Por José María Berzosa Sánchez.
2123.3. Concatenación.
Figura de construcción que repite, al principio de dos o más cláusulas, la última palabra de la cláusula inmediatamente anterior, o el último pensamiento.
Concatenación de la palabra:
A).
«Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza y todos menudeaban con tanta priesa, que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto, que a doquiera que ponían la mano no dejaban cosa sana».
Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra, Barcelona, Planeta, 1962, primera edición.
B).
«Pasan vientos como pájaros, pájaros igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo. como almas, como cuerpos, cuerpos como la muerte y la resurrección; como dioses».
Antología poética 2: ‘Arias tristes’. ‘Espacio’. ‘Ninfeas’. ‘Romances de Coral Gables’. Juan Ramón Jiménez, edición de Javier Blasco, Madrid, Cátedra, 1995.
C).
«El ratero roba al ciudadano y le entrega parte del botín al policía y el policía roba al ciudadano y le entrega parte del botín al jefe y el jefe roba y comparte el botín con el presidente municipal, y el presidente municipal con el comisario ejidal y éste con el delegado del PRI y éste con el gobernador y el gobernador con el ministro y el ministro con el presidente. ¿Sabes? En México uno acaba dándose la mordida a uno mismo. El delirio».
Cambio de piel. Carlos Fuentes, Madrid, Alfaguara, 1994.
Concatenación del concepto:
A).
«… tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo; y siéndolo, haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento; y en estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro».
Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes Saavedra, Barcelona, Planeta, 1962, primera edición.
B).
«Marcelo odiaba a los vascos y a los rojos, pero también a los fascistas, que no le parecían lo bastante fascistas, a los civiles, por ser inferiores a los militares, a la mayor parte de los militares, por falta de verdadero espíritu militar, a su padre, por reprocharle siempre que se hubiera quedado en sargento, y a sí mismo sobre todas las cosas, por no haber sido capaz de alcanzar el rango que le correspondía».
Ardor guerrero. Antonio Muñoz Molina, Madrid, Alfaguara, 1995, octava edición.
2123.4. Conduplicación.
Figura de construcción que repite, al principio de una frase u oración, la última palabra de la frase u oración inmediatamente anterior.
A).
«Siempre —decía— llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso. Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?».
Sobre héroes y tumbas. Ernesto Sábato, Barcelona, Seix Barral, 1991, 5.ª edición (definitiva).
2123.5. Conversión.
Figura de construcción que se realiza empleando una misma palabra al fin de dos o más frases u oraciones.
A).
«El de Salcedo era un simulacro perfecto de presencia, un prodigio de budista de quietud: estaba y al mismo tiempo no estaba, era un desertor íntimo que escapaba inadvertidamente del cuartel por la trampilla de su ensimismamiento, sin necesidad de escaquearse ni de emborracharse o ponerse ciego de canutos, como decían los más golfos, simplemente ordenando las cuartillas con membrete y los calcos en la máquina antes de escribir un oficio, o dedicando algo más de un minuto a sacarle punta a un lápiz. Encaraba las sinrazones, las barbaridades y los abusos del ejército con una mezcla de incrédulo asombro y resignación, y del mismo modo que había logrado reducir sus gestos y sus movimientos al mínimo imprescindible para cumplir sus tareas y fingir la presencia que reglamentariamente le correspondía, también había logrado economizar hasta el límite los recursos verbales con los que explicaba sus reacciones al espectáculo de la vida militar. Se encogía de hombros, fruncía los labios, movía tristemente la cabeza y declaraba:
—Te cagas.
Aquello era un manifiesto lacónico, una declaración de principios, un reconocimiento de derrota, una interjección al mismo tiempo de protesta y de fatalismo, de indiferencia y de horror. Entraba en la oficina con tumulto mular el sargento Valdés, buscaba algo, nos desordenaba todos los papeles, tiraba al suelo la copia de un escrito oficial y la pisaba con una bota sucia de barro, nos amenazaba con meternos quince días de prevención o con hacer de nosotros carne de garita si no le encontrábamos lo que buscaba. Matías se desvivía sonriendo y fingiendo actividad y repitiendo sí, mi sargento, a la orden mi sargento, y resultaba entonces que el papel aparecía inopinadamente o que el sargento lo había llevado desde el principio en un bolsillo de la guerrera, así que bufaba un poco apretando los dientes, se marchaba y cerraba de un portazo, y cuando nos quedábamos solos en la oficina y a Matías aún le duraba en la cara la sonrisa de servicialidad era Salcedo quien nos ofrecía un juicio definitivo sobre la invasión:
—Te cagas«.
Ardor guerrero. Antonio Muñoz Molina, Madrid, Alfaguara, 1995, octava edición.
B).
«Fieles o no fieles a mí, son granadinos, madre; son musulmanes, madre«.
El manuscrito carmesí. Antonio Gala, Barcelona, Planeta, 1995.
2123.6. Epanadiplosis.
Figura de construcción que consiste en repetir al fin de una frase, o de un verso, el mismo vocablo con que empieza.
A).
«Fuera menos penado si no fuera
nardo tu tez para mi vista, nardo,
cardo tu piel para mi tacto, cardo,
tuera tu voz para mi oído, tuera.
Tuera es tu voz para mi oído, tuera,
y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo,
y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo
miera, mi voz para la tuya, miera.
Zarza es tu mano si la tiento, zarza,
ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,
cerca una vez, pero un millar no cerca.
Garza es mi pena, esbelta y triste garza,
sola como un suspiro y un ay, sola,
terca en su error y en su desgracia terca«.
Antología poética 3: ‘El rayo que no cesa’. Miguel Hernández, Barcelona, Círculo de Lectores, 1978.