Por Mariano Valcárcel González.
Noticia nacional. Bódalo y la cárcel. Cada vez más todo nos suena a rancio y a retropasado, vuelto a airear y ventilar como cosa nueva.
Que una persona, creída la reencarnación del paradigma revolucionario, símbolos incluidos, viva en ese revival constante no es extraño; que cada cual se reinventa como quiere y puede vivir según sus imaginativos guiones, inventados incluso para mejor adaptarlos a lo que ni se es ni se demuestra. Lo que quema, extraña e indigna, incluso es que nunca falten quienes, a rebufo del iluminado de turno, lo jalean, azuzan, alimentan sus fantasías y lo hacen creerse más y más sus propias quimeras.
Entre estos del clan, sin duda que los hay muy inteligentes o muy oportunistas, que del caso pretenden sacar oro. Los que saben que utilizando al sujeto o sujetos correspondientes obtendrán réditos propagandísticos para su causa: políticos y quien sabe si hasta económicos.
Han utilizado bien los medios. Es una etapa obligada en todo revolucionario de la vieja escuela que se precie. Así que el luchador, el sindicalista, el revolucionario (que no demócrata, oiga) que se reencarna en Andrés Bódalo, necesitaba como agua de mayo no ya unas multas, unas reconvenciones judiciales, algunas sentencias más o menos aceptables, sino una que dictase prisión, y prisión ineludible y aplicable, sin paños calientes. Ir pues a la cárcel es de lo más adecuado, de libro, en quien se diga de veras luchador de causas justas, las del proletariado. Como antaño. Como vino sucediendo años y años, siglos, y más en los recientes de la dictadura franquista. Cárcel y redención y unción carismática. Todo esto es cosa del viejo pensamiento, de lo sacado del libro de la historia y puesto en letras de oro para adoctrinamiento. Nada nuevo. Tal vez sea necesario, ¿quién sabe? Puede que esté agradecido al juez, que le ha facilitado las cosas. Yo hubiese preferido una multa y las inhabilitaciones correspondientes. Curiosamente, el recurso ante el Supremo llegó tarde; habría que preguntarle al abogado defensor.
Comparar a Bódalo con un verdadero mártir, que se llamó Miguel Hernández, es ensuciar la memoria de este. Compararlo con el significado cultural y poético de un Miguel Hernández alzado; sí, es verdad, alzado sobre su condición de no ser nadie, esforzado en el conocimiento y en la percepción del mismo, aupado por su esfuerzo intelectual a la máxima altura de nuestra literatura, es un tal insulto que quienes lo han realizado (¡ah, Teresa Rodríguez, cegada por su incultura y su fanatismo!) deberían subsanar. Y Miguel Hernández, comunista, comisario en guerra, fue dejado morir ignominiosamente en prisión; pero nadie pudo decir de él que ejerciese violencia criminal contra nadie. Por eso, en realidad, fue abandonado a su suerte; otros tuvieron las manos menos limpias y escaparon.
Bódalo y su lucha. Sale del Jódar irredento, del Jódar de la profundidad de decenios sin respuestas. Sale de los años de manifestaciones continuadas, en esa localidad.
En los años posteriores a la Transición, Jódar se convirtió en un hervidero. La opresión sobre sus gentes había sido tremenda, al igual que en otras poblaciones de La Loma, y los jornaleros buscaban compensaciones. Verdad es que la estructura socioeconómica del pueblo solo contemplaba el trabajo temporero, ya consolidado en el espárrago en Navarra y la aceituna en Jaén, y el intermedio de vendimia en La Mancha o Francia. Mientras, nada, pues nada había. Durante los sesenta del pasado siglo, la población activa disminuyó notablemente (quedaban en la villa los viejos y los niños), lanzada a la emigración al igual que en otros lugares. Pero la vuelta del emigrado, con las crisis de los setenta, agravaba el problema endémico. Así se llegó a una situación de permanente levantamiento social, barricadas, cortes de carretera, carreras, cargas de los civiles o la policía… Se sufrieron jornadas de verdadero pánico. Se hablaba mal de la localidad, de sus gentes… El cabecilla de entonces, al que se seguía ciegamente, terminó rompiendo con el partido oficialista, creando su propia facción, su propio partido. Y terminó desprestigiándose ante los mismos que antes lo aclamaron. Y se perdió en la nada… Por entonces, Bódalo era un chiquillo.
Si la situación se hubiese ido solucionando de alguna manera, ahora no existiría este caso. Pero los gobiernos más atendieron a sus trifulcas internas que a las necesidades de la población. La lucha jornalera tiene ahí un vivero. Los intentos de mejora o se han estrellado o han sido poco valorados por quienes debieron ser sus beneficiarios; ¿qué pasó con El Chantre?, finca insistentemente reclamada para su explotación por los jornaleros, pero que lo que se cedió o parceló es utilizado por una mínima parte.
Si la vuelta de los comunistas al ayuntamiento hubiese sido positiva, ahora no lo estarían los socialistas (enemigos declarados por los otros), no lo habrían hecho tan bien a ojos de la población como para no ser vueltos a votar; así que el hecho de la sentencia condenatoria estriba en el inmenso cabreo que Angulo (anterior alcalde comunista y también con sentencias condenatorias) y las huestes de Bódalo habían pillado tras su derrota electoral y desalojo político del consistorio. Quiere ser el líder de lo que se fue con los años y utiliza los mismos modos, coercitivos. Por eso, tenía ya varias sentencias a sus espaldas. Ahora, además, llega a mártir. Ya va camino de la santificación laica por parte de sus seguidores y plataformas políticas que lo arropan. No hay crítica alguna. Al revés, todo lo que hizo o hace, sea lo que sea, siempre fue por una buena causa y, por ende, justificado queda. Sencillo. Y el caso es que, según lo que cada día vamos conociendo (corrupción, evasión de capitales e impuestos…), tal vez el único recurso sea el de Bódalo.
Habría que preguntarse lo que se insinuaba al inicio: si no ha sido preparada y muy oportuna y conveniente esta sentencia judicial para los fines propagandísticos de los sectores que dicen defender al preso. A lo peor, se da cuenta de haber sido utilizado como él utilizó al negrito inmigrante que llevaba de pantalla en sus inicios sindicales (por cierto del que nada más se supo).