La macanca

Por Fernando Sánchez Resa.

Hoy quiero presentarles una antigua postal, muy conocida en Úbeda, a los que vivieron durante la primera mitad del siglo XX: la macanca. Aunque no llegué a conocerla, porque nací casi mediada la década de los 50, mas pude imaginármela muchas veces gracias a los relatos de atardecida de mi padre, cuando ya veía cómo se le acercaba, irremisiblemente, la barca de Caronte.

Era un pequeño carro que llevaba a los muertos al cementerio de Úbeda, durante la primera cincuentena del siglo pasado. Iba tirado por un solo animal (un burro), y estaba esmaltado en color oscuro o negro. No tenía pescante, ni asiento para su conductor. Era el macabro vehículo que se utilizaba para transportar a los difuntos que habían fallecido en la calle y que, como no tenían a nadie que se hiciese cargo de ellos, era el ayuntamiento quien los asistía camino de su última morada. No recuerdo si se les hacía funeral o lo llevaban directamente al campo santo.

Era una magna y tétrica procesión, digna de ver. Detrás de la cruz alzada, iban tres curas, el párroco y sus ayudantes: el sochantre, el sacristán y los dos monaguillos con sus ciriales encendidos. La gente que deambulaba por su recorrido, la presenciaba con respeto y recogimiento, viendo pasar el desfile fúnebre; hasta que la comitiva se paraba y dejaba al difunto en el suelo; entonces, salía un componente del cortejo, familiar o amigo y, con palabras entrecortadas por la emoción, glosaba con ponderación las virtudes que habían adornado al difunto en su vida terrenal, pues ya había pasado a mejor vida. Si pertenecía a alguna hermandad o sociedad benéfica, el secretario leía los nombres de los diez cofrades que acompañaban al socio muerto hasta el cementerio y le daban sepultura…

Hace ya muchos años que se perdió esta costumbre de llevar a los difuntos hasta la calle Trinidad, en donde se despedía el duelo oficial; y, si el difunto era rico y/o potentado, lo acompañaban las autoridades parroquiales con cruz alzada.

Actualmente, otras muchas tradiciones han ido cambiando paulatina o drásticamente en nuestro solar ubetense; así, los pésames ya se dan en el cementerio o, más bien, en el tanatorio, en donde a veces se encuentran hermanados difuntos, como vecinos de salas de velatorio, a pesar de que en vida su enemistad hubiese sido manifiesta. ¡Paradojas de la vida; mejor dicho, de la muerte, que nos hermana a todos tanto en el nacimiento como en la mortaja; y que juntamente con el casamiento, del cielo bajan…!

fernandosanchezresa@hotmail.com

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