Por Mariano Valcárcel González.
Leí una carta pública de Sánchez Dragó en la que le pedía a la alcaldesa Carmena que cambiase el nombre de una plaza por el de su padre. La historia venía de lejos, concretamente en el “paseo” que unos falangistas le dieron al padre del escritor al acabar la guerra civil (el escritor cree que a instigación de quien hasta ahora ostenta la titularidad de esa plaza).
Sorprendido me quedé de que tan señalado paladín de la derecha (bien que pasado por la izquierda antifranquista) diese por buenas las intenciones de la alcaldesa de eliminar del callejero madrileño nombres del bando alzado y vencedor; claro que, en este caso, hay un motivo esclarecedor y justificado. Por lo mismo y extrapolando sentimientos, justificaciones y motivos, se debiera dar razón y acceder a las peticiones de quienes también vieron “paseados” o juzgados sin pruebas o por motivos de venganzas personales a algunos de sus familiares o a personas de una honorabilidad intachable.
Como otras veces me sucediese, me han coincidido una serie de informaciones al respecto y semejantes, de gentes que vivieron estos atroces años del siglo veinte. Precisamente se destapaba que aquí, en Úbeda, fue juzgado y condenado el abuelo de Pablo Iglesias (líder de Podemos). La historia de Manuel Iglesias Ramírez fue como la de tantos otros republicanos que trabajaron por la República (al igual que el padre de Dragó) aún a riesgo de su vida en y luego de ese régimen. Fue miembro destacado del Partido Socialista, propagandista del mismo, al lado de Margarita Nelken. Hombre de carrera, culto, católico (¡se casó en plena contienda por la Iglesia!), bien considerado, acabó como fiscal jurídico militar en el IX Cuerpo de Ejército, que tenía su base en Úbeda. Por lo que se ha expuesto sobre su juicio, hubo bastantes personas de derechas (incluso falangistas) que testimoniaron en su favor; y también, los que lo hicieron en su contra, incluso esgrimiendo datos falsos o posibles actuaciones dudosas. Salió con pena capital, conmutada a perpetua; y, pasados varios años en la cárcel, pudo obtener la libertad. Vivió para contarlo.
A la luz y discusión en internet de esta información, surgieron otras, tal vez más controvertidas, acerca de los terribles sucesos ocurridos al final de julio en Úbeda. El hecho más penoso fue la matanza llevada a cabo en la cárcel del partido judicial, perpetrada con absoluta alevosía e intención criminal y cobarde. También en este suceso, como en otros posteriores, hubo republicanos o meras gentes de bien y orden que trataron de oponerse (o al menos atemperar) a la ola de violencia desencadenada, no solo de los crímenes, sino de los expolios, destrucciones y vejaciones que sucedieron (lo relato en mi novela ya citada, “Te pasarás al otro lado”). Algunos, incluso siendo republicanos, lo pagaron con su vida. Y es muy triste que quienes habiendo puesto en riesgo su integridad frente a la barbarie revolucionaria, también volviesen a estarlo frente a la barbarie golpista y a los vencedores de cuño oportunista.
Porque, no lo dudemos, entre los vencedores no es que por casualidad surgiesen los “emboscados”, sino que también surgieron como tales quienes, en realidad, no habían arriesgado nada a favor de los nacionales; incluso los que se habían aprovechado de la confusión revolucionaria e incluso habían formado parte de la misma; pero, apuntados de inmediato al vencedor, se mostraron como feroces acusadores de sus antiguos compañeros de ideas. Y el factor personal influyó muchísimo en los “paseos” y demás actos represivos.
Hay que reconocer que eran tiempos muy difíciles, en los que mantenerse entre dos aguas ya era milagroso; peor, si la persona era honesta y trataba de detener a las masas asilvestradas o a los cazadores de venganzas. Por eso, es difícil evaluar las actuaciones (u omisiones) de quienes, en apariencia, permitieron los desmanes; no todo el mundo tenía madera de héroe (aunque por su cargo le fuese obligado el tenerla). Una pistola en la sien es un buen argumento.
Escribí una vez que, durante la dictadura, hubieron gentes que vivieron muy bien y muy conformes, a su sombra acomodados e incluso siendo correas de trasmisión del régimen. Los hubo muy activos en las pantomimas de los consejos de guerra, siendo los principales testigos de cargo y, luego, recibiendo algunas recompensas por sus servicios. Que en el periodo revolucionario no los hubo mejores, sobre todo tras el levantamiento militar, está explícita y pormenorizadamente demostrado. A estos, se les dio duro y extenso castigo, con razón o sin ella; pero, a aquellos, como acabo de escribir, en demasiadas ocasiones se les premió por sus actos que eran así mismo criminales.
Y es una pena y demasiado indignante (por lo anacrónico del caso) que todavía andemos en este país tras la pesada y penosa sombra de Franco, como si su maldición fantasmagórica nos persiguiese de continuo y, nunca jamás, nos pudiésemos despegar de la misma. Y tras otras sombras renacidas, arcaicas y de rancio olor a vejez. ¡Dejad ya de manipular la historia!
Para terminar, citaré resumida una historia que se cuenta en “El holocausto español” de Preston. En las columnas sublevadas que avanzaban por el valle del Guadalquivir, en una unidad legionaria, iba un capellán jesuita; en los combates, era el primero, pistola en mano; pero, también, no se cansaba de denunciar los desmanes que las tropas cometían entre las poblaciones que iban ocupando. Se le contó como baja en combate, pero se sospecha que la bala que lo mató le entró por la espalda.