Por José María Berzosa Sánchez.
En la época de “El Quijote”, el papel de la mujer en la sociedad era muy restringido. Su actuación se limitaba al hogar. Sus funciones principales ‑y prácticamente únicas‑ se reducían a ser madre y esposa. Esto era considerado como el deber fundamental y primero de la mujer, y quienes no cumplían con ello eran mal vistas por el resto, ya que consideraba que no estaban cumpliendo con su deber básico. Con esto, la mujer quedaba recluida en su casa, sin tener acceso al mundo exterior, el cual quedaba reservado exclusivamente para los hombres. Una sociedad de estas características, celosamente patriarcal, marginó a la mujer de la educación y la cultura, ya que se consideraba que para ser una “buena mujer” bastaba que fuera instruida en las labores domésticas.
En este contexto, el honor de la mujer en la sociedad barroca española dependía de que ésta siguiera el modelo propuesto por la misma. La mujer “virtuosa” debía cumplir con los siguientes requisitos: la castidad, la pureza, la templanza, la belleza, la sumisión, la modestia y la obediencia, sin olvidarse que su principal función es ser esposa y madre. Su participación en las actividades públicas no sólo era considerada inconveniente, sino también inmoral.
A diferencia de la mayoría de la literatura de su tiempo, la cual manifestaba y sustentaba la visión social de la mujer barroca, Cervantes no expresa una visión antifeminista ni peyorativa del sexo femenino; muy por el contrario, antes de estar determinados por su sexo, los personajes cervantinos son humanos; por lo tanto, presentan virtudes y defectos. Estos vicios y desperfectos no son inherentes al personaje, sino que están dados por las circunstancias en que se encuentran, determinados casi en su totalidad por el contexto social al cual pertenecen. Las mujeres en “El Quijote” representan todas las ocupaciones: son novias, sobrinas, madres, monjas, cortesanas, sirvientas, tías, las hay de distintas edades, etc.
Otro aspecto importante es que toda la acción principal de la novela y muchos de los sucesos secundarios giran en torno a las figuras femeninas, asunto tan contrario a lo que de la época podía esperarse. Los personajes femeninos corresponden generalmente a la situación y ambiente del tema amoroso. Sin ir más allá, es Dulcinea, mujer irreal, que don Quijote crea como dama, la que mueve la totalidad del texto. Como sabemos, sin ella, no habría Quijote, ya que hay una absoluta necesidad de la existencia de la dama.
La mujer, en “El Quijote”, siempre aparece relacionada con el tema literario, ya sea porque las mujeres que aparecen en la obra tienen sus antecedentes en la literatura de la época, a la que Cervantes imprimió su sello personal, o porque su característica lectora cobra importancia significativa dentro del contexto en el cual se desenvuelven.
Por ejemplo, el hecho de que Dorotea sea lectora de novelas de caballería, condiciona su interpretación de princesa Micomicona, llevándola a cumplir este papel de manera excepcional, engañando no sólo a don Quijote, sino también a Sancho Panza. Debido a que Dorotea es lectora, asumir tal papel no se le hace nada difícil; por el contrario: «No dejó de avisar el cura lo que había de hacer Dorotea, a lo que ella dijo que descuidasen, que todo se haría sin faltar punto, como lo pedían y pintaban los libros de caballerías» (Cervantes, Miguel. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Capítulo XVI).
La figura de la dama menesterosa estaría representada en la figura de Dorotea. Es la doncella en apuros que solicita la ayuda al caballero andante. Ella sería la que inspira al caballero a salir en busca de la aventura. Así lo hace este personaje al asumir el papel de princesa Micomicona, personaje que nace justamente con el objetivo específico de conducir a don Quijote de regreso a casa.
Dorotea aparece en Sierra Morena, ambiente pastoril, pero también representado por las locuras y penitencias de amor pertenecientes al mundo caballeresco. Se manifiesta como un contraste en relación a don Quijote y a Cardenio, que en ese espacio se distinguen por sus locuras, a diferencia de Dorotea, que muestra lucidez y cordura en sus actos.
El personaje proviene de una familia de labradores acomodados y, en su hacienda desarrolla actividades importantes en cuanto a su mantención y manejo de los bienes familiares. Esto es importante, ya que se puede establecer una oposición con respecto al rol de la mujer de la época: Dorotea pertenecería a una pequeña minoría instruida, la que no tiene un rol pasivo; por el contrario, es activa en cuanto a sus actividades como hacendada, en lo que se muestra especialmente inteligente y dotada de capacidades para ello. Por otra parte, ha recibido educación, y es estudiosa, tal como dice Concha Espina: «No es la niña aldeana inculta, ni mucho menos». Dorotea no sólo es hermosa, sino que es también discreta; actúa en libertad y con decisión; huye de su casa para encontrar al que ha de ser su marido y hacerle cumplir sus obligaciones morales; entra a Sierra Morena para vivir la experiencia del dolor amoroso, que le llevará a la solución de sus problemas. Hecho importante es que Dorotea toma la decisión de vestirse de hombre luego que su criado y un pastor tratasen de propasarse. La mujer asume papeles masculinos para ejercer ciertas funciones sociales (lo que ocurría en la época): aquí, restituir su honor. Todo esto demuestra enorme soberanía y emancipación, tanto en sus actos como en sus pensamientos.
La historia de Dorotea está cruzada desde un principio por un juego de apariencias y engaños. En primera instancia, don Fernando la seduce con falsas promesas que no pretende cumplir; ella cae en sus juegos y se entrega sin mayor resistencia, confiando en la palabra de su nuevo amante. La verdad es que don Fernando es caprichoso, y sólo pretende satisfacer sus deseos eróticos y calmar sus obsesiones amorosas. Así, luego de un tiempo, la abandona, fascinado ahora por los encantos de Luscinda, la novia de su amigo Cardenio.
Sin embargo, tras esto, Dorotea siente instintivamente que debe luchar por restituir su dignidad, que se vio tremendamente afectada tras estos acontecimientos, y se anima a seguirlo, decidida a exigirle que cumpla con su promesa matrimonial, lo que implica, en último término, que le devuelva su honra. Siguiendo los planteamientos del Concilio de Trento, toda la desgracia de Dorotea pende de su matrimonio frustrado; por él se ha quedado sin honra, se ha visto obligada a dejar la comodidad de su hogar, el amor de sus padres y peregrinar por las soledades de la sierra, luego que se entera del matrimonio de su supuesto esposo con Luscinda. La única solución feliz de sus problemas depende del matrimonio por vía religiosa. Lo interesante es que la mujer, en este caso, toma el papel decisivo y activo. Dorotea lucha por reponer su honor, y logra su objetivo: su reencuentro con don Fernando.