Insistente

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

«Permítame que insista»; esto nos lo repite una vez y otra el anunciante de un seguro.

Permíteme que insista, amable lector; te lo ruego. Permitidme que insista en el caso catalán. Permitidme que no me calle; permitidme que exprese mis “sentimientos” (que los que no somos catalanes también los tenemos, ¿o es que se nos deniega este derecho?); que exprese mis dudas, mis argumentos, mis deseos y temores; posiblemente, mis contradicciones. Que parece ser que los españoles o nos tenemos que callar o simplemente tenemos que aceptar lo sobrevenido, ya sin opción a réplica.

Se argumentó, para empezar, aquello de que «España nos roba»; y, siendo una falacia, ya se convirtió en una mentira irrefutable con categoría de verdad. Verdaderamente, es así como se inician los desatinos colectivos, aceptando con fe ciega los mantras fabricados oportunamente y exprofeso. Así que se apeló al bolsillo ‑sí‑ y no al “sentimiento”… Cuando se empezó a demostrar la fragilidad del argumento, sobre todo porque el primer y gran robo partía desde el mismo interior, del mismo cogollo del sacrosanto e intocable nacionalismo (y en la familia modelo de virtudes patrias y cívicas), entonces se vindicaron otras afrentas, a cual más peregrina y anacrónica.

Echar mano del recuerdo histórico de hechos sucedidos hace siglos está bien, que bueno es recordar el pasado; pero, lo que está mal es manipular ese pasado o inventarlo sencillamente. Y esta fue otra fase en la escalada tramposa del argumentario. Ahora no se apelaba a “la pela”, sino al heroico y singular pasado; eso sí, muy selectivamente. Ahí entraba ya la añoranza de lo que se fue, para que ahora pueda volver.

Para avivar bien la llama del victimismo, del agravio continuado, de la humillación esclava del pueblo catalán por los demás pueblos peninsulares (de acuerdo, en especial de los castellanos), se tiró del «Es que no nos quieren…», completándose así el abanico de causas que tener en cuenta para justificar el poderoso “sentimiento” nacido en Cataluña. Se fue utilizando punto a punto o todo ya de una vez, según conviniese. Reconozco que se ha sabido hacer y los demás hemos tragado, silentes. «No nos quieren…»; pero esto lleva esta otra reformulación: «¿Os hacéis querer?».

El agravio comparativo siempre ha estado en nuestra contra (incido más en contra de extremeños y andaluces, gentes inferiores, según proclamaban los excelsos dirigentes catalanes); nosotros hemos sido los no queridos, los despreciados, los segregados y solo admitidos cuando la necesidad se hace virtud; y en Cataluña nos necesitaban (y nosotros a ellos, no se nos olvida). Mas ese mirar por alto y desde lo alto; esa presunción no disimulada; ese gesto de rechazo, solo superado o por la persistencia o por la decidida integración sin matices (la asimilación absoluta a/en lo catalán, que lleva ahora a muchos de los de “afuera” ‑por origen o descendencia‑ a ser más y con diferencia que los de “adentro”). Dejemos, pues, en su justo punto, eso del «No nos quieren», pues el agravio es reversible; claro, que siempre vende.

Bien, lo hemos decidido, allá vamos, abiertamente, a la secesión. Lo que se argumentase en contra, ya no vale; es que no se le va a hacer ni caso… Entonces, apelar al diálogo con quien no quiere ya dialogar es absurdo; y absurdos son quienes lo plantean como única salida; eso fue válido hace años; búsquense culpables de no intentarlo en su tiempo y pídaseles explicaciones y responsabilidades; mas, ahora, ya es inútil y quienes lo invocan se engañan. Insistir en ese “derecho a decidir” puede que tenga cierta lógica… que la tuviese (y no entro en legalismos, que las leyes se cambian y en paz); pero restringir y dar validez a su utilización por solo un sector del Estado, y no a la totalidad, es tramposo, por mucho que se disfrace de “democrático” (¡cómo ensucian esa palabra algunos!); es atribuirse derechos que se niegan a otros. No digamos ya si decidimos alterar o no cumplir las normas y leyes, porque no nos convienen; esto se convierte, automáticamente, en delito (del que se ve que unos se sienten inmunes; pero el ciudadano de a pie sí lo sufre, si lo intenta).

Y entremos en el maremágnum generado, la mezcolanza que no es mezcla homogénea de intereses, voces, grupos, cada cual con su supuesto (?) programa y metas particulares, pero, utilizándose unos a otros, a regañadientes, montados todos en el carro independentista. No se pueden ver, pero se utilizan. A la postre, esto no puede acabar sino como el rosario de la aurora y sin necesidad de intervención exterior. La Historia nos lo ha demostrado bien a las claras, varias veces; y la más reciente, la de la Guerra Civil, en la que Cataluña fue territorio especialmente convulso, donde se enfrentaban unas facciones con otras; de todos es sabido que Companys fue rehén de los partidos antagónicos, a pesar de su pretendido estatus presidencial. Si no se vuelve sobre esto, si no se analiza todo con neutralidad verdadera, no nos enfrentaremos más que a una terrible impostura histórica que pervive y revive en la actualidad.

Los sentimientos solo sirven para llorar o reír y, acá, pretendemos reír cuando la realidad nos hará llorar. Un columnista de El País ha puesto estos días, valientemente, el dedo en la llaga: nos recordó Sarajevo, terrible realidad. Pues, ¿qué se nos dará, una vez que la decisión no solo está tomada y queda ponerla en marcha…? Pretender que el Estado (o España) se quede quieto ante el expolio es absurdo; decir que todo seguirá igual, porque las relaciones de todo tipo (menos las políticas) no variarán, es lo más mentiroso que se ha podido decir y oír. Con solo inventariar los casos y situaciones que habría que inventariar, plantear (como las reversiones e indemnizaciones) las obligaciones de todo tipo a las que atender, aranceles, tasas internacionales, restricciones de movimientos e intercambios… Claro, me olvido que algunos lo que pretenden es implantar un estado revolucionario y vamos para adelante y caiga quien caiga… Muy moderno, sí. Así, sí que no hacen falta planteamientos de ningún tipo, pues, tras la revolución (como tantas veces), se habrá instaurado un orden nuevo.

También la Historia nos ha demostrado que este es un camino antes andado…, y desandado siempre. Para eso no hace falta nada de esto.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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