¡Hasta siempre, queridos compañeros…!

Por Fernando Sánchez Resa.

Aún recuerdo con nostalgia y añoranza aquellos juveniles y trepidantes años en los que el azar y el destino, encadenados, nos hermanaron en los Jesuitas de Úbeda (Jaén), cuando comenzaba la década prodigiosa de los años setenta del siglo pasado. Íbamos a ser protagonistas de nuestro flamante futuro y del esperado cambio político en España, formando parte indeleble de la Promoción de Magisterio 1970-73 de la Safa…

Allí nos vimos incluidos en las listas que venían impresas en el pequeño librito (CALENDARIO ESCOLAR de las Escuelas profesionales de la Sagrada Familia de Úbeda -Jaén-) que nos regalaban todos los años al comenzar el curso.

Eran tiempos en los que casi toda nuestra vida estaba por escribir, mientras gozábamos de una salud envidiable, unas ilusiones desbordantes y una esperanza de futuro halagadora que nos hacía soñar con la felicidad más tierna y almibarada… ¡Qué bonito y gratificante es soñar…!

Por entonces, el dios Eros sobrevolaba, una y otra vez, muy de cerca de nuestras vidas, endulzando nuestro cotidiano vivir que se amalgamaba con estudios, clases y actividades variopintas, como contrapunto, minimizando los problemas que cada cual tenía que sortear como Dios le daba a entender…

¡Qué lejanas y desfasadas veíamos la muerte y la enfermedad! No queríamos pensar que, más o menos en lontananza (con la cruel sorpresa como atributo), el dios Tánatos caminaba (y sigue haciéndolo en su imparable y parsimoniosa carrera), con paso firme, para ir regalando el descanso de la muerte con su suave toque; dejando a su hermanas las Keres que sobrevuelen el campo de batalla…

Hoy en día, muchos de nosotros jubilados (o a punto de hacerlo), disfrutamos de ese tiempo libre, que bien nos merecemos, para emprender (o no) esos proyectos soñados, preñados de ilusiones, que más nos interesan…

Y es ahora, cuando se hace más presente la presencia de la muerte: cuando algunos de nuestros queridos compañeros nos han ido dejando para siempre (por desgracia, demasiado pronto) en busca de la otra orilla en donde todos nos encontraremos.

Eso es lo que ocurrió el pasado 13 de noviembre con nuestra querida compañera Antonia Poyatos Moreno; y en años anteriores con otros cuatro compañeros más (que yo sepa): Salvador Cascales Díaz, Isa Cruz Torres, Sebastián Salido Paredes, M Rosario Fernández‑Montes Fernández.

¡Que Dios los tenga a todos ellos en su santa Gloria, mientras descansan en paz! ¿Quién nos lo iba a decir por aquel entonces…?

Úbeda, 21 de noviembre de 2015

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Querido José M:

El pasado 13 de noviembre nuestra compañera de magisterio (de la Promoción 1970-73) y amiga, Antonia Poyatos Moreno, marchó tempranamente al cielo de los justos. Como Paco Ruano, también compañero y especial amigo, ha escrito una hermosa carta mostrando sus sentimientos y recuerdos por tan grave pérdida, te ruego la publiques en nuestra página web (que es la de todos nuestros asociados) para su público conocimiento. ¡Merece la pena…!

Dándote las gracias por ello y por tu impagable labor, recibe nuestro anticipado agradecimiento (de Paco y mío) y un cordial abrazo.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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Carta a mi amiga

Querida Antoñita:

¡Estoy enfadado contigo! Tú que siempre trajiste todos tus ejercicios hechos a clase; tus redacciones, tus operaciones, tus dibujos…, te has ido sin terminar algunas de tus tareas. Te has ido sin enseñarme tu casa nueva, de la que estabas tan orgullosa, y de la que yo decía, para picarte cariñosamente, que era una casa de ricos de la Moraleja. Te has ido sin que tu nieto y mi nieta jugaran juntos en el jardín de esa casa. Te has ido sin enseñarnos, a mí y a mi mujer, las maravillas monumentales de Úbeda y sin degustar su gastronomía. No hemos podido hablar, largo y tendido, de los dos años de compañeros y amigos en Magisterio; del viaje a Córdoba, de mis copias a tus exámenes de Francés, de cuando se te ponía la carita colorada cuando el profesor de dibujo te decía: «Antonia, parece usted una manzanita». Nos han quedado esas y otras cosas por hablar y volver a disfrutar y vivir.

A veces, a lo largo de estos cuarenta años que no nos habíamos visto, he pensado que Dios te puso en mi camino como un rubio ángel de la guarda. Tú fuiste la que me animaste para seguir en el colegio cuando estaba a punto de tirar la toalla por problemas económicos. La que convertiste mis nubarrones negros en claridad y esperanza, y la que, siempre, estuviste para no dejarme volver a caer. Sin tu apoyo, quizá no hubiera podido jubilarme hace unos días, en mi profesión‑vocación de la enseñanza. Fíjate, por no darme, ni me diste tiempo para decírtelo y que te alegraras conmigo.

He sido una persona inmensamente privilegiada por haber podido hacer lo que siempre me gustó y tú, aunque no te gustara que te lo dijera, eres una parte muy importante de ese privilegio. Gracias desde lo más profundo y sincero del corazón. Si a mí me duele el alma, y noto un inmenso hueco en ella…, no puedo ni imaginarme el sentimiento de tus más allegados. Pero, como soy creyente, sé que no te has ido, que mientras te recordemos, estarás viva y muy viva. Sé que velarás por tu nieto, por tus hijos y familia; hazlo también por mi nieta y por nosotros los que te queremos y recordamos.

Y, Antonia, no es cierto que esté enfadado contigo, no podría jamás estarlo; estoy dolido, apenado y triste. Con quien estoy “algo enfadado” es con El de Arriba, por haber tenido tanta prisa en que, su angelito, volviera a estar con Él. ¡Qué buen guía habrás tenido, para enseñarte todo aquello, en tu querido padre!

Amiga; yo siempre te recordaré en el día que nos juntamos a celebrar los cuarenta años de la promoción, radiante por fuera y por dentro. Y te hago sólo una promesa: tu imagen se me puede borrar de la cabeza con los años, pero te tengo en el corazón con mis seres queridos, y de ahí… ni los geos te desalojan.

¡Hasta siempre compañera y, sobre todo, amiga!

Paco.


 
   

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