Por Mariano Valcárcel González.
Que esta columna puede resultar un revoltillo tal y al modo de ese plato medieval, citado en “El Quijote”, plato de nombre espantable pero resultón si se sabe hacer. Dícese que es cocido de alubias con aluvión de carnes y chacinas variadas, pero de contundencia total Y muy indicado para tiempos fríos y de andarse al resguardo de la lumbre. Tal que los padecemos.
¿Se han fijado en qué lío estamos metidos? ¿Se han fijado qué tiempos nos tocan vivir? ¿Se dieron cuenta de que estamos inmersos totalmente en algo que podría definirse como tormenta perfecta?No quiero asustarles; quiero, al menos, que empiecen a ser conscientes de lo que les (nos) ha tocado vivir.
Por un lado, problemas internacionales cada vez más complejos, enrevesados, manejados por quién sabe quiénes y a favor y beneficio de cuáles; porque el lío es monumental y se andan metiendo la cuchara en la olla unos y otros, e incluso añadiendo o sustrayendo ingredientes según gusto y placer del cocinero ocasional. En todo este juego de intereses, alianzas, traiciones (y maldita la palabra juego que la cosa es más grave) ya no entiende el humano de a pie y caña en barra quién es quién, pero se trabaja mucho desde los medios desinformativos (hábilmente dirigidos) para que terminemos señalando a uno o dos culpables y aceptemos lapidarlo en cuanto tengamos ocasión. Se nos escamotean las razones verdaderas y se nos trata de ocultar que tanto follón puede terminar de muy mala manera.
Por otro lado y dentro de nuestro patio nacional, observamos que este espacio devino en Patio de Monipodio (otra vez Cervantes) y que unos trincan, otros ocultan sus vicios, los que están obligados a perseguirlos son sobornados o parciales y la cofradía de la muy ilustre delincuencia funciona con la perfección del Ayuntamiento Reloj de Praga; que hoy por ti y mañana por mí y vámonos para Suiza o Miami que debemos relajarnos… Otra vez nosotros, los del chato con tapa básica, apenas si nos damos cuenta de que nos birlan la cartera y, a lo sumo como reacción, quedamos con cara de Papamoscas. En esta nueva versión de la olla podrida se nos invita a degustarla, que nos prometen muchas bondades del plato, nos ofrecen surtidas raciones, abundantes, si nos dejamos de susceptibilidades y los aceptamos como nuestros cocineros, dejados a su aire en nuestras cocinas donde luego nos servirán como quieran y lo que les de la gana sin opción a reclamación alguna. Con las manos llenas de pringue habremos de terminar o, si la tendencia se afirma, acabaremos tirándonos los platos y viandas unos contra otros en incontrolado (pero muy democrático) desorden. Al final, todos sin comida salvo los cocineros, que se la guardan en la despensa. ¿Y el magnífico vodevil que nos brinda el teatro catalán? Menudo año de continuado espectáculo que se han dado, que es para cansar a cualquiera. Magníficas oberturas, argumentos que ni los elaborase Muñoz Seca con tanta entrada, salida y mutis; pero pasa como con cualquier espectáculo, que un exceso de función termina aburriendo y al espectador largándolo al ambigú. ¡Cuidado!, que esto genera modorra y al despertar puede que nos hayan quitado la manta. Y es que en esta olla catalana abunda la butifarra y ya se sabe que este embutido genera gases malolientes e inflamables.
Mas a nosotros, giennenses, ¿qué nos va ni nos viene si lo que comemos son andrajos?
Ahí está el detalle, que creemos que nos pasan y nos resbalan las cosas porque acostumbrados andamos en ello. Todo nos ha devenido por mero rebote, somos una isla territorial, un Avalon continental invisible, apta como coto de caza y pesca, caza y pesca de votos asegurados. Agradecemos las migajas que caen de la mesa del rico Epulón (sea quien sea el que convide) porque nos las echan en cara, para que se las agradezcamos cumplidamente. Y lo hacemos, que somos gentes cabales. Es cierto, del banquete de los demás siempre nos llega algo, aunque sea tarde, y así no morimos de hambre.
El 2015 que se nos acaba bien acabado se esté, pero en la olla podrida que se ha venido cociendo hay demasiado producto caducado o infecto que nos puede sentar mal, muy mal, si no sabemos reconocerlo y rechazarlo. Por si acaso, recomiendo alejarnos del tal plato y a lo sumo aceptar el compartir unos andrajos como Dios manda, de boquerones, almejas y bacalao. Y a empezar de nuevo.