Contra el inmovilismo y el adanismo

Por Juan Antonio Fernández Arévalo.

Antes de la votación de la primera sesión de investidura para presidente del gobierno de España que, como todos sabemos ‑y sabíamos‑, concluyó con la derrota del candidato Pedro Sánchez del Partido Socialista Obrero Español, hubo una intervención del portavoz socialista en el Congreso de los diputados que recomiendo ver y escuchar (quedó registrado en YouTube).

Don Antonio Hernando (no se confundan, por favor, con Rafael Hernando del PP) construyó una pieza oratoria digna del mejor parlamentarismo español. Nada que envidiar de los grandes parlamentarios como Indalecio Prieto, Manuel Azaña, Felipe González o Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.

Como respuesta a las intervenciones parlamentarias y a la reiterada acción política de determinados grupos de la Cámara, que no es preciso identificar, el discurso de Antonio Hernando se eleva política y éticamente sobre las posturas inanes, a veces, soberbias, otras, de estas dos tendencias tan nocivas para un mínimo entendimiento entre formaciones de diversa ideología política.

El inmovilismo y la inacción nos han llevado, en palabras de Hernando, a la difícil situación global en que nos encontramos en la actualidad. Una encrucijada endiablada en la que se han quebrado las instituciones hasta límites insoportables, donde la corrupción se ha enseñoreado en la vida pública hasta convertirse en un subsistema mafioso dentro de un sistema democrático de baja calidad; y el problema territorial, identificado de manera simbólica en el proceso de desconexión de Cataluña, amenaza con hacer estallar siglos de convivencia dentro de un mismo Estado. Y el ciudadano medio contempla atónito e impotente esta escalada que le supera y abruma.

La inacción ante los acuciantes problemas de la sociedad y el control y la utilización partidista de las instituciones (televisión pública, poder judicial, instituciones económicas…) ahondan el abismo entre política y ciudadanía, haciéndonos retroceder décadas. La transición, con sus defectos y errores, que los hubo, se alza como un gigante frente al raquitismo moral y político representado por esa tendencia inmovilista y excluyente. Gigantes eran Adolfo Suárez, Felipe González, Miguel Roca o Santiago Carrillo frente a esta caterva de liliputienses como Rajoy, Rafael Hernando, María Dolores de Cospedal y un ilimitado etcétera que hacen bandera de su pobreza intelectual, cultural y política. El vigor democrático de aquellos pone al descubierto la displicencia, atonía e, incluso, superchería de estos últimos.

Y si, en el alegato de Hernando, el inmovilismo no solo no soluciona, sino que contribuye a encallar los problemas de la sociedad, el adanismo nos conduce a otro escenario de consecuencias aún no percibidas en su auténtica dimensión. Ya el viejo Aristóteles describía al hombre como un zoon politikón, lo que quiere decir que, por naturaleza, el hombre se identifica por su dimensión social y política, que puede estar más o menos desarrollada en cada individuo y en cada colectividad, pero que forma parte de la esencia de la condición humana. Pretender ahora, casi 25 siglos más tarde, que las relaciones políticas y sociales están por descubrir, que todo empieza ahora, que nada de lo anterior tiene validez en la actualidad, es arrogarse un rol que puede hacernos caer en el ridículo más palmario, sobre todo cuando las manifestaciones adánicas pretenden colar como nuevas las viejas recetas ya periclitadas y fracasadas hasta el estrépito.

Quienes pretenden, de manera zafia, insultante e injuriosa, encanallar la vida pública, terminando por destruir los escasos puentes de la concordia, del debate civilizado y del acuerdo responsable, despreciando los momentos históricos más brillantes y esperanzadores de nuestra historia, no pueden imponernos su incierta moral, su intolerante soberbia, su desprecio tribal, su rencor permanente y, a menudo también, su odio visceral digno de un estudio psiquiátrico. Sencillamente, porque en la soberbia, la ira o el rencor no puede haber superioridad intelectual y, menos aún, moral. La mirada puesta por estos “adanes” en regímenes dictatoriales, caudillistas o populistas como faros a los que dirigir nuestras naves, nos desvelan formas autoritarias, controladoras, fiscalizadoras. El otro se convierte en el enemigo, al que se le priva de su derecho a ser diferente, porque ser diferente es ser casta, y la casta (como ellos la llaman, escupiendo las cinco letras que componen la palabra) merece el desprecio y el ostracismo, suave o cruel; depende de las circunstancias (como observamos, por cierto, en la Venezuela de Maduro).

Los ataques brutales, sigo la estela de Hernando, hacia todos los partidos políticos son inaceptables en una democracia; pero la infamante embestida hacia el PSOE es especialmente repugnante. El Partido Socialista Obrero Español, no me aparto de Hernando, es el partido más antiguo de España, con 137 años de historia viva, con luces y sombras, como toda obra humana, pero con numerosos ejemplos de ética, entrega y lucha por las libertades, por la igualdad y la solidaridad entre los pueblos y las personas, pagando demasiadas veces el alto peaje del exilio, la cárcel, la tortura y la vida. Desde el fundador, Pablo Iglesias, el auténtico, el de la barba blanca y el rostro dulce, digno y bondadoso, el verdadero ser ejemplar, pasando por Jaime Vera, Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Juan Negrín, Julián Zugazagoitia y, sí también, Felipe González y Rodríguez Zapatero (objeto de chanzas fatuas por los reaccionarios de siempre), que han protagonizado las páginas de mayor progreso y bienestar para España y han dictado las leyes más justas y progresistas de los últimos tiempos. Una reflexión: eliminemos por un momento las leyes y acciones políticas del Partido Socialista en los más de 20 años de gobierno, tras la dictadura franquista. ¿Qué nos quedaría? Lo dejo a la reflexión sincera de los lectores.

Es inaceptable que políticos que no han sufrido ninguna gabela comparable a los que hemos citado, ni tienen bagaje alguno en favor del pueblo, fuera del aprovechamiento de un movimiento reivindicativo del que se han beneficiado para hacerlo casi desaparecer, que han realizado su formación académica gracias a las ayudas, becas y subvenciones propiciadas por gobiernos socialistas, muestren un rencor y un odio dirigidos a lesionar gravemente el honor y la dignidad de unas personas que no están en condiciones de defenderse en pie de igualdad.

El alegato de Hernando termina con una mirada al futuro sin ira, pero me parece que la ira, el rencor y el odio se han instalado entre nosotros, por más que algunas intervenciones se rubriquen con besos en la boca, a la manera soviética. Breznev es el modelo. Todo muy moderno, como nos acostumbran en tan corto tiempo.

Cartagena, 4 de marzo de 2016.

jafarevalo@gmail.com

(Profesor de Historia)

Autor: Juan Antonio Fernández Arévalo

Juan Antonio Fernández Arévalo: Catedrático jubilado de Historia

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