Muslimes o musulmanes

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Leí un interesante artículo de un musulmán europeo, de una asociación que es disidente de la corriente actual de doctrina, la wahabí (y chií, también) y de otras interpretaciones rigoristas y en boga, en la actualidad, referentes a esta religión.

En el núcleo de su movimiento radica la idea, defendida, de que el islam no es una religión violenta, intransigente y vengativa sino todo lo contrario, que es tolerante, compatible con la época actual y el modernismo, que es una religión de amor, paz y justicia social, que, precisamente, su advenimiento vino a superar la radicalidad y la intolerancia intrínsecas a las otras dos religiones “del Libro”, la judía y la cristiana. Precisamente el machismo y el sistema retrógrado asociado al islam lo define como herencia de estas dos religiones anteriores, que el profeta vino a acabar.

Sé que existen más grupos de islamistas practicantes que defienden este aspecto de su religión, que así la interpretan, y que denuncian el rigorismo desatado tanto por el wahabismo saudí como por el chiismo iraní. Especialmente combativas en esta lucha desigual hay un grupo de mujeres que defienden su protagonismo también en la vida religiosa islámica, lo que son palabras más que mayores al respecto.

Yo, que me encuentro bastante distanciado de cualquier manifestación religiosa, incluso de la oportunidad actual de seguir dándole importancia social, me espanto cuando observo algunas de las manifestaciones y prácticas cotidianas del islamismo, por contraste con lo que se ha alcanzado en nuestra llamada civilización occidental.

Particularmente, no comprendo ni la práctica ni el fundamento religioso que se manifiesta respecto a la mujer musulmana. Veo en nuestros centros comerciales, por nuestras calles, transitar a familias de origen magrebí o árabe, o asiático, en las que ellos ‑sí, ellos, los hombres‑ van cómodamente vestidos a lo occidental, cómodos con sus polos o camisetas, sus chanclas o náuticos, sus gorras deportivas, en un look de perfecto veraneante, gafas de sol incluidas; veo a sus chiquillos o chiquillas también con ropa cómoda y adecuada a la estación; y veo, en contraste brutal, a sus mujeres.

A sus mujeres que no pueden, ni deben, disfrutar de prendas ligeras o escasas, veraniegas o aptas para las zonas por las que andan o viven; ropas que pueden ser ‑a veces‑ de tejidos ligeros ‑no lo dudo‑, pero que las tapan con más o menos rigorismo. Generalmente de colores oscuros, con preferencia, ocultan a esas mujeres de la vista de, se supone, las miradas lascivas y ansiosas, pecadoras, de los hombres, cualesquiera que sean esos hombres, porque todos llevan la maldad del pecado en sus ojos. Estas mujeres se visten (o las visten) así, en cuanto llegan a la pubertad como límite y, desde ahí, desaparecen de este mundo; desaparece su belleza, su feminidad, su libertad de ser y de estar, de querer y de desear…, pues sólo y únicamente lo serán porque lo quieren ellos, porque ellos lo permiten, porque ellos lo desean.

Son esclavas de una religión absurda en sus interpretaciones y prejuicios, en sus maledicencias, en sus miserias retrógradas y fuera de los tiempos. Ellos, por ahí, tan lindos, tan guapos, tan ligeros y adaptados, con sus parejas que son sombras andantes y sumisas. Sí, que dicen ellas, unas tan convencidas, otras porque no tienen más remedio que convencerse y otras porque, si no, su vida será un infierno (si no lo es ya, desde luego), que llevan esas prendas libremente y porque son sus signos de identidad, que eso las diferencia y define frente a las otras que no practican su “tolerante” religión… Hemos visto un caso reciente en Valencia, una total confusión (y que quienes se creen “tolerantes”…, toleran, pero solo en estos casos). Fíjense si todo es arbitrario que el ISIS, tan extremista, ha prohibido el burka en sus instalaciones por cuestiones de mera seguridad; ejemplo que debemos seguir.

Me revuelven el estómago, lo admito, tanta hipocresía, tanta prepotencia machista, tanto acatamiento sin discusión ni contraste de unas normas que alguien se inventó por mera conveniencia del dominio del hombre sobre la mujer. Y tanta sumisión injusta. No busco, precisamente, discriminación alguna. Y me revientan quienes, desde posiciones “progres”, incluso justifican este estado de cosas, bajo capa de tolerancia hacia lo diferente, aunque no toleren e incluso ataquen el pensamiento y los modos de la religión que tienen en su casa; no digamos ya ese feminismo desquiciado que, por ser en mujeres, aceptan estas manifestaciones (degradantes, se mire por donde se mire).

Los extremos de esta situación los conocemos en algunos de los que por nuestro lado pasan; los sabemos por los datos que tenemos acerca de lo que sucede en otros países. Extremos inconcebibles y que debieran ser inadmisibles en nuestro tiempo y en cualquier lugar, ni siquiera ‑como algunos lo admiten‑ como cosas respetables y que hay que aceptar.

Escribe, el articulista citado arriba, que en el islam actual, el que se predica en mezquitas fundamentalistas (que son casi todas, pues casi todas están financiadas por el wahabismo), sí que es un peligro para occidente y para todos, que es destructivo e incluso autodestructivo. Y que la ceguera de todos permitirá que sus vaticinios se cumplan. Y que estamos muy equivocados en no aceptar, por las razones que sean, muchas veces asociadas a criterios equivocados de tolerancia o de oportunidad geopolítica o económica, las aberraciones y las prácticas del actual islam dominante.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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