“El placer”

Por Fernando Sánchez Resa.

Era una lluviosa noche de invierno, jueves previo al día de los enamorados (14 de febrero de 2014), cuando los habituales cinéfilos (y alguno más) pretendíamos disfrutar de la sobresaliente peli francesa El Placer (Le Plaisir, 1952), con guión de Jacques Natanson y Max Ophüls, basado en tres cortos y brillantes cuentos de Guy de Maupassant (1850-93), adaptados por Ophüls con virtusismo, elegancia y maestría, con “el placer” como nexo de unión y con grandes tintes de amargura; con música de Joe Hajos y una estupenda fotografía de Philippe Agostini, Christian Matras (B&W).

Íbamos a la búsqueda del placer, como los protagonistas del filme, y este cineasta singular supo traducirlo en imágenes (en blanco y negro) y sustanciosos diálogos, con su barroco y característico lenguaje cinematográfico, mostrándonos tres alegóricas historias del afamado escritor francés: “La masque” (1889), “La maison Tellier” (1881) y “La modèle” (1883), rodadas en escenarios naturales de Calvados (Baja Normandía), llamada la “Suiza Normanda”, y París (Escuela de Bellas Artes) y en platós de Franstudio (Joinville-le-pont), Studios Eclair (Epinay-sur-Seine) y Studios Boulogne-Billancourt. Maupassant y Ophuls se aúnan aquí con la intención de relatar, como fieles naturalistas, rasgos destacables del ser humano: la bondad, el deseo, la arrogancia, el amor, el desamor…

El primer cuento muestra el placer de Ambroise (Galland), antiguo primer oficial de la peluquería Marcel, de la ópera de París, jubilado y olvidado, que no se resigna a envejecer, por seguir disfrutando de la vida y de los placeres mundanos, especialmente del baile, de la sociedad y de las mujeres en general, ocultando su decrepitud natural; y, como contraste, su esposa siempre lo perdona y cuida tras sus frecuentes salidas nocturnas de las que viene físicamente mal.

En la segunda historia, más larga y divertida, nos muestra a Julie (Madeleine Renaud), patrona de la casa de citas Madame Tellier, que tiene dos puertas (una para cada clase social, al igual que sus empleadas correspondientes); y que cierra el establecimiento entre el sábado por la mañana y la tarde del domingo, a finales de mayo, para asistir, en compañía de sus pupilas (Flora, Rafaela, Rosa, Luisa, Fernanda…), a la primera comunión de su sobrina Constance (Jany), en una pequeña localidad de la campiña normanda, donde vive y trabaja, como carpintero, su hermano Joseph Rivete (Jean Gabin). El viaje en tren, con sus prototípicos pasajeros; la llegada y partida del pueblo; las escenas de la misa de la Primera Comunión, donde todos lloran desconsoladamente por simpatía con las pupilas; el hospedaje en la casa del pueblo; el viaje (en carro) con unas sillas puestas exprofeso para que sea más confortable… hacen de este cuento, hecho cine, un derroche de sabiduría transformadora, con unas escenas y diálogos plenamente provechosos que expresan el contraste entre la infancia (y su pureza) y la juventud o madurez (y su placer). Se me quedó grabada la frase de Joseph: «Los niños están aprendiendo, en esa edad, la religión; para luego, cuando sean mayores, olvidarla». No hay más que mirar en derredor, hoy en día, para ratificarlo…

Y el tercero, hace patente la animadversión placer-muerte, representando a un afamado pintor, Jean (Daniel Gélin), que se enamora apasionadamente de su bella modelo Josephine (Simone Simon) y solamente pinta retratos de ella alcanzando el éxito; pero su historia de amor tiene un final inesperado; pues, tras los primeros acaramelamientos, la relación toma derroteros menos dulces y de efectos imprevisibles. La enseñanza que nos muestra es plenamente cierta: una vez pasado el primer fogonazo hormonal, para que la pareja sea estable ha de tener otros anclajes y alicientes comunes, parecidas ideas de cultura, diversión, políticas, quizás religiosas…; si no, declinará esa atracción física primera…

Los tres cuentos, con una narración en off de Jean Servais, cual si fuese el propio Guy de Maupassant, van mostrando tres situaciones muy distintas, cuyos denominadores comunes son la búsqueda, pérdida, recuperación o añoranza de la palabra que da título a la película, pero con una sensación trágica de fugacidad. Este filme está lleno de encanto y de detalles sutiles. La puesta en escena es muy teatral y la cámara se mueve entre los decorados, como si un observador espiase a los protagonistas, consiguiendo un cine intemporal que no tiene en cuenta las modas del momento.

Los aplausos, al final de la proyección, no se hicieron esperar; así como los comentarios positivos. Antes de coger las escaleras o el ascensor, para marcharnos a nuestros lares, nuestro olfato detectó la excesiva humedad que este magno edificio desprendía por todos lados. Así, una noche más, podríamos regodearnos con lo aprendido en aquella noche, tras la búsqueda del placer, pues es marchamo común y general de todo el género humano, aunque en diversas formas y maneras, ya que depende de diferentes factores: edad, estatus social, cultura, convicciones políticas o religiosas, país, época…

No se me ha olvidado la mejor frase del film: «La felicidad no es alegre».

Úbeda, 6 de mayo de 2016.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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