Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.-El drama de estar con una chica pensando en otra.
Salimos a la calle y en la acera Vilanova seguía insistiendo en que todo lo hacía por nuestro bien, para protegernos de los futuros peligros que nos acechaban.
—Aunque nadie quiera reconocerlo, en nuestra sociedad quedan aún residuos de la perversa ideología del comunismo. Pocos reconocen que vivimos la etapa de progreso y bienestar más impresionante de la historia de España. Hay grupos que no cesan de alentar a los jóvenes hacia la subversión. El comunismo internacional, convencido de que no puede imponerse por la fuerza de las armas, afila sus garras para destruir la civilización a base de corromper a nuestra juventud con drogas, desobediencia y rebeldía. No comprendo cómo la gente no lo entiende.
Afortunadamente, Roser me cogió de la mano y me libró del mitin.
—Alberto, ¿me acompañas? Quiero que me des tu opinión sobre unos zapatos que he visto en la Rambla de Cataluña. A ver si te gustan.
Al principio, no la entendí. Tenía la cabeza en otras cosas; a mí me preocupaba mi trabajo, terminar la carrera y conseguir un magnífico expediente, que con tanto ajetreo empezaba a palidecer. Yo no le temía a ese futuro que tanto parecía preocupar a Vilanova. Es cierto que le temía a la pobreza, como la temen todos los que la han sufrido como condena, porque de la pobreza solo hacen virtud los que nunca la han sufrido; es decir, aquellos que tienen todos los medios para combatirla. Y, en cuanto al señor Vilanova, pensaba que con el cuento de querer asegurarnos el porvenir, quien realmente se lo aseguraba era él. Yo estaba seguro de que, cuando llegara la ocasión, estaría a la altura y sabría corresponder a su confianza.
Y, en relación con Roser, creo que ha quedado claro que me gustaba. Me gustaba, porque nunca reñíamos, y todo discurría felizmente entre ella y yo. No necesitábamos hablar; nos bastaba una miraba para que entre nosotros surgiera un diálogo inteligente y silencioso. Nos comprendíamos a la perfección y me encontraba muy cómodo a su lado. Me hizo gracia su reacción al salir de la notaría: se llevó la mano a la boca con discreción, frunció los párpados para disimular su aburrimiento y me cogió de la mano, muy orgullosa. Seguimos calle abajo, hasta cruzar la avenida Diagonal; y, antes de girar, volvió la cabeza y me dijo al oído.
—No mires hacia atrás, que no nos quitan los ojos de encima.
De cuando en cuando, me venía a la mente el recuerdo de Olga. Reconozco que era una chiquilla insensata, pero maravillosa. Había algo insólito en ella: un estilo, una forma de ser que la hacía única y adorable. Me preocupaba su afición al alcohol y a los barbitúricos, y me indignaba el apego que demostraba hacia aquel indeseable que la condujo hasta el aborto. Aquel depravado le había arruinado la vida; una vida tan joven y tan injustamente desdichada. Yo confiaba en que podría ayudarla a enderezar su destino y rezaba para que así fuera; pero tenía miedo de que nadie escuchara mis plegarias.
—¿Se puede saber en dónde estás? —me interrumpió Roser sacudiéndome la mano—. ¿Prefieres invitarme a un café o a una Coca‑Cola?
La miré sorprendido, como si despertara de un mal sueño.
—¿No habías dicho que querías mirar unos zapatos?
—Era una excusa. Adoro a mi padre, pero a veces resulta insoportable. Piensa hasta en el detalle más insignificante, todo lo somete a su criterio, está convencido de que la economía está por encima de cualquier otro valor, y cree que el dinero es indispensable para vivir en paz y ser feliz. Y, por si fuera poco, no admite que nadie le lleve la contraria: está convencido de que siempre lleva la razón.
—Pues a mí me parece un padre ejemplar, que se preocupa por ti. ¿Cómo no va a preocuparse por una muchacha tan adorable como tú? Roser, si alguna vez tengo una hija, yo también me comportaré como él. De verdad, créeme.
—Vamos a sentarnos, cuentista; que cada día te pareces más a él —dijo, señalando una mesa de la terraza—.
—Es cierto lo que he dicho. Mucha gente critica a los hombres como él, pero no es fácil ser como son ellos, ni llegar hasta donde han llegado.