Por Manuel Jurado López.
Los ángeles mediterráneos al llegar febrero se convierten en almendros en flor.
Si un ángel enfermo ama a otro ángel enfermo los dos serán recluidos en el pabellón de incurables.
Hay ángeles narcisos que duermen solitarios en el fondo de su propia imagen.
Hubo un tiempo en el que los ángeles iban de taberna en taberna y acababan arrodillados ante el tabernáculo de una esquina cualquiera.
Los ángeles obesos que se niegan a seguir una dieta rigurosa no podrán desfilar ante los santones de la moda.
El ángel podólogo que cuida los pies de san Pedro tiene siempre las puertas del cielo abiertas cuando sale de noche.
Durante un tiempo tuve un ángel de la guarda prisionero entre las páginas de mi diario.
Hacer el amor con un ángel es como hacerlo con una nube.
Como no podía dormir, se pasaba la noche contando ángeles; por la mañana, amanecía envuelto en un sudario de plumas.
El ángel tuerto rechazó el ojo de cristal pintado por Miguel Ángel.
Los ángeles son pájaros de cuenta; cuando menos lo esperas te dejan tirado.
En el trampolín, los nadadores principiantes miran al cielo antes de hacer el salto del ángel.
Como los ángulos, los ángeles pueden ser rectos, agudos y obtusos.
El ángel que le gustaba imitar a Juanita Reina se hizo una bata de cola con las alas.
En un garito de mala muerte, el ángel tahúr perdió en una noche la túnica, las alas y la inocencia.
Las madres de los ángeles pobres se pasan el día zurciéndoles las alas.
El ángel de las espadas tiene el alma cobarde.
En el taller de confección de túnicas, los ángeles costureros hacen de Penélope.
En mi viejo plumier escolar de dos pisos, oliendo a punta de lápices de colores y goma de borrar, guardo mi colección de cromos de ángeles.
El arcángel Rafael tiene un lunar en su expediente: pidió aumento de sueldo por acompañar al ciego Tobías en su viaje.