Por José María Berzosa Sánchez.
Tan a la mano y tan desconocida
Las palabras están a nuestro servicio; las manejamos según nuestros intereses. No nos preocupa conocer su origen, su formación y, a veces, hasta su significado exacto. Nos conformamos con tener una idea aproximada de lo que quieren decir.
La televisión, el coche, el teléfono son elementos que están a nuestro servicio. Cuando no funcionan, llamamos al técnico para que los arregle. Igual que la palabra. Sólo que, cuando una palabra no “nos funciona”, no acudimos al técnico. Nos apañamos con otra expresión de emergencia, hacemos gestos, utilizamos la entonación para pedir la comprensión del interlocutor…, y salimos del apuro más o menos bien. No arreglamos la “avería”.
Ante un poema como el de Francisco Brines, reconoces que algunas expresiones no las entiendes. Su contenido poético, elevado, dificultoso, artístico hace que no comprendas parte de lo que el poeta dice o insinúa. Es como si fueses de viaje por un lugar muy bonito y no pudieses verlo, porque hay niebla. No comprender las palabras es como viajar entre la niebla.
El porqué de las palabras
No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.
Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna del hombre.
Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan solo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?
En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de lenta reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.
Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.
Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos.
Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.
Francisco Brines[1]: Insistencias en Luzbel.
Asimilar un texto poético no es fácil ni inmediato. Se requiere una preparación gramatical y una inclinación hacia lo bello. Esta inclinación ya la tienes, porque a todos nos gusta la belleza; disfrutamos con ella. Es algo natural. ¡Claro!, que a la belleza hay que comprenderla. Cuando no entiendas un texto literario, no le eches la culpa al escritor. Piensa en que la falta puede ser tuya.
La gramática es una técnica que otros utilizan para crear belleza. Es más: la poética actúa como una persona rebelde que rompe algunas normas y crea otras a su aire. Si no quieres dominarla para crear expresiones bellas, al menos te puede servir para comprender lo que dicen esos que escriben tan bien…, o de forma tan diferente.