Por Manuel Almagro Chinchilla.
El Risquillo – Solana del Pino, 22,7 km.
Era el día 9 de julio; salimos del cortijo del Risquillo a las cinco de la mañana y, enseguida, entramos en la provincia de Ciudad Real. Pasamos el puerto Madrona, en la sierra del mismo nombre. Fuimos bajando y tocamos la fuente de san Lorenzo, famosa por sus aguas. Llegamos a una vaguada donde hay un refugio forestal y, un poco más adelante, una capillita en la que un letrero advierte a los viajeros que están en Sierra Morena. La parada se imponía como “obligatoria” para reponer fuerzas y paliar un poco el enorme calor. Sale a nuestro encuentro un guarda ‑Benito‑ de una finca próxima, que no oculta su asombro por nuestro propósito; su mujer, Alejandrina, nos dice sin remilgos que estamos locos.
Llegamos a Solana del Pino y vamos derechos al centro de Salud para que nos curen las vejigas. Nos atendieron magníficamente y también mostraron su admiración por la peregrinación. Quedamos muy satisfechos por la atención que nos prestaron y, como prueba de nuestro agradecimiento, les prometimos que serían mencionados en la memoria que haríamos una vez concluida la misión. Como lo prometido es deuda, aquí están los nombres del equipo sanitario: Lázaro Herrero (médico), María José Sánchez (ATS) y el administrativo Ramón Torres.
Nos dirigimos a la parroquia, donde nos reciben las misioneras de Acción Parroquial. Comimos con las monjas y ellas gestionaron en el ayuntamiento el lugar para nuestro hospedaje: Un local con aspecto de cocherón en desuso, en el que en su día se proyectaba cine; era amplio, de techos altos y la temperatura se mantenía unos grados por debajo de la del exterior. Pensamos en la conveniencia de tomarnos un día de descanso; así lo hicimos, a pesar de la oposición de algunos de los del grupo. El intenso calor de julio, las ampollas en los pies y el cansancio causaban efecto.
El día siguiente, 10 de julio, lo dedicamos a reponer energías. Estuvimos en la plaza del pueblo y conversamos con algunos hombres que estaban mano sobre mano, en el “paro”. Vimos la iglesia y poco más. Comimos en casa de Pepe Madrid, un antiguo alumno de mi época de profesor, en el instituto de Cazorla, que estaba de guarda forestal en la zona, casado con una lugareña ‑Ángela‑. Le regalamos una medalla de la Virgen de Tíscar, al igual que íbamos haciendo en todos aquellos lugares donde nos prestaban ayuda. Su mujer nos regaló otra de la Virgen de las Candelas, patrona del valle de la Alcudia, comarca a la que pertenece el pueblo.