Por Fernando Sánchez Resa.
¿Quién me iba a decir a mí (mientras me encontraba en la escuela de antaño) que cuando fuese mayor sería maestro? Me hago hoy esta pregunta porque, cuando yo estudiaba primaria y bachillerato, ni por asomo se me ocurrió nunca pensarlo; pero mira por dónde, cuando termino el bachillerato, compruebo que hay una escuela de magisterio en mi ciudad de nacimiento (Úbeda); y que, además, como mis padres son pobres y tengo un hermano menor que viene por detrás, no puedo permitirme el lujo de ir a Granada a estudiar Historia del Arte (a pesar de ser becario), que era lo que más me atraía por aquel entonces…
Así que empecé a estudiar magisterio, más por obligación personal que por vocación; aunque, luego, durante los cuarenta y un años de profesión docente, siempre me he alegrado de haber hecho esta acertada elección.
Ya, en primero de Magisterio, hubo un profesor que me marcaría de por vida, don Lisardo Torres, que me dio Psicología General y Evolutiva, quedando impactado para siempre por su especial forma de impartir clase; de manera que él fue el causante de que, después, hiciera mi segunda carrera universitaria en la UNED: Psicología.
Mi opinión personal con respecto a lo estudiado en la Normal de Magisterio (que era como se le llamaba entonces a la Escuela Universitaria de Magisterio) es que me sirvió más bien para foguearme y socializarme, superando mi timidez natural, puesto que la mayoría de las asignaturas que estudiábamos no lograron sobrepasar los conocimientos básicos que ya traía en mi haber; y es que, además, se titulaban “Didáctica de…”, que, salvo raras excepciones, brillaban por su ausencia y su escasa eficiencia.
Ha sido mi constante búsqueda de la pedagogía y didáctica en el aula, la que me ha proporcionado la personal sabiduría que he atesorado en estos años de dar clase; y que se ha visto incrementada gracias al intercambio con compañeros o amigos maestros, así como con el estudio de novedosos textos didácticos y pedagógicos, etc.
La forma de dar clase ha cambiado radicalmente desde que yo empecé a ejercer de maestro, a mis diecinueve años, cuando la enseñanza se impartía al estilo tradicional, en la que el maestro explicaba y corregía al discente y éste atendía y estudiaba… Hoy en día, es otra historia.
Luego, me llegarían ocho reformas educativas (ocho) ‑como se anuncia en los carteles taurinos‑, que lo único que hicieron (la mayoría de ellas y según mi personal entender educativo y docente) fue desbaratarla, jugando al descarte, tratando de dejar el sello personal del ministro de educación de turno. Se han ido dando y reproduciendo bandazos, supongo que con buenas intenciones, para modernizar la escuela, sin que hayamos podido gozar de un consenso político estable en este importante asunto de la educación; y, por lo que me cuentan mis compañeros (que todavía siguen en el tajo educativo), siguen con la brújula perdida, sin coger el toro por los cuernos, ni firmar definitivamente un consenso en el que prime la educación de nuestras generaciones presentes y futuras y no mediante las banderías políticas de turno…
Hoy en día, por desgracia, somos esclavos (prácticamente todos) de la inmediatez en el refuerzo positivo y de la inconstancia y pereza del esfuerzo personal, por lo que padecemos de una negatividad y pesimismo subyacente, puesto que seguimos ejerciendo de persistentes imitadores de otros países o sistemas educativos, en los que ya ha fracasado la reforma, que una y otra vez nos han introducido o quieren introducirnos por decreto ley, sin consultar (precisamente) al profesorado, que es el que está diariamente a pie de obra. No hay más que ver o escuchar cualquier programa de televisión o radio, de tema educativo, en el que siempre se invita a expertos (o inexpertos educativos, que bien pronto han huido de la escuela o ni siquiera la han pisado), y en el que casi siempre está ausente el maestro; y así seguimos…
Además, he tenido la suerte de ser director de un centro de primaria durante nueve años y, desde esta privilegiada atalaya, he podido observar y aprender mucho de lo que se cuece en el mundo educativo de mi localidad y provincia.
Así mismo, he estado impartiendo docencia en todos los cursos de primaria, desde primero a sexto; y cuando estaba en vigor la EGB (Enseñanza General Básica), también en la segunda etapa: sexto, séptimo y octavo, enseñando diferentes materias curriculares. Por ello, he ido observando cómo el niño sigue siendo siempre el mismo sujeto al que enseñar y educar, aunque haya ido cambiando el marco en el que se produce cada día el acto didáctico, puesto que se ve complementado con las muchas variables que lo rodean ‑como suele ser la más mimosa y menos exigente educación familiar (entre otras)‑, que le han influenciado bastante, más en negativo que en positivo…
He sido agraciado, al tener alumnos que luego me los he encontrado en mi mismo colegio dando clase y siendo buenos amigos y compañeros; y otros, que hoy son personajes llanos del pueblo o importantes, con sus carreras universitarias y colocaciones varias. Aún los recuerdo gratamente, siempre se alegran al verme y nos saludamos afablemente.
He aprendido también que la metodología, el lenguaje, la forma de llevar la clase…, difiere mucho, según diferentes variables: el curso en el que te encuentres, la edad del alumnado, el grupo de pares que se junten, la educación familiar recibida, la hora de impartir clase, las condiciones materiales y físicas del aula, etc.
¡Ah!, y si las relaciones con los alumnos han ido cambiando paulatinamente, durante mis cuatro décadas de docencia, lo mismo (o más) ha ocurrido con las relaciones familia‑escuela: si, al principio, al maestro se le tenía un respeto exagerado y venerador, y su opinión iba a misa, en el transcurrir del tiempo se le ha ido devaluando y, a veces, cualquier padre o madre se cree que sabe más que el maestro en el arte de la docencia e incluso pretende demostrárselo en la primera ocasión que se le presente, bien en las tutorías individuales semanales o en los consejos escolares… La verdad es que, aunque todo este proceso se ha ido produciendo lentamente, yo sí he notado un cambio grande desde que empecé a ejercer de maestro hasta que me jubilé, hace ya dos años…
No obstante, la enseñanza y la docencia, con sus recíprocos verbos: enseñar y aprender, son dos acciones que tienen un encanto especial y deben ser el objetivo primordial de cualquier maestro que se precie por encima de legislaciones y normas educativas; por eso, siempre he tenido presente ese doble reto, ya que, luego, cuando ves que el discente aprende, sabe y comprende; con solo eso, ya te sientes más que agradecido, contento y satisfecho…
Anécdotas se podrían anotar por miles, pues cada día de docencia alberga un cúmulo de vivencias y experiencias con las que se podría elaborar varios tomos. Como yo he estado nueve años de mi vida en primero de primaria (curso difícil que casi nadie quería escoger y era adjudicado al último maestro que llegase al centro educativo), cuando a veces no había parvulario (hoy llamado educación infantil ‑¡cuánto cambio de nomenclatura inútil…!‑) y tenías que enseñar a leer y escribir, siempre era una gozada comprobar que, al acabar el curso, los alumnos tenían aprehendido el proceso lector‑escritor y esa satisfacción no te la podía dar más que el propio alumno.
También los años ejercidos en párvulos me han llenado de satisfacción y orgullo, por el candor y la espontaneidad que siempre muestra el parvulito; aunque, para ser sincero, la fortaleza física y mental que tiene el alumno pequeño agota psicológicamente más que otros cursos superiores de primaria y secundaria; aunque, por el contrario y según mi humilde entender, en estos cursos se suele deslucir más esa agradable sensación de ser estimado y querido…
Por todo ello, sigo haciendo esta sincera afirmación: lo bonita que fue, es y será mi profesión de maestro, aunque ‑como todo en la vida‑ haya tenido (y siga teniendo) sus claros y nubarrones, sus recompensas y trabazones, su estela de luces y sombras…; mas, debido a la edad y a la veteranía, he conseguido este remanso de paz que es la jubilación voluntaria, llegando, gracias a Dios, en buenas condiciones físicas y mentales.
Úbeda, 25 de octubre de 2016.