Por Mariano Valcárcel González.
Tantas cosas permanecieron mudas y escondidas durante decenios y decenios que ahora, en nuestro tiempo, cambiada la percepción de los hechos, con más sensibilidad ante ciertos casos, cuando la sociedad (ahora para bien) ya no transige con ciertas cuestiones que se consideraron de siempre, pues ya se oyen, se escriben, se conocen, aunque todavía hay resistencia para admitirlas o hipócritas actitudes, escandalizadas ante las evidencias.
Hubo siempre un silencio atroz ante el trato que se daba a los animales, que debe entenderse como conformidad ante el mandamiento bíblico de nuestro dominio sobre los mismos y, por tanto y a tenor del relato, una carencia total de responsabilidad para con los mismos. Cambia la percepción en este tema al no tener en cuenta esa tradición admitida y, cambiando, se mejora nuestra humanidad, de lo que no cabe duda.
Respecto a la violencia de género, así mismo hubo silencio absoluto, que este problema competía al ámbito privado y, como tal, debía tratarse. También, en esto, los criterios religiosos han tenido siempre una influencia determinante para sostener vivo este problema insoslayable. Las voces que se alzan ahora, cada día más fuertes, la indignación ante la tremenda injusticia, ante los actos criminales, conocidos (e incesantes), son una muestra de que ya no se da por permitida tal impunidad.
Cada vez, vamos conociendo más y más casos de acoso y de violencia escolar. Porque, al igual que los anteriores, sus efectos van siendo pregonados y denunciados. Es bueno que esto suceda; es bueno que el problema, verdaderamente existente, salga a la luz, se ventile, se discuta y, lo que es más importante, se ataje de raíz.
Aquí, sin embargo, tropezamos con la responsabilidad de los centros educativos (o su carencia) y del propio profesorado que, hasta ahora, ha venido mirando para otro lado, mayormente. Y quiero dar un aviso, como antiguo docente que soy, de que la situación no siempre va a poder controlarse así. En mi ejercicio profesional, me he encontrado algunos casos, si no de violencia explícita, sí de acoso (que lleva luego a la violencia); por ejemplo, un chico de físico desarrollado se metía, llamándola siempre china,como insulto, con una niña menuda, de origen sudamericano y rasgos indios… Traté de cortarlo y no permitirlo en cuanto eso sucedía cerca de mí.
Quiero decir con eso que el profesorado no puede inhibirse ante lo que suceda ante sus ojos; lo que, por desgracia, ha sido común. Todos hemos padecido de ello, con más o menos intensidad o frecuencia; pero, considerarlo como un mero sarampión que hay que padecer, es jugar a la ruleta rusa; no todos los críos reaccionan igual o con la misma presencia de ánimo. A una hija mía, en secundaria, se le presentó esta desagradable situación; ella tenía carácter para mentalizarse de que ello no podía cortarle su vida escolar y trató de superarlo, afrontándolo (debo decir que el tutor fue advertido y prácticamente se limitó a observar la situación desde lejos, muy progre; sin embargo, él tenía en un palmito a algunos de sus alumnos, por afinidad).
Los recreos son el medio adecuado para observar y controlar estos casos (que se producen dentro del recinto escolar), pero no siempre el profesorado está concienciado de la importancia de esta labor; cierto que apetece también un recreo o descanso, pero, oficialmente, ello no es así; y, técnicamente, tampoco debiera serlo. En algunos casos, se establecían turnos de vigilancia; otras, se tira por la calle de en medio y vigila los patios quien ha querido o se ha sentido obligado por su responsabilidad; realmente, yo nunca he visto en esta labor y coincidencia al total de la plantilla del colegio.
Es triste, pero hay que admitir que esto se produce ‑aunque hipócritamente nos rasguemos las vestiduras‑, si nos lo recriminan o nos denuncian. Lo negamos sin más. Yo, pocos cafés he tomado en este intervalo de tiempo, consciente de mi responsabilidad; mas, también reconozco que mi vigilancia solo alcanzaba la zona donde, supuestamente, estaban la mayoría de mis alumnos; así que se me escapaba casi todo el otro alumnado; si en cualquier momento se hubiese producido cualquier incidente o accidente, fuera de mi vista (y no dudo que se producían), habría que haber visto cómo hubiese salido del apuro.
Lo que sucede fuera del alcance del estricto ámbito escolar (por supuesto, fuera del recinto) es difícil de controlar y, desde luego, los docentes no tienen competencias para ejercer acción alguna, si no es la que correspondería a simples ciudadanos. No comparto el criterio de que, también en esas circunstancias, el docente tenga que cargar con la responsabilidad que no le corresponde. Pero es cierto que se derivan o surgen previamente en zona escolar y que es ahí donde se deben atajar los brotes, antes de que lleguen a más. Es un deber inexcusable. No todo acoso o violencia es estrictamente escolar, aunque se produzca entre escolares. Tuve noticias de una madre que denunció ante la dirección del centro el acoso que un nene tenía contra otro. Por lo pronto, se dudó bastante en apercibir al chico y advertir a su familia (ya se sabe, cosa de no meterse con ciertas etnias); consecuencia de ello fue que la denunciante fue atacada fuera del colegio por los familiares ofendidos;precisamente, del ofensor.