mí me encanta cuando me das tu aterciopelada, remolleteada y linda mano para llevarme al sitio adecuado o defenderte de la persona extraña que se nos acerca; o para que abra el grifo del agua y puedas disfrutar, sin cansarte, de ese chapoteo y juego ancestral entre agua-barro-niño. También disfrutas paseando a tu muñeco ahijado, llamado Javi por mamá en su infancia, o a Lola, su hermana, y/o a las improvisadas patatas que bien podrían ser tus futuras soñadas hijas, y que son hijas de la tierra (pommes de terre, las llaman en francés), ejerciendo a ratos de buen padre, ya tan pequeño, modelando tus buenos instintos materno-filiares para que ellas cojan buen sueño, como tú; o comprobar cómo te encanta ayudar a regar las macetas y jugar a tocar los discos espanta-palomas del jardín de tu abuelita Margarita.

Por eso, ayer, cuando por la tarde te marchaste a Sevilla, me dio una pena muy grande y se me saltaron las lágrimas, pues tendré que volver a esperar otra pequeña temporada para disfrutar de tu bonita y sana presencia (o pegarme un salto rápido -en mi coche- a la capital andaluza); aunque, por momentos, seas el “torbellino amigo”, como te nombra tu otro abuelito sevillano. Te echaré tanto de menos que habré de conformarme con repasar, una y otra vez, tus fotografías, vídeos y recuerdos para que se me haga mucho más corta la espera de volver a estrecharte entre mis brazos.

Hay regalos intangibles que tienen mucho más valor que los materiales y estos momentos vividos durante estas pasadas y dulces mañanas primaverales, así me lo han corroborado: tu sana presencia es mi mayor ungüento de felicidad diario; y bien barato y milagroso que es.

¡Hasta pronto, Abel querido…!

Úbeda, 31 de mayo de 2017.

fernandosanchezresa@hotmail.com

Deja una respuesta