La rebelión de los necios, ¿un nuevo fascismo?, 03

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

El triunfo de Donald Trump no es más que el último eslabón, por ahora, de un movimiento populista (de derechas y de izquierdas, aunque más de derechas) que amenaza con trastocar las estructuras de un sistema que, con sus deficiencias, a veces muy notables (como dije en anteriores artículos), dominaba el viejo mundo desarrollado.

Pero no podemos olvidar que ese viejo sistema que, en Europa, estaba asentado sobre dos pilares fundamentales: la democracia cristiana y la socialdemocracia, había hecho posible un proceso de unidad europea que comenzó con los tratados de Roma (1957) e incorporó a la Unión hasta 27 países. Una ola de bienestar se extendió por toda Europa, aunque la crisis generada por la globalización haya abierto grietas en la construcción europea.

Aparte de la crisis económica que ha deteriorado social e institucionalmente la cohesión europea, dos fenómenos han irrumpido con fuerza en el panorama de Europa: el terrorismo y la inmigración. Si por sí solos son capaces de desestabilizar la convivencia de cualquier país, cuando interesadamente aparecen unidos, se convierten en una mezcla explosiva que genera dudas, incertidumbres y miedo, mucho miedo, en la población. Y es el miedo quien genera una reacción irracional de rechazo a todo lo que se relacione de alguna forma con estos dos fenómenos. De ahí que la islamofobia y el rechazo de la inmigración, en general, se haya convertido en el leit motiv de formaciones de extrema derecha, que amenazan con destrozar las estructuras que tanto tiempo y trabajo ha costado construir.

Francia, con el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, y luego su hija Marine, han abierto el camino a ideologías ultranacionalistas, antidemocráticas y parafascistas, cuando no decididamente fascistas. La Liga Norte, la propia figura de Berlusconi (un claro precedente de Trump, aunque menos agresivo) y el Movimiento 5 estrellas del cómico Beppe Grillo en Italia; el Amanecer Dorado, de carácter neonazi en Grecia, por cierto, coaligado con otro populismo, éste de izquierdas, como es el Syriza de Tsipras, tan identificado con el Podemos español; el ultranacionalismo húngaro de Orbán, intolerante con cualquier tipo de inmigración o éxodo político, el ultranacionalismo xenófobo holandés, polaco y austríaco… Y, finalmente, la aparición en Inglaterra (no digo Reino Unido), de un fortísimo movimiento racista, en contra de la inmigración (de cualquier tipo de inmigración, máxime la que tenga algún componente islámico), que ha sido capaz de conseguir en referéndum (facilitado por la torpeza de Cameron) la salida del Reino Unido de las instituciones europeas (Brexit), dando un duro golpe a la ya dañada construcción europea.

Todas estas formaciones, por medio de sus representantes, han sido las primeras en felicitar efusivamente al patán, zafio, inculto y violento Donald Trump (la foto de Nigel Farace con el presidente electo es muy significativa), aunque haya habido algunos demócratas que se han excedido en las felicitaciones, prueba indudable de su servilismo ante la gran potencia mundial.

Siempre nos fijamos en los políticos que lideran estos movimientos de ideologías peligrosas para la democracia, pero obviamos la responsabilidad de los electores. A menudo se oye decir: «El pueblo es sabio; siempre lleva razón». Y yo me opongo a ese dictamen. El pueblo, si así queremos llamar a los votantes, a veces se equivoca y lo hace gravemente. Recordar el acceso de Hitler al poder no es superfluo. Unas veces el desconocimiento, la falta de información; otras el miedo y la desesperanza, creyendo vanamente que estas formaciones les solucionarán la vida y su futuro; otras la rabia y la ira contra los gobernantes. Las razones pueden ser muy variadas, pero lo que se ha comprobado históricamente es que cualquier solución, liderada por este tipo de ideologías, lleva al país a un desastre mucho mayor que el que se ha querido evitar. Estos movimientos, que dicen luchar contra las élites políticas, se convierten en los más elitistas, favorecedores de una casta intolerante y brutal que, en poco tiempo, es capaz de destrozar la convivencia interior y exterior de una nación, hundiendo su economía y destruyendo la cohesión social de un pueblo (Maduro, en Venezuela; Ortega, en Nicaragua, pueden ser ejemplos que tomar en cuenta).

Perdonen que, como una especie de epílogo, les recomiende una de las novelas que mayor impacto me han causado: La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, es una novela cuya lectura debiera ser de obligado cumplimiento.

Cartagena, 16-11-16.

jafarevalo@gmail.com

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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