Cataluña, 1

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

El triunfo del desdén y del odio

Hace varios años me crucé, en plena plaza del Duomo de Florencia, con una persona que hablaba español con sus acompañantes. Mi esposa le dijo: «¡Ah, español!», pero él contestó con énfasis: «Yo no soy español». Percibí en su rostro y en sus masticadas palabras una suficiencia desdeñosa ante la osadía de ser confundido por español, esa raza inferior. Y el caso es que, según dijo, era profesor de Historia del Arte (medieval, para más señas) en una universidad de Barcelona. Se le debía suponer una mayor delicadeza en la respuesta y, sin embargo, mostró una actitud adusta y despreciativa. Se me atragantó la pasta que tomamos luego, frente a la bellísima fachada de la catedral de Florencia. ¡Qué pena de tiempo perdido en reflexiones sin solución!

Viene a cuento esta anécdota para decir que el problema del encaje de Cataluña en España tiene difícil solución, al menos en estos momentos. Aquella opinión de Ortega sobre la “conllevanza” ha sido superada en apenas unos cuantos años. El desprecio o el rencor hacia todo lo que suene a español alimenta a los independentistas, que se acrecienta cuando el referente es andaluz, extremeño o murciano, sin que se entienda bien que personas con apellidos tan sonoros como García, Sánchez, Fernández… hayan podido ser abducidos por esa burguesía oligárquica nacionalista, celosa de su identidad, cerrada a personas que, según su ideología excluyente, tienen una procedencia étnica claramente inferior.

El problema de esta situación es que, frente a una catarata de “cuentas y cuentos” ‑como ha demostrado Josep Borrell, que han desarrollado una historia falsa de Cataluña, a la que solo se llega a través de la fe y de la irracionalidad‑, en el resto de España no se ha podido construir un edificio patriótico consistente, con suficientes elementos comunes, como para ser asumido por la mayoría de los españoles, incluidos los catalanes. El profesor Álvarez Junco ha tratado con luminosa claridad los conceptos de pueblo, nación y patria, llegando a la conclusión de que en España no se ha conformado una idea potente de patria, que sí existe en otros países como Francia, Alemania o Estados Unidos.

Durante el siglo XIX, cuando esta idea nacional se consolida en muchos países, en España, vieja nación, se desperdicia una ocasión tan propicia. La constitución de 1812 abrió un siglo lleno de esperanza, capaz de ir cimentando la construcción de una nación liberal que incluyese clases sociales e ideologías varias; pero fue tan solo un relámpago, que solo deslumbró un instante. Constituciones de ida y vuelta, golpes de Estado de todo tipo, guerras y revoluciones, se repitieron durante todo el siglo, haciendo imposible la formación de una estructura capaz de albergar un edificio nacional robusto y atractivo para la mayoría.

Y, más cercano a la actualidad, la dictadura de Franco asestó un golpe definitivo a la posibilidad de una patria común, hasta el punto de monopolizar la bandera, el himno… y el patriotismo. Se formó una nación excluyente que, a la muerte del dictador, se intentó transformar durante la Transición y la Constitución de 1978, con éxitos indudables que culminaron en la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. A partir de esta fecha, el edificio nacional empezó a resquebrajarse de nuevo, llegando a la asfixiante situación actual en la que un porcentaje creciente de militantes independentistas catalanes amenaza gravemente la cohesión interna en Cataluña y la relación de ésta con el resto de España. Y, mientras el relato independentista se abre paso con fuerza ‑a pesar de sus evidentes falacias‑, el discurso unionista, dentro y fuera de Cataluña, carece de la fuerza, convicción y cohesión necesarias para imponerse como  solución atractiva capaz de ilusionar o, al menos, no suscitar rechazo en la población no independentista, hoy mayoritaria, al parecer.

Hay muchas personas de buena fe, de dentro y de fuera, que reclaman más amor para Cataluña, y es verdad que en muchos sectores del resto de España existe un anti catalanismo militante, paralelo al anti españolismo en Cataluña, que se retroalimentan entre sí; pero, mientras éste (el anti españolismo) está imbuido de odio y desdén, aquél (el anti catalanismo) descubre un evidente complejo de inferioridad, incapaz de desmontar con argumentos el relato independentista. Y esto “se huele” en los sectores más identitarios e intransigentes de Cataluña.

Cartagena, 17 de septiembre de 2015.

jafarevalo@gmail.com

(Profesor de Historia)

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

Deja una respuesta