Por Fernando Sánchez Resa.
Pasó el primer fin de semana de noviembre de 2014, tras los soleados días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, y llegamos al primer jueves (día 6) con tiempo otoñal, habiendo bajado ostensiblemente la temperatura; por lo que en la sala de proyección del Hospital de Santiago se habían instalado unas estufas para caldear el ambiente. A pesar de que eran solamente las siete y media de la tarde, la noche ya estaba cerrada, mientras los adeptos cinéfilos nos encontrábamos atendiendo a las doctas explicaciones de Andrés, tras los oportunos saludos y charlas de rigor, sobre el nuevo ciclo que se estrenaba: Europa en guerra: 4 films de Roberto Rossellini.
Mostrando su inconmensurable amor al séptimo arte, Andrés nos explicó cómo, precisamente en un cine de Barcelona, visionó por primera vez la película El general de la Rovere (Il Generale della Rovere, 1959), hacía ya unos cuantos años, cuando aún sabía poco del mundo cinematográfico, por lo que quedó enganchado con el filme y la interpretación magistral y entrañable de Vittorio De Sica; enterándose, más tarde, que también éste era un gran director neorrealista que tenía en su haber tres obras maestras: El ladrón de bicicletas, Umberto D. y Milagro en Milán. Argumentó que habían escogido (Juan y él) este ciclo del cineasta Roberto Rossellini, como representante del neorrealismo italiano, que fue un movimiento cinematográfico que surgió en Italia, durante la primera mitad del siglo XX, como una reacción a la postguerra. Su objetivo fue mostrar condiciones sociales más auténticas y humanas, alejándose del estilo histórico y musical que impuso el fascismo; y utilizando frecuentemente a actores no profesionales. Advirtió que los cuatro filmes del ciclo no se iban a presentar en orden cronológico de realización; si así hubiese sido, éste debería ser el último del ciclo, en el que ya Rossellini renegaba del “neorrealismo” usado hasta entonces, también llamado “realismo social”. A gusto de muchas cinéfilas, El general de la Rovere se visionó en español, pues el doblaje era bueno y aceptable.
Andrés no quiso adelantar el argumento ni ser un spoiler (machacador de argumentos o de finales de películas), sino que se limitó a dar unas cuantas pinceladas de cómo Vittorio Emanuele Bertone (Vittorio De Sica), siendo un personaje licencioso, jugador y sin oficio estable, se va adaptando a la vida que le toca en suerte, con la ocupación nazi de Italia, interpretando al general de la Rovere, tras haber sido liquidado el verdadero, prematuramente, por las fuerzas alemanas; aunque dejando claro el asunto central de esta obra rosselliana: cómo un hombre, con su característica e intransferible personalidad, es capaz de asumir un destino heroico para el que nadie le hubiera creído capaz, dentro del contexto de una realidad desesperada y trágica.
Antes de comenzar la proyección, la dadivosa, intrépida e incondicional compañera cinéfila, M.ª del Carmen Ruiz Ara, ofreció a los espectadores (como viene haciéndolo habitualmente) el suave caramelo y/o la blanca bola de anís, haciendo más sabrosa esta peli, que fue rodada en un bello blanco y negro, con grandes contrastes entre escenas típicas de estudio y otras de corte documental; y cuyo argumento está al servicio de una reflexión moral sobre el deber en los tiempos difíciles, convirtiéndola en una tragicomedia perfecta, en la que la humanidad de los personajes es lo más entrañable.
Empezó la película de una manera deslavazada (o al menos así nos lo pareció), contándonos cómo Vittorio Emanuele Bertone (Vittorio De Sica), que centra toda la proyección de la película, se dedica a engañar y timar a todo tipo de mujeres y hombres de cualquier condición social, sacándoles dinero por intervenir en el libramiento de la muerte, del destierro o del campo de concentración de sus familiares cercanos, por lo que son capaces de pagarle el poco o mucho dinero que poseen, según la escala social a la que pertenecen. Y conforme iba avanzando la película, nos fuimos enganchando y enamorando del personaje, a pesar de su comportamiento chantajista y vivalavirgen, incluso de despego hacia el nacionalismo o de apego por defender su patria del invasor alemán; pues empezó con la misión de identificar a los jefes de la Resistencia y acabó tomándose su papel demasiado en serio, quedando todos sorprendidos con su inesperado final. Como contrapunto a esta metamorfosis, la película expresa el recíproco deterioro moral de su captor, el coronel Mueller (Hannes Messemer), por lo que nuestros corazones y conciencias quedaron engarzados al alegato de denigración y odio hacia la guerra y contra la ocupación de una nación soberana por otra extranjera. Se filmó en Génova (en 1943), aprovechando para fotografiar toda la pobreza, la miseria y el desencanto que aquella ocupación forzada trajo; aunque, como comentábamos a la salida, los seres humanos no aprendemos ni escarmentamos en cabeza ajena; por eso, siguen produciéndose tantas guerras en todo el mundo, entremezcladas de corrupciones y corruptelas, tanto en países democráticos como dictatoriales. ¡Qué pena que el ser humano vaya acumulando experiencia para casi nada, puesto que las sucesivas generaciones apenas quieren o suelen aprovecharla, alegando que tienen que vivir su propia vida y equivocarse por sí solas…!
En definitiva, El general de la Rovere es una estupenda y cruda película, con una gran interpretación del personaje principal, que ofrece una lección acerca de la dignidad humana, juntamente con todo el elenco actoral, destacando un magnífico Hannes Messemer, que interpreta al coronel nazi, personaje de suma importancia, pues es el único que acaba conociendo (y reconociendo) el heroísmo del protagonista. Está basada en un enjundioso guión de Sergio Amidei, Diego Fabri e Indro Montanelli, que fue, a su vez, el periodista que había escrito su relato homónimo. La dirección de Roberto Rossellini es magnífica, a pesar de haberla realizado por encargo y con fines “estrictamente alimenticios”, por lo que nunca fue muy valorada por su autor, ni se sintió satisfecho de ella, ya que estaba harto del desprestigio alcanzado por el neorrealismo, que él mismo había creado, pues se había convertido en un cine comercial reducido a un mero ejercicio de estilo.
Pienso que la diferencia entre Roma, cittá aperta o Germania, anno zero e Il Generale della Rovere radica sencillamente en el ambiente, en la situación. No es lo mismo rodar en Cinecittá que hacerlo en una Roma recién bombardeada; es como pasar de contar la vida de gente anónima, que en ese momento están sufriendo las penalidades de la guerra y la postguerra, a hacerlo mediante una historia basada en un relato real (pero sucedido quince años atrás), escrito por un periodista; por lo que utilizó imágenes de archivo sobre las devastadoras consecuencias de los bombardeos, intensificando más la narración en la ficción “real”.
A los aficionados al cine de autor, sus 135 minutos de duración se nos pasaron por entre las manos, comprobando (a la salida) que las principales arterias urbanísticas de Úbeda estaban desiertas; por lo que cada cinéfilo marchó raudo a su casa para cenar y tomar el merecido descanso, sin dejar de sentir el punzante dardo clavado en su consciencia por esta interesante película, de tan escaso presupuesto, que consiguió filmar el irrepetible director italiano Roberto Rossellini.
¡Esperemos que el general de la Rovere todavía no haya muerto…!
Úbeda, 30 de julio de 2016.