Sobre la primera salida de don Quijote, y 3

Por José María Berzosa Sánchez.

TÉCNICA

Ideológica

1. Simbolismo. El inicio de la novela es muy conocido:

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme». DQ, I, 1, 31.

Así es como suelen empezar los cuentos tradicionales, dejando en una nebulosa el lugar exacto donde ocurren los hechos, para potenciar la fantasía del lector. Sin embargo, hay una referencia comarcal: La Mancha. Martín de Riquer hace el siguiente razonamiento:

«Todo ello es el primer palmetazo cervantino a los libros de caballerías, que solían iniciarse con pompa y solemnidad y situando la imaginaria acción en tierras lejanas y extrañas y en imperios exóticos o fabulosos. El Quijote no empieza ni transcurre ni en Persia, ni en Constantinopla, ni en la Pequeña Bretaña, ni en Gaula, ni en el Imperio de Trapisonda, sino llana y sencillamente “en un lugar de la Mancha”». DQ, I, 1, 32. Nota 1.

Se pierde lo exótico, pero se gana lo autóctono, envuelto en el misterio. Cervantes opta por un pueblo español cualquiera, y con su expresión inicial hace referencia a ellos de forma simbólica.

Es el mismo simbolismo que hallamos en la descripción de la venta, que puede representar a tantas como el propio autor hubo de visitar a lo largo de su ajetreada vida.

Arriba he hablado de los personajes simbólicos: don Quijote y Dulcinea. Añadiré que Cervantes pretende romper la concepción erótica del amor caballeresco. Para ello, idealiza a Aldonza Lorenzo hasta límites insospechados.

«‑¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!». DQ, I, 2, 42.

«‑¿Oh señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazón mío!». DQ, I, 3, 52.

«‑Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso!». DQ, I, 4, 59.

«‑Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay, en el mundo todo, doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso». DQ, I, 4, 60.

2. Tropología. Las denominaciones Rocinante, don Quijote de la Mancha y Dulcinea del Toboso son equívocas, porque arrancan de una intención burlesca a la que Cervantes adorna agudamente.

«Al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que era ahora, que era antes y primero de todos los rocines del mundo». DQ, I, 1, 37.

El mismo narrador acababa de escribir:

«Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos [cuartos, juego de palabras entre moneda de poco valor y ciertas aberturas que se hacen en los cascos de las caballerías] que un real y más tachas que el caballo de Gonela [caballo de Gonela, tan esquelético que todo era piel y huesos], que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban». DQ, I, 1, 37.

De Quijote ya hemos comentado su origen y formación.

En cuanto a Dulcinea del Toboso, la anfibología se produce por el propio comentario irónico del autor.

«Vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto». DQ, I, 2, 39.

En conjunto, esta primera salida apunta el tono general de la obra y la intención burlesca del autor. Como ejemplos podemos citar:

«Y de todos [los libros de caballerías], ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entrincadas razones suyas le parecían de perlas». DQ, I, 1, 34.

«‑Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mío non es de ál que de serviros». DQ, I, 2, 44.

«Y, leyendo en su manual ‑como que decía alguna devota oración‑, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su mesma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba». DQ, I, 3, 54.

«‑También lo juro yo ‑dijo el labrador‑; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga.

Y asiéndole del brazo le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto». DQ, I, 4, 59.

«Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabó de entender el labrador la enfermedad de su vecino, y así, comenzó a decir a voces:

‑Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene mal ferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera». DQ, I, 5, 67.

Formal

En la técnica formal merece la pena comentar algo sobre los niveles de lenguaje que utiliza Cervantes.

La elocución del narrador es coloquial.

«Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda». DQ, I, 1, 32.

Hay dos niveles en la elocución de don Quijote. Uno es enfático, engolado, arcaico y, a veces, grandioso.

«‑¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece». DQ, I, 2, 42.

Otras veces el lenguaje de don Quijote es más coloquial.

«‑¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada! Mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento». DQ, I, 3, 51.

En general, los demás personajes suelen hablar en estilo coloquial; pero cuando dialogan con don Quijote, por un efecto imitativo, elevan su expresión con léxico y sintaxis más cultas.

Primera redacción, febrero de 1981. Segunda redacción, enero de 1997.

berzosa43@gmail..com

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