“Barcos de papel” – Capítulo 25 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- Una visita insospechada.

Durante aquellos días, Olga había llamado a su trabajo con cierta frecuencia, para informar de su estado de salud y anunciar su pronta reincorporación. Por eso, nos sorprendió oír la inconfundible voz de Santamaría en el fondo del pasillo.

—¿Cariño? ¿Tesoro?

—Berto, por favor, escóndete. Si te ve aquí, conmigo, se va a cabrear.

 

Era bastante tarde, la habitación estaba con la luz apagada y no esperaba que el doctor apareciera a aquellas horas. Una sombra grisácea abrió la puerta y entró en el cuarto, encendió la luz, y dijo en un tono que intentaba ser muy amigable.

—Hola, tesoro; te he traído las rosas que te gustan…

Olga se acurrucó entre las sábanas, haciéndose la dormida, y Santamaría no pudo disimular un gesto de contrariedad al verme a su lado.

—Hola, Alberto, ¿qué haces aquí? —preguntó en tono desabrido—.

No contesté. Tuve la impresión de que si lo hacía se enfadaría conmigo, y me quedé en silencio junto a la cama. Olga lo miró y susurró en voz baja:

—Te llamé y no me has contestado.

—Perdona, tesoro. Me ha sido imposible; mi mujer estuvo conmigo todo el día. He venido lo antes que he podido.

—Sí… ocho días después.

—Es que mi hijo… perdona… lo siento de verdad. ¿Me perdonas? Lo siento… lo siento mucho. Llamé a Catalina y me dijo que estabas en el hospital. Era insoportable saber que estabas sola y no poder acompañarte. He pasado estos días pensando en ti. ¿Qué tienes? ¿Qué te ha dicho el médico?

Olga se tapó la cabeza con la almohada y no contestó.

—Ya está mucho mejor —intervine para rebajar la tensión del momento—; le han dado el alta, y hasta dentro de quince días no tiene que volver al hospital.

—Hombre, qué sorpresa. ¿Eres médico además de escritor? —dijo muy inquieto, dirigiéndose a mí—. Porque de ser así podrías hacerme un informe detallado de lo que tiene. ¿No te parece?

Bajé la cabeza y no contesté para evitar que se enfadara más aún; él me lanzó una mirada de arriba abajo y dijo, bajando la voz en un tono sarcástico, casi humillante:

—Olga me dijo que eras andaluz, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Muy bien. ¿Puedes dejarnos solos y traer agua para las flores?

Sin mirarlo siquiera, salí de la habitación mientras acariciaba el pelo de Olga y le seguía llamando esas tonterías que solía decir: cariño, tesoro… Esperé un instante detrás de la puerta, oí que él le ofrecía las rosas, y ella replicaba en actitud de súplica:

—¡Vete, Luis! No quiero seguir hablando. Búscate otra de quien aprovecharte —respondió lloriqueando como una niña—.

La respuesta terminó de ponerle furioso, y se enzarzaron en una discusión.

—¿Qué has dicho? ¿Puedes repetirme eso que acabas de decir? ¿Quién se aprovecha de quién? Anda, bonita, dímelo.

—No me hables así —decía ella entre sollozos—; no tienes derecho a hacerlo.

—¿Que no te hable así? ¿Cómo tengo que hacerlo? Anda, dímelo tú. No sé por qué he venido, pero ahí te quedas. Ya vendrás a buscarme cuando me necesites.

—¡No te vayas Luis! —suplicó ella con desesperación— Por favor, no te vayas.

Pensé que en cualquier momento podía salir de la habitación y no quería ni pensar cómo podía reaccionar si veía que escuchaba detrás de la puerta. Bajé a la cocina, le pedí a Catalina un jarrón para las flores y, al regresar, aminoré el paso para seguir escuchando el altercado. Llamé a la puerta antes de entrar y tuve la impresión de que se había olvidado de mí, porque al verme aparecer me miró a los ojos y dijo en tono autoritario:

—¡Ah! Eres tú. Hazme un favor: pon las flores en agua y coloca el jarrón junto a la ventana. ¿De acuerdo?

Sin esperar contestación, se inclinó hacia ella, la besó en la frente y le dijo en actitud muy sosegada.

—Cariño, cuídate y si me necesitas, llama a Mari Luz; ella me dirá lo que te hace falta. Ahora olvida lo ocurrido y procura recuperarte cuanto antes. ¿De acuerdo? Me gustaría quedarme contigo unos minutos para que me contaras exactamente lo que te ha pasado, pero mira qué hora es. En fin, tú eres joven y fuerte, y supongo que no será nada de importancia. Hasta pronto, tesoro.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta