Por Fernando Sánchez Resa.
La llegada a San Tirso de Candamo fue a la atardecida, aprovechando que el día se prolongaba y la noche se demoraba en llegar. Nos pareció un paraíso perdido entre el verdor y frescor anhelados. Llegar a este vergel con 20 grados menos que en nuestra querida Úbeda y con la posibilidad de dormir con manta, pues la temperatura bajaría durante la noche a 15 grados ‑según nos dijeron los dueños del hotel rural donde íbamos a parar‑, sería gozo indescriptible…
La cena en el hotel Casona Cuervo fue también memorable: unos alimentos autóctonos, extraídos de la propia tierra en la que íbamos a permanecer una semana; y con el atento servicio de sus jóvenes, amables y simpáticos dueños: Enrique y Cecilia (que tanto monta), con su entrañable deje asturiano al hablar y comportarse (y que tienen a su hijo Quiquín para divertirlos y entretenerlos aún más…), nos hicieron recuperar las fuerzas que traíamos tan mermadas. El descanso en noble cama, tras fresca y oportuna ducha, sirvió para devolvernos las energías perdidas que todo turista malgasta a manos llenas; y cuya vida, según nos cuentan siempre los guías turísticos más avezados, es muy sacrificada, pues ha de madrugar bastante, estar todo el día danzando de la ceca a la meca en busca de lo cultural, deportivo o turístico apetecido o sugerido según gusto, tiempo, dinero o aficiones del propio interesado. ¡Palos con gusto, no duelen…! Como nosotros no buscábamos fuertes emociones físicas, como los deportes de alto riesgo (aquí, hay muchísimas e interesantes ofertas para ello), sino empaparnos de la historia, del buen yantar (¡el arte culinario de las fabes y otros platos típicos me apasiona…!) y de sus espiritosas bebidas, incluida la cristalina agua (la sidra, con su escanciador, nos produjo grandes beneficios físicos y psicológicos en más de una ocasión…). También nos han enamorado los monumentos y la privilegiada naturaleza de esa bendita tierra asturiana; por eso, nos aplicamos el cuento y fuimos buscando, cada día, ese disfrute personal e imaginativo que ya nuestra simpática e intrépida hija Mónica, con la preparación del viaje en todos sus detalles, ha sabido y querido proporcionarnos…
Amanecer desde nuestro balcón.
El primer día (y todos los siguientes) pudimos contemplar un espectáculo maravilloso y relajante: soleados y brumosos amaneceres desde nuestro balcón (que estaba orientado al este), enmarcados en bellísimas panorámicas del frondoso y variopinto paisaje, tintado de muchas tonalidades de verde intenso que lo mejoraban aún más; incluso había un extenso y poblado bosque, a tiro de piedra de nuestro hogar asturiano…
Junto al hotel, y en medio del prado, se encuentra una pequeña y coqueta ermita, propiedad de Cecilia y Enrique, dedicada a san Francisco Javier…
MARTES, 11.
El desayuno fue estupendo y abundante. Las ilusiones estaban intactas. Teníamos cita en la Caverna de San Román de Candamo, con visita doble: la neo cueva y la original. Claustrofobia e imaginación hicieron su mella, amalgamadas con las palabras de ambas amables guías… En la Caverna, yo fui uno de los que llevó una potente linterna para abrir paso, pues el suelo estaba resbaladizo por la humedad y el goteo constantes. Todo resultó interesante e instructivo: su descubrimiento en 1915 por dos personalidades diferentes a la vez; su conversión en Patrimonio de la Humanidad, habiendo tenido instalado en su seno un destacamento republicano durante la guerra civil, cuyas huellas en la pared principal nos hizo ver la guía, así como todas las pinturas que hay actualmente o se perdieron en la pared original… Incluso ha debido estar cerrada durante unos años, pues la constante agresión del ser humano con sus pintadas, respiración y presencia física la estaban deteriorando a marchas forzadas… Cuando terminamos la visita al Centro de Interpretación de la Caverna, ubicado en el Palacio Valdés Bazán y tras subir a la cueva real, volvimos al pueblo y contemplamos a la banda de música de Pravia, que se encontraba a las puertas de la parroquia con motivo de la misa solemne y procesión…
Después, nos marchamos a Pravia y andorreamos sus calles. Descubrimos un edificio similar a nuestro cole (Sebastián de Córdoba) y otros de Úbeda (el desaparecido Cristo del Gallo y el antiguo colegio del Alcázar): la actual biblioteca municipal y oficina de información y turismo.
Oficina de Información y Turismo de Pravia.
Había sido escuela hasta hace un tiempo. Seguidamente, tras deleitarnos con una comida casera en una de sus plazas más emblemáticas, dimos una vuelta viendo todos los edificios importantes, que estaban cerrados por cierto.
Iglesia San Juan Evangelista.
A continuación, nos acercamos a Santianes, que tiene un Museo del Prerrománico con una arquitectura horrorosa como, por desgracia, se lleva ya por otros lugares de España, sin tener en cuenta el entorno en donde está enclavado, y una bonita iglesia, San Juan Evangelista (S. VIII), que visitamos aprovechando las amables explicaciones de una joven guía, y fotografiamos profusamente. Después, fuimos al Rincón de las Aves que contiene más de 145 especies y 400 variedades de árboles, arbustos y plantas. Está abierto al público durante todo el día sin interrupción (de 10 a 21 horas), adonde contactamos con sus amables y atentos dueños, valorando el titánico trabajo que llevan a cabo, diariamente. Se sinceraron con nosotros, al contarnos que hacía dos años que había muerto su único hijo, de un infarto… Y, como bonito recuerdo, regalaron a nuestra hija dos coloridas plumas de pavo real, para sellar esta inolvidable e interesante visita… ¡Día intenso de emociones!