Vilanos, 04

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

11.-Cuando volvió de Pamplona, estaba muy pálida. Había reñido con Santamaría. Pasó unos días sin comer apenas. Me dijo que, aunque yo no quisiera volver a verla, tenía que decírmelo: lo del Congreso era mentira, habían pasado el fin de semana en Palamós. Estaban liados y así llevaban casi dos años.Creía que yo tenía razón: Santamaría nunca dejaría a su mujer. La había engañado. Se estaba riendo de ella. Intenté consolarla, pero no dejaba de llorar. A casa de sus padres no podía volver. Lloramos mucho, mucho, abrazados como dos criaturas.

Al día siguiente, me llamó José Luis, el Califa.El asunto de Loli Guzmán y el padre Ariza era un escándalo. En Comillas, no se hablaba de otra cosa. Los casaba un cura comunista que predicaba un evangelio desgarrado en los suburbios de Madrid.

Pasé por la academia a última hora. Pellicer tenía ganas de hablar y se puso a explicarme cómo compró el solar y el valor que tendría en unos años. Me invitó a cenar, pero me excusé. Tenía que volver a la pensión.

Olga dijo que quería hablarme. Fui a su habitación y nos sentamos al borde de la cama. Llevaba puesto un camisón corto, de tirantes, de color negro. Me juró que lo dejaría todo a fin de mes. Le cogí las manos, dándole ánimos. Decía que sólo tenía una amiga, pero hacía tiempo que no se veían. Me la comía a besos. ¡Cuánto daño le habían hecho! Le prometí que haría por ella cualquier cosa. Me miró con tristeza. Yo era lo único que tenía: un pobre estudiante al que quería como a un hermano. La besé en la frente, en los ojos…, como a una niña a quien se quiere proteger y consolar. Ella también me besó y se abandonó a mí. Pasamos abrazados más de dos horas. Luego, al verme desnudo, se echó a reír. Seguramente nos habrían oído. Salí de la habitación y me volví a mirarla desde la puerta. Dejó caer un tirante del camisón, descubrió un pecho, lo acarició, me miró y se echó a reír. Estábamos locos los dos.

12.-Era el aniversario de la madre de Montse. Estaba toda la familia. A los postres, Pellicer, en pie, anunció nuestro compromiso. ¿Lo había entendido bien? No supe qué decir. ¿Y mi opinión? Era intolerable. Me la entregaba casi a la fuerza.

Había enviado unas flores y tenía pensado recitar unos versos, pero antes de las siete me despedí. Lo sentí por Montse. Ella no tenía la culpa de ser hija de Pellicer.

Llegué a las siete a la pensión. Llovía mucho. Sentada en la acera, triste, como un perrillo apaleado, así la encontré. Se abrazó a mí y se echó a llorar. Dijo que llevaba sangrando mucho rato. Me asusté tanto que entramos al Clínico por la puerta de urgencias. Yo estaba consternado y ella tenía un aspecto lamentable. A las tres horas salió el médico, reservado y huraño. Había sido un aborto, pero ella no sabía que estaba embarazada. Me habló con desprecio. Debía pensar que el responsable del embarazo era yo. Luego dijo que en quince días tenía que volver.

Al día siguiente, llegó Santamaría como si no ocurriera nada, llamándola “cielo”, “tesoro” y esas cosas que dicen los cursis y los gilipuertas. Preguntó qué había pasado. Salí de la habitación. Desde el pasillo oí a Olga decirle que se marchara, que necesitaba descansar. Debió ver los antihemorrágicos al dejar la caja de bombones en la mesita, pero no dijo nada el “poca vergüenza”. Se marchó muy serio y cabizbajo.

Volví a su lado. Estaba de acuerdo conmigo. Había decidido poner fin a la relación. Aquel desalmado nunca dejaría a su mujer y no era justo lo que hacía con ella. Ni siquiera sabía lo del hospital. Le pregunté si estaba segura y me dijo que sí.

roan82@gmail.com

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